lunes, 2 de mayo de 2011

No quisiera matar a Belén Esteban

Mi Amiga lleva un tiempo advirtiéndomelo: "Te veo lanzadita a la inmolación", me dice. Ha sido esa advertencia la que, a última hora, me ha salvado de inmolarme hoy con una bomba de azúcar. De vuelta de un fin de semana en el que he sido cuidada, mimada y consentida, iba a escribir un post sobre mi madre. Y sin criticarla. Puro almíbar, y casi coincidiendo con el Día de la Madre. Pero he oído la voz de mi Amiga y he abortado el post a tiempo. (No, la cosa no va de: "yo por mi hija, ma-to". Esperen.)
El caso es que cada uno escribe con lo que tiene: con dolor, con amor, con mala leche, con miedo, con resentimiento... O con lo que no tiene (estoy pensando en Jane Austen, estoy pensando en Andersen).
El quid de la cuestión está en la dosis. Lo aprendí al escribir el artículo sobre el veneno en Harry Potter. Decía Paracelso: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno". Así es. La dosis... ¿Cuánto dolor, cuánto amor, cuánta mala leche... caben en una novela, en un artículo, en un post? ¿Hace falta volcarlo todo o, como dice mi madre, "¡ay!, guarda para cuando no hay"? ¿Hay dosis excesivas? (No, la cosa no va de: "Ni que fuera yo Bin Laden". Sigan esperando.)
Los excesos... Personalmente hay excesos que tolero mejor: el exceso de dolor, por ejemplo. Como el que hay en el poemario Joana, que escribió Joan Margarit a la muerte de su hija. Pero el exceso de amor... No puedo con él. Al mismo tiempo, sé que es mi bestia negra particular. Porque yo escribo, sobre todo, con amor. Así, en general. Es así desde que empecé a escribir. Y me sale sin querer (sí, quiero sin querer; soy una amante inconsciente). Siento un cariño sincero y real por el personaje que creo, por el lector que me leerá..., y siempre temo pasarme. Detesto el exceso de azúcar en la literatura. Por eso me repito a menudo: "el exceso de azúcar es tonto, fácil de criticar y mortal para los diabéticos; el exceso de azúcar es tonto, fácil de criticar y mortal para los diabéticos"... Y por eso no he escrito sobre mi madre, porque no quisiera matar a Belén Esteban. (¡Sí! ¡De eso iba el asunto! Belén Esteban es diabética. No hagan como que no lo sabían. Y si se sienten defraudados, lean hasta el final. Hay una especie de disculpa.)
Y luego está la vida, que te va modificando las dosis de todo eso -del dolor, del amor, de la mala leche...-, pero tú tienes que seguir escribiendo. Y ser el mismo escritor. ¡Ah! Pero para eso está el estilo.
Cualquier día les planto una foto de la duquesa de Alba y les endilgo un pot sobre el estilo. Ya saben, no pueden fiarse de mí. Apenas hablé de Belén Esteban. Los más avispados ya se habrán dado cuenta: he emprendido una cruzada, y esa cruzada tiene un lema: "¡A lo sesudo por lo baladí!". ¿Se apuntan?

6 comentarios:

Mai dijo...

Gracias. Muchas gracias por este post.
Y sí, me apunto a lo que quieras.

Jo Grass dijo...

Por supuesto. Creo que nos apuntamos unas cuantas/os; a pesar de que no siempre es fácil encontrar la medida justa de azúcar, ni en la literatura ni en la vida!
Saludos

Marta Gómez dijo...

Auguro que ese lema, "a lo sesudo por lo baladí", va a dar mucho juego. Claro, es una manera muy hábil de mezclar: vamos a disfrutar de unos cócteles impactantes... Lo veo venir.
Y sobre el azúcar: pese a que a mí cada vez me atraen menos los sabores dulces (prefiero las ostras al chocolate, qué le voy a hacer), creo que la medida, la dosis, tiene una parte personal y, probablemente, unos límites universales. Es como en los análisis de sangre: si tus celulillas están de 20 a 50, por ejemplo, puedes respirar. Pero si están a 18 o a 55, ummm, ahí comienza la preocupación.
Y estaba pensando yo en de qué manera el postre más rico del mundo, digamos un arroz con leche, puede arruinarse por culpa de una cucharada de azúcar de más. Sobran granos y se instala el empalago, que es un ataque al gusto muy desagradable, ¿verdad? Pues eso, que con el dulce, mucho, mucho cuidadito. Y con Belén Esteban, también...

Quera dijo...

El exceso de de amor me intimida y me incomoda, me hace sentir extraña como cuando comes nocilla (sí a cucharadas sin pan y sin sentido) y sin saber por qué la leche, el cacao, las avellanas se han separado del azúcar y los dientes te chirrían.

Me ha encantado el post, y si no te importa me instalo para cotillear asiduamente.

La Oro dijo...

Quera, no solo no me importa; me encanta. Bienvenida.

Anónimo dijo...

Oro, necesito una lista de libros agridulces.
Cuando tengas tiempo.