lunes, 24 de diciembre de 2012

Antes "La maravilla (Mira, niño)"

Hasta el 6 de enero, en este lugar hubo una foto de un niño, un texto escrito a medias por Papá Noel y por mí, y un deseo para el 2013: que la maravilla no nos pase desapercibida.
El niño se ha escondido y el texto se ha dado a la fuga pero el deseo sigue inalterable. Y a él añado estos deseos más.
Espero que hayan sido felices estos días.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Caviar con patatas


Me encanta el caviar. Pero siempre he sospechado, quizá por ese tacto suyo en boca tan como de casquería, que el caviar nos parecería una asquerosidad si flotara por kilos sobre nuestros ríos, al igual que las patatas nos parecerían una delicatessen si hubiera que extraerlas de esturiones. Sobre los libros albergo una sospecha similar. Claro que hay criterios objetivos para juzgar un libro (y, en concreto, para juzgar un libro infantil), pero me da a mí que muchas veces somos víctimas de un esnobismo miope que nos impide ver que algo es bueno cuando es abundante (o sus ventas lo son) y que da automáticamente por bueno algo solo por ser escaso o minoritario o tan independiente y tan guay que hay que llamarlo indie.
Allá cada cual con sus lecturas. El problema es cuando se tiene la responsabilidad de “dar de leer”, que es lo que sucede con niños y adolescentes. A los niños se les da de leer, y los hay que dan lo que pillan más a mano, como aquel que tiene prisa y no tiene tiempo o ganas de cocinar, y da dolor verlo. Pero también me parece una pena que a menudo, los que más saben de LIJ (literatura infantil y juvenil), se empeñen en embutir de caviar a paladares que no lo soportan, porque el gusto también se educa, y el camino de un lector está empedrado de poemas de Carlos Reviejo, libritos de Nacho y Laura, cuentos de Rodari, Stiltons, álbumes de Wolf Erlbruch, adaptaciones de clásicos, Junie B.s, casas mágicas del árbol, libros de Roald Dahl, capitanes Calzoncillos, Bat Pats, Harry Potters, distopías... Así mezclados, sin orden ni concierto, alimentando el apetito lector, quitando el miedo a los mamotretos, acrecentando la competencia lectora, siendo intercambiados con amigos como quien intercambia cromos… haciendo disfrutar de la lectura. Y no, no es tan fácil. Muchos lo intentan –todos-, pero solo unos pocos lo consiguen. Hay libros (buenos y malos) que gustan y hay otros libros (buenos y malos) que no. Es así. No sabemos exactamente por qué. Si lo supiéramos, los escritores escribiríamos esos libros y los editores los editarían.
Me gusta la forma desacomplejada en que muchos blogs y revistas de literatura juvenil abordan la crítica de los libros. A veces adolecen de un escaso bagaje pero son críticas desprejuiciadas, centradas en el libro y están hechas con pasión (aunque la pasión es un arma de doble filo, pero eso daría para otro post, o para siete posts). Por el contrario, me enerva la arrogancia de quienes descalifican en bloque tantos libros que sirven para hacer músculo lector e, insisto, para disfrutar. Como dice Juan Domingo Argüelles en Si quieres… lee, “leemos, sobre todo y más que nada, para aportar un elemento de placer, alegría o felicidad a nuestras vidas, por encima de los discursos más utilitarios y políticamente correctos. Tendríamos que desconfiar de todos los que hacen de la lectura una religión laica, y del libro un objeto sagrado” (si les interesa el tema, no dejen de leer este aperitivo o, ya puestos, el libro entero). Me parece tristísimo que la lectura, que debiera llevarnos a “responder mejor a nuestra vocación humana” que decía Todorov, nos lleve a hacernos más arrogantes. ¡Ay, la arrogancia intelectual!, esa enfermedad que se adquiere con el trato excesivo con los libros y que se cura con el trato con los humanos…
Si creen que estoy siendo demasiado virulenta con este asunto, seguramente tienen razón. Ya se sabe, no hay peor inquisidor que un converso, y yo, lo confieso, fui una universitaria arrogante. Sí, de hecho, la de la imagen soy yo, fotografiada por Helmut Newton, en mi época universitaria. Supongo que ahora entenderán lo de mi cuello.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Pero no era literatura?

De la misma chupipandi de Martin Amis, llega ahora... Julian Barnes:
"La auténtica literatura trataba de la verdad psicológica, emocional y social tal como la mostraban las acciones y reflexiones de sus protagonistas; la novela versaba sobre el carácter desarrollado a lo largo del tiempo. (...)
¿De qué servía vivir una situación digna de un relato si el protagonista no se comportaba como habría hecho en un libro? Adrian debería haberse puesto a husmear o a ahorrar de su dinero de bolsillo para contratar a un detective privado: quizá nosotros cuatro deberíamos haber emprendido una investigación para descubrir la verdad. ¿O eso habría sido menos parecido a la literatura y demasiado semejante a un cuento infantil?"
Ay, Julian, con lo cuidadoso que tú eres y que se te cuele esa disyuntiva excluyente entre literatura y cuentos infantiles...
Por lo demás, El sentido de un final, que es de donde está tomada la cita (en traducción de Jaime Zulaika), es un libro aterroradoramente espléndido de literatura no infantil.

A veces pienso que los de la LIJ hacemos mal en mostrarnos tan suspicaces con estas cosas. Otras veces pienso que bastante poco nos quejamos y publico cosas como esta.
A veces, una vez, hasta en la tele se habló de esto de la diferencia (o no) entre escribir para niños, jóvenes y adultos. Fue en Página 2 (lo pueden ver aquí) y se agradece.

En la imagen: el señor Barnes.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Los zorros no lloran

Después del rifirrafe, quiero decir, el interesante intercambio de opiniones del otro día, se me quedó zumbando en el oído un sintagma y es este: "manipulador de las emociones del lector". Mi querido Anónimo lo lanzaba, entiendo que como acusación. He intentado espantar el zumbido con este manotazo: "y qué escritor no lo es". Allá donde no hay más que una persona dispuesta a deslizar su mirada por unas letras, nosotros, los escritores, queremos hacerle sentir cosas. Así, de la nada. Si eso no es manipular, que venga Dios y lo vea; si es manipular, que venga Anónimo y lo denuncie.
Como espectadora, como lectora, como oyente, establezco un acuerdo con un montón de gente para que me manipule, y doy por buenas todas las lágrimas que me arrancan, ya lo haga Spielberg, Visconti, ChobskyJessye Norman o Malú. Las doy por buenas porque me liberan de ese peso específico de las lágrimas y porque esos creadores o intérpretes han tenido el mérito de vencer esa coraza de la razón que a veces me pongo y a veces me quito. Claro, lo de ayer de Malú, me pilló a unas horas en las que suelo estar descorazada, porque lo que es yo no he encontrado ninguna coraza que se ajuste al camisón (y eso es fatal, por cierto).
La RAE distingue entre medios hábiles y medios arteros de manipular. Lo hace como diciendo que está feo manipular con medios arteros, esos de los zorros de las fábulas. Pero ¿dónde está la línea que separa unos medios y otros?
No hay persona que haya leído mi nueva novela que no haya llorado (bueno, sí, mi hermana, pero dije "persona"). ¿Estaré siendo artera?
No.
Lo sé seguro porque tengo una prueba del algodón personal. ¿Saben cuál es esa prueba? Que yo también he llorado al leerla, al leerme.
El algodón no engaña. Y los zorros no lloran.

La foto es de Sebastiao Salgado, un artero de cuidado, al menos según Susan Sontag.
Y si quieren pensar más sobre este asunto, creo recordar que Edmund Burke daba pruebas menos pedestres que las mías en este libro.

martes, 11 de diciembre de 2012

Sálvame

El otro día pongo una foto en la que aparezco rodeada de editores y de escritores ricos y famosos y hoy me encuentro un comentario anónimo allí que dice:
Te has vendido al lado oscuro. ¡Qué pena!
Y voy yo y hago lo que nunca debe hacerse: magnificar y seguramente malinterpretar el comentario, quizás hecho humorísticamente, y responder enrabietada, y aquí, para que se vea más. No tengo remedio. Allá va.

Querido/a anónimo/a:
La cosa es peor. Soy idiota. No me he vendido. Me he regalado. No cobro nada. No me refiero solo a la presentación del libro de Jordi Sierra i Fabra. Por esa presentación recibí el libro de Jordi y una invitación a cañas, jamón, queso, chopitos y croquetas. Nada más. Ni una pluma, ni un libro, ni una agenda. Tampoco lo pedí. Tengo mucho cariño a Jordi, y me pareció un honor estar a su lado en aquel homenaje.
Pero, como te decía, cuando digo “no cobro nada”, lo digo en sentido más amplio. Muchas, demasiadas, veces, escribo y no cobro. Lo único que hago es esforzarme por escribir lo mejor posible e intentar –supongo que ese es mi oscuro pecado- que me lea el mayor número de personas posible. Soy así de vanidosa y de insolidaria con la profesión. He terminado una novela de la que estoy orgullosísima. SM quiere publicarla. Aún no sé qué anticipo recibiré. Aún no he cobrado nada. Como ves, soy una pésima vendida. Tengo que llevar el coche al taller y no me atrevo. Entre Hacienda y la vida, se me está acabando el premio. Pero no quiero darte aún más pena.
Solo quería aclararte una cosa más. No me he pasado a ningún lado. Yo siempre he sido así. Lo confieso en mi página web, donde puedes leer:
Durante años trabajó como editora de las colecciones de narrativa juvenil Gran Angular y Alerta Roja. Este trabajo le permitió conocer de cerca y trabar amistad con los mejores escritores de literatura juvenil.
Cuando decidió pasarse al otro lado –convencida de que ni el lado del editor ni el lado del autor son "el lado oscuro"–, empezó a escribir para niños. Pero siempre quiso encontrar el momento de escribir para jóvenes.
De todas formas, por si a lo que te refieres es a lo de vender libros y eso, hace tiempo que confesé lo puta que soy. Te extraigo un fragmento por si vas con prisa:
Pues claro que los editores [y los escritores, añado] quieren vender libros. Cuantos más, mejor. Y resulta ridículo y, no por ridículo, menos recurrente, escuchar a los autores quejarse de ello. Porque, claro, vende = malo; no vende = bueno, sobre todo si lo he escrito yo. ¿No queremos que los niños lean? ¿No podemos considerar, en algún momento, que vender más libros es una vía más de hacer lectores? ¿Qué hay de malo en emplear herramientas de marketing para hacer llegar lo que consideramos bueno? ¿Qué especie de ridícula pureza queremos mantener? Y usted dirá: “Con todo lo mala que es, mira que es ingenua esta mujer. O puta.” Pues será, pero yo creo que editores y autores, marketing y literatura, se pueden, y se deben, conciliar. Que unos y otros nos necesitamos y que deberíamos insultarnos mucho menos en público y discutir mucho más en privado, como los buenos matrimonios.
Hoy me levanté discutidora. Ya perdonarás, anónimo. Seguiría discutiendo contigo en privado, y te invitaría a un café, pero no sé quién eres y tengo trabajo que hacer. Si crees que estoy en el lado oscuro, si crees que debo pasarme a algún otro lado, explícame por qué, por favor. Aún te pediré más, oh, anónimo, si crees que estoy en peligro… ¡SÁLVAME!
En la imagen, material para ¡Sálvame!: Jordi Sierra i Fabra y yo haciéndonos arrumacos en la puerta de un hotel.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La entrada

Un 15 de octubre, pero no sé seguro de qué año, una persona, pero no sé de qué sexo, acudió al cine Rex, ahora Palafox, y se sentó en la butaca 4 de la fila 13, ahora fila 14 (se ve que es más fácil cuidar a los supersticiosos que curarlos, y es a lo que se dedican ahora cines y aviones). No sé qué película vio. Me lo imagino riéndose con una de Louis de Funès porque su entrada la encontré entre las páginas de una Antología del humor. El libro con entrada fue un hallazgo de los que pueden descubrir hoy en el mercadillo contra el cáncer de la plaza de Los Sitios.
Me lancé a comprarlo porque tengo mucha fe en el humor. A mí me ponen las palabras “hilarante”, “ironía” o “risa” y ya me han vendido el libro. No pocos disgustos me llevo. La de libros que habré comprado con la esperanza de sonreírme y la de chascos que me habré llevado. Encima el chasco es doble en esos casos porque por un lado, no arqueo ni un milímetro los labios y por otro, me siento imbécil. ¿Me habré perdido algo? ¿Será humor para listos? Ya saben que el humor se mide por centímetros. En un extremo tenemos el humor grueso, que mide más o menos un palmo, y que es donde está precisamente el chiste del aparcamiento, el palmo y los centímetros, y en el otro extremo, está el humor de los elegidos, que tiene el grosor de la tela del traje nuevo del emperador. Por suerte mi antología tenía humor de varios grosores, y sí me ha hecho reír. Me he reído hasta con el anuncio de la solapa, que habla de otra antología, esta “del amor”, con ese lenguaje de antes: “No es un libro solo para los enamorados, sino para todos los hombres y mujeres que en el recuerdo, o en potencia, han conocido o han de conocer el sentimiento más sublime –leit motiv primordial de la existencia, motor de la humanidad- que albergan los corazones: el amor”. No sé si debería reírme de toda esa retórica. Creo que eso también cuenta como fina ironía, esa que tiene el grosor de las hojas de papel biblia, pero me da que en el fondo es triste reírse de cosas así. Queda de listo, pero es un poco de desalmados, o de malqueridos.
Hoy he soñado que entre los libros del mercadillo encontraba la antología del amor y que entre sus páginas descubría la entrada de la butaca 5 de la fila 13. Podría ser. El libro es de 1969, y ese año la película de Louis de Funès que se estrenó era El gendarme se casa, que suena vagamente romántico, o al menos tanto como el Perdona pero quiero casarme contigo de Moccia. Así que -ríanse de mi cursilería si quieren- me he tirado un rato con esa ensoñación romántica. Algo habrá que hacer ahora que se ha terminado Amar en tiempos revueltos.
La cantidad de historias que se encuentran entre las páginas de los libros…

En la imagen, el de la butaca 4 pasea con la de la butaca 5 y con el fruto de su encuentro en el Rex. Fotografía de René Maltête, fotógrafo francés de humor 4,5-9 cm.

Este texto fue publicado en Heraldo el domingo 9 de diciembre de 2012.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El mejor sitio donde pasar frío

No les garantizo que el agua que ven en la foto siga corriendo; puede que se quede congelada. Pero sí les puedo garantizar que estos días, desde el 29 de noviembre hasta el 9 de diciembre, esas casetas que ven en la foto, las casetas del mercadillo contra el cáncer de la plaza de Los Sitios (Zaragoza) tendrán las persianas abiertas, y que dentro encontrarán cosas que les gustarán y que podrán permitirse: adornos navideños, regalos, juguetes, comida, ropa, libros (¡y qué libros! ¡y a qué precio!)... Además habrá autores y personajes. A los autores y a los personajes no podrán llevárselos a casa. Todo lo demás, sí. Y todo lo recaudado irá destinado a la investigación contra el cáncer.
Los motivos para acudir siguen siendo prácticamente los mismos que el año pasado.
Abríguense y vengan, por favor. Les espero. De once a dos, y por las tardes, de cinco a nueve. Habrá caldo, y chocolate caliente, y calor humano.

La foto se la he birlado a Vicente Almazán, de sus adarmes. Pero como es muy bueno, sé que me perdonará.

martes, 27 de noviembre de 2012

Escritores cabrones

He pasado unos días rodeada de cabrones. El jueves, estuve con Jordi Sierra i Fabra, un escritor mozartiano que resulta de lo más molesto porque publica mucho ("mucho" es un término relativo, pero convendrán conmigo que más de 400 libros es absolutamente "mucho"), tiene muchísimos lectores (muchos millones) y -lo que tiene más delito- disfruta terriblemente escribiendo. A la presentación de su antepenúltimo libro acudieron un montón de editores (creo que, en rigor, fueron un montón de editoras y un editor), fans, blogueros... y Alfredo Gómez Cerdá, otro premio Nacional del Atajo Luminoso que también resulta molesto porque tiene por costumbre escribir lo que le da la gana, les guste o no a padres y profesores.
Al día siguiente estuve en la presentación del mucho más que desternillante Mejor Manolo, de Elvira Lindo, otra cabrona que anda molestando a los franceses por poner a dormir a un niño solo con su abuelo, a los finlandeses por hacer que un niño reciba collejas, y a los intelectuales rancios nacionales por hacer cosas que, como ella dijo, "restan puntos" como escribir para el cine, la televisión, o los niños.
Que molesten mucho más.

Sobre la foto, de Fernando Sancho... En realidad, toda esta entrada es una excusa para poner esta foto que me gusta tanto, esta foto tan Reservoir Dogs, que dijo "el editor", esta foto donde dos premios nacionales de LIJ, cuatro editores, una chelista y una servidora se dirigen sonrientes y con paso seguro a un futuro que parece cierto, para variar. Como que eran unas cañas y un poco de jamón.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ser jamón de york



Hay un gato persa enseñoreándose por el pasillo de una casa vacía. El gato se llama Pirracas; la casa es de mi abuela. Desde ayer mi abuela ya no está ahí, en esa casa que ya no reconocía como su casa. Mi abuela está en una residencia, pero no sé si ella lo sabe.
Quienes lo saben con toda seguridad son sus hijos. Una de ellas es mi madre. Estos días no ha parado de llorar. Mi madre, su hija.
Lo que en biología resulta tan natural, tan sencillo, es extraordinariamente complicado en la vida. Es agotador ese estar ahí, aprisionados entre ser hijos y ser padres, sin apenas tiempo de ser una sola cosa, espachurrados entre dos roles, como el jamón de york en un sándwich, un sándwich, con suerte, con queso, un sándwich de varios pisos. Aquellos que son hijos, y padres, y abuelos, se duelen con los dolores de sus padres, se preocupan con las preocupaciones de sus hijos, se ocupan de sus nietos, que les quitan y les dan el oxígeno al hacerles correr tras ellos. Dieron su aval, darán hasta su piso. Toman la tensión, se toman una aspirina, ponen el termómetro. Van al médico, acompañan a la revisión. Hacen gimnasia, llevan a rehabilitación, recogen de natación. Discuten con los padres, reprenden a los hijos, los defienden ante quienes les atacan, atacan a los que les defienden, miman a los nietos, reciben la bronca de los hijos. Y en algún secreto momento, se sueñan sin apellidos, libres de ese peso aparentemente liviano del pan de molde, para después sentirse culpables por el repudio. Es difícil ser jamón de york.
Pero el pan con pan es comida de tontos. Y ser pan no parece más fácil. No hay más que ver la desesperación de los que quieren ser padres y no lo son, la desazón de los que quieren ser hijos y ya no lo son, como mi abuela. Mi abuela tiene hijos, nietos y biznietos. Hace tiempo que no tiene padres. Y sin embargo, desgarra las noches gritando: “¡Papá! ¡Mamá!”. Será que echa de menos ser hija, ser jamón de york, y ese cobijo de la miga. Sí, es agotador estar en medio, pero ahí dentro, entre pan y pan, por lo menos hace calor. No me puedo imaginar el frío que se siente al dejar de ser hijo; no me quiero imaginar, el de dejar de ser padre.
Quizá por eso, porque ahora es solo pan a la intemperie, la tapa superior de un sándwich de tres pisos, mi abuela siempre tiene frío, y se envuelve en un chal y por las noches llama a sus padres. Solo espero que en ese momento, alguien en la residencia –una madre, una nieta, un hijo…- la arrope y le mienta y le diga: “duerme, hija”. Y ella siga soñando que es jamón de york. Solo espero eso, y que mi madre deje de llorar, y que mi hijo no vuelva a pedirme que nos quedemos con Pirracas. Y seguir siendo yo misma jamón de york.

En la imagen, el sándwich sin jamón de york. El jamón de york no es dado a aparecer en las fotos. El jamón de york siempre está haciendo algo. El jamón de york no posa ni reposa.  De hecho, en esta foto, el jamón de york hacía la foto: Sally Mann. Si quieren ver más de su Immediate Family, pinchen aquí.

Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 25 de noviembre de 2012.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Un, dos, tres, cua...



Hay cosas que a la gente le da por contar: lo que se mide, lo que se pesa, los años que se cumplen, el número de libros que uno escribe... Un día voy a prohibir que me pregunten nada que se responda con números, pero esta semana no.
Esta semana, el 21 de noviembre, cumplo años, y el 22 de noviembre acompaño a Jordi Sierra i Fabra en Madrid, en la FNAC de Callao, a contar hasta 400 (libros que ha escrito, y alguno más), al Jordi, el único escritor del mundo cuya bibliografía ocupa treinta veces más que su biografía, porque su vida es escribir.
Esta semana también contaré el número de comentarios-felicitaciones que reciba. Aviso: como reciba menos comentarios que años cumplo, cierro el blog.
Ya, que son demasiados.
Ya, que la única que necesita este blog soy yo.
Ya, que no se lo creen.
Y pensar que solo estaba pidiendo cariño. Cómo son...

Imagen birlada sin permiso de regalameflores.es, la mejor floristería on-line de Zaragoza, de Aragón y de parte del extranjero, y lo seguiría afirmando aunque no fuera de mi prima. Huelga decir que mi prima sabría dónde enviarme las flores que hagan falta.

martes, 13 de noviembre de 2012

¡Achís!

No esperen mucho de mí hoy más allá de achís, tojú, snif y la onomatopeya que corresponda a sonarse los mocos, sea cual sea. Ahora mismo el único papel que soy capaz de llenar con fluidez es el de los pañuelos. Lo hago siguiendo los consejos de Erasmo de Rotterdam, traducidos por Agustín García Calvo: “Las narices estén libres de purulencia de mucosidad, lo que es cosa de sucios. Limpiarse el moco con el gorro o con la ropa es pueblerino; con el antebrazo o con el codo, de pimenteros; ni tampoco es mucho más civilizado hacerlo con la mano. Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente”, y yo me tengo por tal. Lo malo es que he agotado todas las existencias de pañizuelos de papel de mi casa y he tenido que recurrir a otra fuente de celulosa más indigna. Junto a mí, el rollo de papel higiénico va menguando al mismo ritmo que crecen los gurruños de papel sobre la mesa y la irritación de mi nariz.
¡Ay!, echo de menos los pañuelos de tela: su extensión generosa, esas iniciales bordadas, ese gesto tan de madre de guardarlos arrebujados en la manga, ese gesto tan de mago de sacarlos de allí, su tacto fresco, su olor a suavizante… Cielos, empiezo a sonar como un defensor del libro de papel frente al libro electrónico. No es tan extraño. Al fin y al cabo, el mundo de los pañuelos va solo un paso por detrás. También los libros, como los pañuelos, comenzaron siendo textiles -de papiro, de pergamino…- antes de hacerse de papel. Pero ahora, oh, ahora los libros se han vuelto electrónicos y ante eso los hay que enumeran con los ojos en blanco las virtudes irreemplazables del libro de papel: que si su tacto, que si su aroma, que si su calidez… Los hay que nunca se cortaron con el lacerante filo de una hoja; los hay que confunden los libros con tazas de sopa de pollo caliente; los hay en fin que no limpian el polvo de la librería ni hacen mudanzas. Frente a estos nostálgicos, están los que abrazan el libro electrónico con el sectarismo proselitista de los que tienen una Thermomix, ese aparato que se anuncia como “Un nuevo amanecer”.
Yo con todo soy muy práctica. Me gusta la crema de calabaza cuando sabe rica, ya provenga de una olla Le Creuset o de una Thermomix; me gustan los libros cuando son buenos y cuando me sirven para librarme de la purulencia de la burricie, la inanidad o el aburrimiento, ya sean de papel, electrónicos, juveniles, con olores o sin pretensiones. Creo que, en caso de que existieran, hasta me gustarían los pañuelos electrónicos con tal de que sirvieran para recoger, snif, mis mucosidades de forma decente. Con eso les digo todo. Siento no poderles decir mucho más hoy excepto ¡salud! y gracias por escoger este domingo el papel, este papel.

Este texto apareció publicado la versión reciclable en el contendor azul de Heraldo el domingo 11 de noviembre de 2012.
En la imagen, de Paula Hanson, yo, tirada, optando por el papel.
Y de propina para mis lectores digitales, dos cositas.
Una: el booktrailer del libro ¡Es un libro!, de Lane Smith.
Y dos: más consejos urbanos, que no urbanísticos, cortesía y obra de Guillermo Fatás, glosando un tratado de costumbres de Giovanni della Casa. Incluyen una joya, o dos.
Della Casa se ocupa crudamente de las necesidades naturales y de cómo no procede su evocación, así sea indirecta —no se diga ya de la voluntaria—, ni aun en la calle, advirtiendo al aprendiz cómo ha de obrar ante el encuentro con heces de animales; da sabias reglas sobre el estornudo y redacta un breve sermón sobre el bostezo. Opina sobre costumbres como la de olisquear la bebida o comida, ajena y propia, y alerta contra el uso en exceso desinhibido del pañuelo de nariz, recordando al catecúmeno que del cerebro a las fosas nasales no bajan nunca “perlas ni rubíes”. El adecuado servicio que debe tomarse del mantel y la servilleta debe combinarse con ciertas precauciones sobre la masticación. El aliento que se exhala sobre el prójimo también merece su atención, al igual que la compostura en una tertulia, en la que la urbanidad exige no dar muestras de desatención o menosprecio, como ponerse a leer cartas o cortarse las uñas (...).
Sobre esto último, donde dice "leer cartas", entiéndase "consultar el correo, escribir un tuit o mandar un whatsapp". Lo de "cortarse las uñas" sigue siendo igual de feo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Mí no entender

¿Saben ese estar triste sin saber por qué? Solía poseernos a los quince años, o en otoño. Es ese sentimiento que clavó Ángel González en su poema A veces, en octubre, es lo que pasa: “Cuando nada sucede, / y el verano se ha ido, / y las hojas comienzan a caer de los árboles (…) entonces, / ya se sabe, / es lo que pasa: esas hojas, los pájaros, las nubes, / las palabras dispersas y los ríos, / nos llenan de inquietud súbitamente / y de desesperanza”. El poeta, tan sabio, acababa diagnosticando: “No busquéis el motivo en vuestros corazones. / Tan solo es lo que dije: / lo que pasa”.
Claro que eso era cuando buscábamos el motivo en nuestros corazones y no nos dábamos de bruces con él en las noticias, en el rellano de casa o en el propio buzón. Pero ahora estamos en crisis. En crisis… Cuánto mejor sería decir que estamos “en octubre”. Poesía es lo que nos hace falta.
Miren, yo no entiendo nada: ni la prima de riesgo, ni lo del rescate, ni lo del banco malo… Solo sé que el banco que veo desde mi ventana no es un buen lugar donde dormir, y alguien lo hace a diario. Me esfuerzo por comprender este nuevo esperanto que son los gráficos de la Bolsa, devoré Simiocracia, leo aquí y allá, no me pierdo ese prodigio pedagógico que es Salvados… y a veces creo encontrar una explicación. Pero entonces me invade la sospecha. Y es que, como decía Sánchez Ferlosio, lo más sospechoso de las soluciones, y de las explicaciones, y de las respuestas, es que se las encuentra siempre que se quiere. Creo que a estas respuestas se refería Javier Cercas cuando dijo el otro día en Zaragoza que la primera obligación de una persona que piensa es proteger a las preguntas de las respuestas.
Lo que sucede es que las respuestas son abrigo, y octubre no es buena época para estar a la intemperie. Yo sí quiero respuestas, pero no las del político de turno ni las del analista financiero. Tampoco me vale esa razón bíblica tan terrible, esa del castigo por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Lo que necesito es una razón poética para este octubre. Decía María Zambrano que la poesía es respuesta, mientras que la filosofía es pregunta, y que las respuestas hacen al mundo mucho más amable y más seguro. Ya lo creo, María; lo veo en los ojos de mi hijo cada vez que se asoma al abismo de una pregunta apoyado en la valla de una respuesta, aunque esta a veces solo pueda ser “es lo que pasa”.
Me dirán que qué valor tiene la razón poética, si de poesía no se come. Pues por eso mismo. Maldigo este mundo en el que hemos puesto a la economía en el lugar de quien da las únicas respuestas. Este octubre necesitamos el abrigo de la poesía. Búsquenlo, y si encuentran un verso mejor, cuéntenmelo.

Este texto fue publicado en Heraldo de Aragón el 28 de octubre de 2012.
La imagen es de José Manuel Navia, porque no solo con palabras se hace poesía.

jueves, 25 de octubre de 2012

Frágil


Mi hijo va a gimnasia artística, aunque si se lo dijeras te corregiría inmediatemente y diría: "deportiva, gimnasia deportiva". Anteayer se cayó haciendo el pino y se hizo daño en el cuello. Ayer no quería ir.
Insistió y lloró tanto que le dije, rendida:
-Muy bien, pues te desapunto y ya no vas más.
Pero entonces fue peor. Su llanto arreció y me gritó entre lágrimas:
-¿Ah, sí? ¿Y si te quito yo a ti de escritora, eh? ¿Qué te parecería? Porque como, total, te pones tan triste cuando recibes un mensaje de alguien que no le ha gustado la columna o la novela o lo que sea, ¿eh? ¿A que llamo a Paloma o como se llame tu jefa y le digo que ya no vas a escribir más? ¿Eh?
Así es, señoras y señores. El ego de los escritores es como las espinas de las rosas, cuestión de supervivencia, porque si algo somos, por encima de todo, es delicados, y por eso nos defendemos como podemos. Nos creemos terribles con nuestras espinas...  Y aun así hay días en que se nos enternecen las espinas y nos despertamos llorando y gritamos muy dramáticamente "nunca más" sabiendo en el fondo que somos incapaces de dejarlo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer sino escribir?

Mejor aún que tener espinas es tener principitos.



lunes, 22 de octubre de 2012

Dos citas


Un poco de agenda rapidita, que me ahogo en plazos de entrega.
¿Nos vemos el miércoles? El Justin Bieber de la literatura juvenil -por lo horriblemente joven, por lo guapo, por lo exitoso-  Javier Ruescas presenta su novela Play en Zaragoza. Yo pienso embadurnarme de crema antiarrugas, ponerme el traje de fan y acudir cual groupie desbocada, que además lo presenta David Lozano (Davidlozano, ¡estás en wikipedia!; Davidlozano, no olvides traerme las llaves de mi mansión). El 24 de octubre, a las 19:00 en la Casa del Libro en Zaragoza (C/ San Miguel, 4).

Y el viernes... ¿Quieren ver libros bonitos? ¿Y verme hacer el ridículo? Lo pueden hacer por el mismo precio (o sea, gratis) en la puesta de largo de ediciones sinPretensiones. Ahí estaremos, interpretando un guión de Daniel Nesquens, Mariano Lasheras -"peazo" actor y cuarto y mitad de Los Navegantes- y yo, que una vez hice de Cleopatra en una obra de teatro y me abuchearon, y que me he cortado el pelo a lo garçon. Pero no vayan por eso, vayan por los libros, que son tres joyas, y porque estarán sus autores, y sus editores, que son los mismos y dos más. Vayan por Nesquens, por Elisa Arguilé, por Alberto Gamón, por Ana Lóbez, por Chus Juste y por Julia Millán (Julia, mira que eres guay, que hay que enlazarte con Jot Down). O vayan por las croquetas, o por lo que vaya a contar Félix Albo. ¡Pero vayan! ¡Por Dios! El 26 de octubre, a las 19:30 en el antiguo Centro Mercantil de Zaragoza (C/ Coso 29).

¡Nos vemos!  

En la imagen: logotipo de sinPretensiones




martes, 16 de octubre de 2012

Seda

Para disfrazar el fin de fiesta, para que parezca tan solo un fin de semana cualquiera, ha ido al cine. Le ha costado elegir película, pero por fin se ha decidido, a ver si saben por cuál. Y luego, a recoger.
Cuando mueve la caja, la siente vacía. Ya no pesa como cuando la sacó del altillo, hace cosa de una semana. Poco a poco volverá a llenarse de cáñamo, algodón, terciopelo, plata…
Seda. Lo ha dejado para lo último, para que no se arrugue. Lo extiende ante los ojos y recuerda que su primer mantón no era así, sino de algodón. Rosas fucsias estampadas con hojitas verdes. Su segundo mantón ya fue de raso, negro, con bordados de colorines, un mantón donde irse a vivir, con sus rosas púrpuras, sus pájaros tropicales, sus pagodas chinas, un paraíso más cerca del Pacífico que de los Monegros. El mantón que ahora tiene en las manos es de seda blanca con bordados blancos. Casi hay que adivinar los dibujos, de nuevo las rosas, pero ni pájaros ni pagodas ni colorines. Le gusta pensar que, más que ganar en discreción, ha ganado en sutileza.
Hace inventario de los desperfectos. Con los años también ha aprendido a que no le hagan tanto duelo los daños. Hoy esas cicatrices del mantón son como un álbum de recuerdos: aquella quemadura de cigarro, de cuando fumaba; esa mancha que no hay forma de que se vaya, en un pétalo; aquel enganchón por donde se deshilacha una rosa desde que se le trabó el broche de la cría… Por eso cuando se da cuenta de que faltan unos flecos ya apenas se altera. También el pelo encanece y se cae.
Antes de guardar el mantón definitivamente, no puede resistir el impulso de echárselo sobre los hombros. Aprovecha ese abrazo de despedida para sentir una vez más su tacto de seda. Por fin lo pliega y lo deja en la caja con amor, como si la caja fuera una urna y el mantón, Blancanieves.
Sube de nuevo la caja al altillo y la empuja hacia el fondo. Al hacerlo, suena un choque sordo en la caja de al lado, la que contiene las bolas de Navidad.
Cuando echa el pie en el suelo, sonríe sin saber muy bien por qué. Quizá sea porque guardar todo aquello, atesorarlo hasta el año que viene, es echar a rodar la esperanza, fingir una imposible certeza: la de que el año que viene ella y los suyos, y las fiestas, volverán a estar ahí; es lo más posible. Sí, seguramente es por eso que sonríe, porque mientras cerraba la puerta del armario se ha dicho: “Bah, quién quiere vivir en un paraíso cerca del Pacífico. Aquí no tendremos océano, pero tampoco tenemos tsunamis”, recordando esa película que acaba de escupirle su propia fragilidad. “Aquí Lo imposible es imposible”, sentencia.
Cosa más bonica y delicada… los mantones, la vida. Como para no aprovecharla. Como para no llenarla de cicatrices.

Texto publicado en Heraldo el domingo, 14 de octubre de 2012.

lunes, 1 de octubre de 2012

Hacer y deshacer la cama

No siempre me hago la cama. Cuando voy de invitada sí, y entonces dejo la puerta del cuarto abierta de par en par, toda orgullosa. El lujo está concebido para mostrarlo, y hacer la cama es la más lujosa de las tareas del hogar, porque no es estrictamente necesaria. Lo demás sí. Si no friegas los platos, llegará el momento en que te quedarás sin tazas. Si no planchas, te quedarás sin camisas. Si no cocinas, te quedarás en los huesos. Pero la cama… Hacerla para deshacerla, a diario, como Sísifo, que fue castigado a empujar hasta lo alto de una montaña una pesadísima piedra que, ya a punto de alcanzar la cima, rodaba colina abajo; y vuelta a empezar, día tras día, una tarea inútil a cadena perpetua. Las sábanas bajeras ajustables y los edredones que se estiran y listo hacen más llevadera la cuestión. La roca ya no es de granito sino de cartón piedra, pero hacer la cama sigue siendo la versión doméstica del mito de Sísifo.
Y sin embargo, qué maravilla encontrarse la cama hecha. Una cama hecha es como un cuento, una perfecta ilusión de orden. No sé entonces a qué viene esa mala fama de “hacer la cama a alguien”, “trabajar en secreto para perjudicarlo” según el diccionario. Pues a mí me encanta que me hagan la cama, al menos literalmente. Me parece un acto de amor absoluto que no puede generar sino correspondencia. Amo a las camareras de hotel que estiran esas sábanas frescas y las entremeten a conciencia obligándote a descerrajar la cama; amo a mi hijo cuando me raspo los nudillos con la pared al hacer su cama; me llena de amor propio llegar por la noche a mi cama y encontrármela hecha los días en que pierde mi pereza y gana mi dignidad. La forma más clásica de hacer el amor es en la cama, pero la forma más básica de demostrar amor es hacer la cama.
Ahora se ha puesto de moda la trilogía erótica de Cincuenta sombras. Millones de lectoras fantasean con los jueguecitos sadomasoquistas de Grey y Anastasia mientras millones de maridos de lectoras se preguntan si deberían ir a por unas esposas. Pero es todo mucho más sencillo. No tienen más que fijarse en qué hace el marido de E.L. James, la autora de la trilogía. Y lo que hace es, menos la colada, todas las demás tareas domésticas. Mientras su señora deshace literariamente las camas, él estira las sábanas, levanta levemente el colchón, desliza los extremos de la funda nórdica, ahueca las almohadas, dobla un pijama y un camisón que seguramente no es de seda y de encaje sino de algodón. Es todo mucho más sencillo, tan sencillo como que para deshacer la cama, antes tiene que estar hecha.
¿Quieren hacer el amor? Déjense de esposas, látigos y zarandajas. Hagan la cama, señores. Y si gustan, dejen estas líneas sobre el embozo.

Este texto se publicó en Heraldo de Aragón el 30 de septiembre de 2012, y aunque esta vez apareció atribuido a mí, también tuvo su aquel. Pero eso lo cuento mañana, o pasado.
Imagen: Unmade bed, de Imogen Cunningham.

martes, 25 de septiembre de 2012

Quiero ser negra

Esto de ser columnista de provincias se está poniendo emocionante. Primero fue la censurilla, y ahora me he convertido en… -no sé cómo decirlo- ¿negrera involuntaria?
La cosa fue que este domingo apareció en el Heraldo de Aragón (versión plegable, manchable y reciclable en el contenedor azul) una columna no escrita por mí pero firmada por mí. Imaginen por un momento que el texto de Almudena Grandes aparece firmado por Elvira Lindo, sin ánimo de afinar la comparación y salvando las distancias entre las mencionadas y las implicadas, que son las oceánicas distancias del humor.
Mi pseudocolumna, que escribió en realidad Aloma Rodríguez, es esta. En ella Aloma dice -y yo firmo- cosas como: “No sé cuál es mi primer recuerdo de Labordeta, aunque él hablaba de una visita a Cantavieja, durante un verano en el que mi madre trabajó allí. Tengo muchos recuerdos de Labordeta: las cenas de Casa Emilio, los cafés en el Levante, un viaje en su coche a Lechago para acudir al entierro del padre de Luis Alegre (…) Una vez (…) le confesé que estaba aprendiendo a tocar la guitarra”. Mi madre -no la de Aloma, la mía-, que todo lo cuenta, se ha descubierto de pronto una vida secreta, y tiene a sus amigas, que todo lo leen, turbadas con ese desenmascaramiento cantaviejuno. Yo estoy esperando a que alguien me pida la guitarra, el teléfono de Luis Alegre o que me reproche que no le presentara a Labordeta (más quisiera yo). Eso sí, en Casa Emilio he comido, seguramente más veces que Aloma, y cafés en el Levante… con churros, y con Nesquens a poder ser.
Hoy me he planteado qué habría sido peor, lo que sucedió –firmar algo que no escribí- o lo inverso –que otra persona firmara algo que hubiera escrito yo. Con lo segundo me siento más cómoda. De hecho, ya lo he puesto en práctica algunas veces. He escrito discursos que no he pronunciado, he escrito textos que han firmado otros... Prefiero ser negra a negrera. En realidad, creo que esa es mi verdadera vocación: la de negra. No negaré que es agradable el reconocimiento. Pero y lo cómodo que es no pretenderlo... Además, yo escribo por vicio, e intento vivir de ello, sí. Y a los negros se les paga doblemente, por sus letras y por su silencio, y yo soy extraordinariamente letrada y discreta.
Si posees una fortuna y quieres escribir tu autobiografía, no dudes en ponerte en contacto conmigo. Yo escribiré por ti. Tengo dos leyes para estos encargos: máximo esfuerzo y discreción total. No encontrarás otra negra como yo. Escríbeme y te escribo, mi amol.
En la foto, obra de Rebeca Saray, como dirían en el Heraldico, Begoña Oro.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sus Altezas...

Escribí sobre la familia real. Una columna, esta. No puedo decir que me la censuraran. Pero me invitaron muy educadamente a revisarla.
En ese momento, un escritor visceral pega un puñetazo en la mesa y dice: “¡o sale así o no sale!”, y añade un exabrupto. Pero yo soy una escritora muy cerebral, y muy mirada, y tengo muchos pelos en la lengua. Lamento si esto defrauda a alguien, pero hoy he leído un tuit de John Carlin que viene a explicar la coartada moral para ser como soy. Su tuit decía: “hay que ser buena persona antes que ser buen periodista”. Donde dice “periodista”, póngase “escritora”. Y mis pelos en la lengua tienen que ver con eso, con intentar ser buena persona, sin convertirme en un felpudo a poder ser.
Total, que cuando recibí esa respuesta del periódico, revisé el texto, toquiteé dos cositas y lo volví a enviar. Y entonces la respuesta fue “bueno, vale”. Pero yo me quedé inquieta. Y entonces se lo envié a alguien aún más cerebral que yo, alguien tan mirado que ni quiere que le identifique por no verse vinculado a este blog. Y le dije: “¿cómo lo ves?”. Y me dijo: “Definitivamente no pasa el test del FT. No va a haber dos personas que interpreten lo mismo. Imagino que ahí está el riesgo.” Y yo le dije: “¿El test FT?”, y le comenté que a mí no me importaba que interpretaran cosas diferentes. Y el señor Cerebral respondió: “A mí me adiestraron como manipulador profesional para que no quedara espacio para la interpretación. En un seminario de comunicación contaban que a los periodistas del Financial Times, en teoría con lectores sofisticados [no sé qué le hace pensar al señor Cerebral que mis lectores no lo son], les piden que sus artículos los pueda leer un niño de 12 años.”
¡Ostras! Toda la vida repitiendo eso de que la literatura infantil es aquella que también pueden leer los niños (la juvenil nadie sabe lo que es), ¡y ahora resulta que el Financial Times es el paradigma de la literatura infantil!
El señor Cerebral aún añadió: “Me temo que las múltiples interpretaciones son peligrosas en temas en los que hay gente fundamentalista con muy poco sentido del humor.” (Creo que ahí le faltó poner una coma porque no existen los fundamentalistas con sentido del humor.)
Y yo que me había declarado fan de la ambigüedad... Una vez les dije a los de El Tiramilla: “Creo que los lectores se merecen unos textos cargados de significado, de significados (pocas cosas me hacen tan feliz como unas palabras susceptibles de varias interpretaciones).” Glups.
Pues mira, no publicaré en el Financial Times, o sí, porque cuando escribo textos de divulgación, intento ser lo más clara posible. Igual ahí está el quid de la cuestión. En divulgación, o en manipulación, las múltiples interpretaciones pueden ser confusas o, como dijo el señor Cerebral, “peligrosas”. Pero en una columna de opinión, o en literatura… ¡En literatura son gozosas! Y además son imposibles de evitar. Eso sería como pretender poseer “la verdad en exclusiva” y aspirar cándidamente a transmitirla tal cual (don Juan Carlos, el abuelo, me tiene loquita con ese concepto de “la renuncia a la verdad en exclusiva”).
No hay “verdad en exclusiva” ni respuesta correcta en las preguntas de comprensión crítica. Cada uno lee lo que le da la gana. Si en algo somos soberanos es en eso, en la libre interpretación, y apropiación, de un texto, de un mismo texto. La lectura nos hace regios. Así que, Sus Altezas, vaya desde aquí mi reverencia. ¡Viva el Rey o Reina que es usted en tanto me lee! ¡Viva la lectura! He dicho.
Y después de este arranque, me voy a seguir preparando ejercicios de comprensión lectora para niños a punto de leer el Financial Times. Ustedes, si quieren, pueden dejar su propio ejercicio de comprensión lectora en los comentarios. Me encantaría.

En la imagen: futura reina en prácticas de reinado (sobre un texto). Pero para soberanas al cuadrado, no se pierdan la maravillosa historia de una pasión lectora protagonizada por la reina Isabel II en Una lectora nada común de Alan Bennett. Háganme caso.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Foto de familia (real)

[Esta columna, que tiene tela, cuenta con palabras la famosa foto con la que se estrenó la nueva página web de la Casa Real. Es que, aunque sale el domingo, entrego la columna ¡los miércoles! Pero claro, luego salieron todas esas fotos de Cristina García Rodero. Y sobre ellas... qué quieren que les diga; que las habría hecho mejor mi vecino. Miren esto y juzguen si es pasión de vecina.
Sobre esta columna les diré que tuvo sus idas y venidas, y que no apareció publicada tal como fue escrita inicialmente. Eso me da pie a compartir con ustedes algunas jugosas reflexiones, pero como no quiero alargar más este post, lo dejo para mañana, o pasado. Mientras tanto, será muy interesante saber qué les parecen estas líneas.]

Hay tres personas -un abuelo, su hijo y la nieta-, y la certeza de que hay que contar la historia empezando por el abuelo.
El abuelo. Solo tiene ojos para su hijo. Lo mira riendo. Afable, campechano, como se empeñan en decir; un adjetivo que parece haberse inventado solo para él. Una cree que al abuelo se le partiría el corazón si su hijo no le devolviera la risa. Pero el hijo no va a darle ese disgusto a su padre. El hijo hace lo que se espera de él.
El hijo. Ríe con la cara levemente girada, solo una oreja a la vista. Con la oreja que no se ve en la foto escucha la risa de su padre. Con la boca que sí se ve, le devuelve la risa y enseña él también los dientes. El hijo está en todo; responde a su padre sin dejar de mirar al frente. Eso pasa factura, claro, y lo que en el abuelo son decenas de pequeñas arrugas de expresión, son en el hijo cuatro hachazos en la piel. Los ojos del hijo se achican. Es la risa, o el sol. Están al aire libre. No hay más textiles que juzgar que los de sus trajes. Una pena, con lo mucho que dicen los estampados de un sofá… Pero del hijo ni siquiera podemos juzgar la corbata. No se le ve. Se la tapa por completo, incluso el nudo, la niña.
La nieta. “Los niños primero”, se dice. Normalmente para salvarlos. A la niña la han colocado en primer plano, delante de su padre. Donde debería verse el nudo de la corbata del padre, se ve el lazo de la niña. Una se pregunta por qué el padre no coge a la niña de la cintura, por qué no la abraza, por qué cierra el puño derecho, como reprimiendo ese gesto protector. En cualquier caso ella no parece echar en falta el abrazo. Descansa confiada los codos sobre los muslos trajeados de su padre.
La niña mira disimuladamente hacia un lado, a la izquierda del fotógrafo. Quién sabe si allí estará su madre, o su hermana, o un perro. O el jefe de prensa. La niña sonríe. Igual lo hace porque ve al perro, torpón, perseguir una mariposa, o igual porque es risueña, o porque es obediente y alguien le ha dicho –hace rato-: “sonríe”. Quizá sonríe porque es una niña.
El aire le lleva el pelo hacia la cara y parece soplar solo para ella. Si llevara puesta una capa, ondearía al viento. Así, con una capa, no cabría duda de que la niña es una superheroína. De hecho igual nadie la abraza porque es ella la que protege a su padre y a su abuelo con esos dos superpoderes que irradia: el superpoder de su Inatacable Inocencia, que hace rebotar la ira de los adversarios, y el superpoder de su Deslumbrante Rubiez, que ciega momentáneamente a quien la mira y le impide ver nada más.
La niña tiene pelo de princesa, cara de princesa y lleva un vestido de princesa. La niña es una princesa. Pero parece un escudo humano. O una superheroína. Superleonor.

Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 16 de septiembre de 2012.

Desnuda

Al chalado o chalada que entró hace unos días en este blog buscando en google "Begoña Oro desnuda"... Vale que a veces, recién salida de la ducha, se me haya escurrido un poco la toalla por este blog, pero desnuda... Desnuda me encontrarás si pinchas aquí. Y no busques más, por Dios.
Un casto saludo,
La Oro

Sobre la imagen: El desnudo de pies y manos es de Brett, no Edward, Weston.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Rajoy, Merkel y Bob Esponja

Debería obligar a mi hijo a ver la tele en inglés. Pero mi hijo, que negocia como para mandarlo a una cumbre europea, me ha convencido de que si pongo la tele en inglés, al menos le ponga los subtítulos en castellano, porque así también lee. Y eso hago.
Gracias a eso, y no sé si a un error o una genialidad de un técnico de RTVE al borde del despido, este mediodía he visto el episodio de Bob Esponja más delirante que se pueda imaginar.
Mi hijo había puesto la tele en inglés con subtítulos en castellano, y lo primero que he leído ha sido "nuestra cooperación económica". En la pantalla aparecían Bob Esponja y Calamardo juntos. Vaya, este capítulo promete, me he dicho.
Luego Bob Esponja decía en los subtítulos: "Estamos haciendo unas manualidades. He aprendido a trenzar cestas" y de repente algo de "la mejora de la competitividad".
Y luego: "Así que has estado falsificando dinero". Y después: "Entre las reformas que se han dado".
He puesto rápidamente el canal 24h. Efectivamente, ahí estaban Merkel y Rajoy en plena rueda de prensa, trenzando cestas.
Entonces he vuelto como una loca a la cadena de clan y los subtítulos del episodio han seguido mezclándose con los de la rueda de prensa en una sucesión que -es triste reconocerlo- no siempre resultaba disparatada. Me he puesto a copiarla y juro que salía algo así: ¡Cáspita! (Patricio). Estamos comprometidos con la defensa de la moneda común (Merkel). Oh, no estés triste (Bob Esponja, creo). Con un mercado interior. Hala, más despacio. Me asusta (Rajoy o Patricio, no sé). Puedes hacerlo (Merkel o Bob Esponja, dudo). Un poco de intimidad, por favor. Por eso tenemos la obligación de seguir desarrollando la zona euro. ¡Ay! ¡Hombre! Vamos a tener que tomar decisiones al respecto. Hola, señor Calamardo. Soy el señor Puntilloso. Esta visita ha contribuido a que las relaciones. Estoy buscando un artista de verdad. ¿Eh? Alemania y España van por el buen camino. Las dificultades las vamos a superar. Yo no hago cosas. Yo las juzgo. Soy un juzgador (esto no recuerdo si lo decía el señor Puntilloso, la Merkel o el señor Cangrejo). ¡No me juzgue! (no sé si Rajoy o Bob Esponja). En los mercados. Te daré 500 pavos por él. Los tipos de interés alemanes son muy bajos. Apuesto a que no volverá a vender. Tenemos que hacer una política bancaria común. ¿Tienes algo más? (Patricio agitando unos billetes).
El momento más delirante ha sido cuando el señor Cangrejo gritaba tras su mesa de despacho "¡Oh, dinero! ¡Dinero, dinero, dinero!" mientras hablaba la Merkel. Aunque también me ha gustado mucho el momento en que se leía "Tenemos que hacer buenos productos y venderlos", seguido de "¿Otra tanda de burguer cangreburguer?".
¿Será esa la solución, hacer burguer cangreburguer? ¿Estará la solución en el Fondo Bikini?
Por si acaso, no pienso perderme el próximo capítulo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cuestión de penetración


Una vez más, como decíamos ayer... Ya sé lo que es el arte. Se lo oí decir el otro día a Wajdi Mouawad.
Contaba Wajdi cómo un día, esperando a un amigo frente a la catedral de Notre-Dame, en París, vio llegar a una viejecita con un andador. La anciana entró a la iglesia sin problemas. No había escaleras. En ese momento, Wajdi pensó: "Qué bien. Menos mal." Pero también pensó: "¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo no me fijé en que no hay escaleras para entrar en Notre-Dame, que las puertas están a ras de suelo?". ¡Qué fácil es entrar! Llegas, das unos pasos, y estás dentro.  Y sin embargo... Existe una relación inversamente proporcional entre esa facilidad de entrar y la complejidad simbólica-religiosa-metafísica-arquitectónica que encierra la catedral. Pero entras como quien va a la panadería. El caso contrario sería encontrarse con quinientos escalones para llegar al fontanero. Lo mismo sucede en el arte. Lees a Kafka, decía Wajdi, y entiendes todas las palabras, todas. Pero su obra es tremendamente compleja. Como se le ve muy buen chico, Wajdi no puso el ejemplo inverso, pero también hay obras que son como esos cientos de escaleras que conducen a un lugar anodino, obras plagadas de obstáculos, subordinadas y alardes que no van a ninguna parte.
Una obra de arte, explicaba Wajdi, debe ser algo a lo que sea fácil entrar pero difícil penetrar.
Voilà.
Alguna vez, cuando me han preguntado por mi estilo, he dicho que era "entre col y col, lechuga", que aspiraba a decir cosas serias con humor, o a plantar lechugas bajo una apariencia de lectura fácil y sencilla. Pero lo que propone Wajdi es mucho más ambicioso. Wajdi propone que todo sean lechugas, aunque parezcan coles.
A Wajdi lo escuché en Santander, en la UIMP, y fue el mayor descubrimiento que he vivido en mucho tiempo. Yo había ido allí, al Palacio de la Magdalena, a recibir un curso sobre guión, un taller impartido por Helena Medina, que nos enseñaba a quitar escaleras y facilitar la entrada, y por José Manuel del Pino, que nos ayudaba a acceder al misterio que hay detrás de la obra de arte. No habría salido de palacio en la vida. Qué gusto da aprender, por no emplear otro verbo que pueda desbocar sus malos pensamientos.
Si han aprendido algo mejor este verano, cuéntenmelo. Feliz regreso. Que la reentrée les resulte fácil.

La imagen, de Fernando Sancho, es del cajón de una sacristía. Y si quieren saber por qué las uñas de los dedos gordos de mis pies están del color de esa casulla, sepan que lo contaré en rigurosa exclusiva en El Tiramilla dentro de unos días.

PD1: Editores de LIJ que me leéis, ¿de verdad no queréis "Un obús en el corazón"? ¿Y en vuestro catálogo?
PD2: Pido perdón a quienes llegaron aquí con la vana esperanza de encontrar cierto contenido erótico-festivo. Los asiduos de este blog ya saben cómo me las gasto, pero si usted llegó por primera vez aquí, sepa que me rijo por un lema, "a lo sesudo por lo baladí", que a veces se amplía y se transforma en "a lo sesudo por lo sexy". En realidad soy una pacata.

martes, 7 de agosto de 2012

Días con la tribu


“Cuando seas padre, comerás huevos”. Yo abogo por “cuando seas madre, sabrás lo que es la democracia”. Al fin y al cabo, tiene esa fatalidad, ese tocar de narices típico de los refranes, ese decir lo que uno ignorará por más que le avisen, aunque sea en verso, y que total acabará sabiendo sí o sí. Así son los refranes, tan inútiles como las cremas antiarrugas. Aun sabiéndolo, me he impuesto como cruzada personal e inútil de estas líneas prevenir a quienes no son madres y ofrecer consuelo (tonto) a quienes lo son.
Democracia es cuando todos tienen derecho a opinar, como cuando nace un bebé. Todo el mundo sabe qué hacer con él, menos tú. Las de la liga de la leche, el doctor Estivill, el González, tu madre, la suegra, los vecinos… Como cada uno tiene una idea distinta y a menudo opuesta de cómo criar al bebé, sabes seguro que te equivocarás a ojos de alguien. Y si no lo sabes, ya se encargarán de decírtelo. Nadie se guarda su opinión ante un bebé. Los bebés son como la comida en los banquetes de boda, especialmente elaborada para hacernos a todos críticos gastronómicos. Una acallaría a esos críticos sabiondos que lo mismo saben cómo salir de la crisis que por qué llora el niño, los acallaría o los condenaría a no dormir diez noches seguidas con ese bebé insomne. Pero aún hay que sonreír y agradecer las ideas, tal que en una democracia. Y, conforme el bebé crece, hacerlo lo mejor que se puede, sin ninguna garantía de éxito, claro, y rodeada de los más negros augurios: “tú deja que se ponga tu bata, y acabará como Norman Bates, o como Falete", “¿cómo lo dejas ir solo?”, “lo proteges demasiado”, “trabajas demasiado”, “lo mimas demasiado”, “le exiges demasiado”, “estás demasiado pendiente”… Y haciendo lo mismo, una sube y baja en la balanza de la opinión ajena como si estuviera en el Shambhala de Port Aventura.
“Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”, dicen. ¿Pero qué tribu, si cada uno dice una cosa? Para educar a un niño, hacen falta ganas, amor, un arsenal de noes, una fuente con autollenado de serenidad, una planta de reciclaje de errores, cuentos… y posiblemente, sí, la tribu entera. Eso sí, para aguantar a la tribu, hace falta una de paciencia...
Educar a un niño de forma tribal dista mucho de ser un método perfecto. Pero en este momento parece el mejor de los métodos posibles. ¿No era eso la democracia?
(Estas líneas no habrían podido escribirse sin la colaboración de varios miembros de la tribu que jugaron con mi hijo mientras su madre ignoraba olímpicamente a su retoño y se concentraba en escribir, lo que, a ojos de algún experto miembro de la tribu, fomenta la autonomía del niño, y a ojos de otro, lo aboca a un futuro seguro de asesino en serie.)

[Sobre la imagen: si quieren vivir instantes extraordinarios y plácidos a costa de instantáneas ordinarias, háganse con el juego de cartas de la imagen. Es el juego de familias de toda la vida (el de la familia india, la esquimal, perdón, inuit, la china...) pero en bonito, con fotos antiguas e imágenes de la familia en la playa, en la nieve, en el balcón, en bicicleta... No me digan que no prefieren oír a un retaco pedir "el grand père de la famille à vélo" a que pida "la niña china"  (sí, soy una snob). Y qué me dicen de esa sensación que produce escuchar gritar a un hijo alborozado: "¡Tengo una familia! ¡¡TENGO UNA FAMILIA!!"]

lunes, 30 de julio de 2012

¿Vacaqué?

Queridos lectores:
Los escritores no conocen la palabra "vacaciones". Yo lo más cerca que he estado de unas vacas (herens) ha sido ahí donde me ven en la foto, hace unas semanas, en Suiza. Pero incluso ahí trabajaba. Que si abre el paraguas, que si quita el nido de abeja, que si prepara el beauty dish... No les pongo enlace para que vean lo que es un beauty dish, si es que no lo saben, porque lo que se puedan imaginar -un plato de belleza cruda, listo para devorar- es mucho mejor que la realidad. Hasta en la foto trabajaba. Si yo les contara...
Pero me voy. Lo que quería con este post es desear a todos los que no son escritores unas felices vacaciones. Y a los que son escritores, que les cunda.
Conduzcan con cuidado y bailen sin él. 
Manden postales a direcciones postales.
Lean buenos libros, conozcan buenas personas y coman buenos alimentos.
Y algunos días compren el periódico y no lo lean.
Ah, y no se fíen de las personas que siempre andan dando consejos, acabando sus textos con imperativos.
Les dejo. Tengo trabajo. Estoy terminando una novela.
Con mucho cariño,
La Oro
PD: Quienes lo sientan necesario pueden añadir mentalmente todos los "y queridas", "y lectoras", "y escritoras"... que deseen. Yo es que estoy un poco vaga.

lunes, 23 de julio de 2012

Las fabulosas canciones del verano

[Aviso: aquí va una columna con enlaces. Si pinchan en ellos, que sea bajo su enterita responsabilidad.]
Es tal la sutileza de las canciones del verano (“mami, qué será lo que tiene el negro”, “a ella le gusta la gasolina; dame más gasolina”, “aserejé ja dejé”…) que nos dejamos las neuronas tratando de descifrar sus significados más ocultos y pasamos por alto los más obvios. Sucedió con “Los micrófonos”. “Prova, prova los micrófonos”, jadeaba hace unos años una políglota italiana con ese insuperable tesón de las canciones del verano. Pero la gente se dedicaba a pensar en cosas raras y tórridas en vez de concentrarse en el mensaje literal. Y mira que Tata Golosa lo decía claro e insistentemente: hay que probar los micrófonos. Solo así podemos saber cuándo se nos oye y cuándo no, y hablar en consecuencia. En realidad, “Los micrófonos” era una canción política, dirigida a políticos, que de haber sido convenientemente escuchada habría ahorrado a nuestros próceres más de un bochorno.
Los micrófonos captaron el “que se jodan” que dijo Andrea Fabra cuando creía que no la oían, y ahora es ella la protagonista de esa canción del verano que se anda con las mismas sutilezas que la diputada y que reza: “que se jodan los que ocultan, que se jodan los que insultan (...) y si soy parado digo: que se joda Andrea Fabra”. Muy bailable no es, pero desahoga casi tanto como el “Que la detengan” o el “Candela, que te den candela; veneno, que eres un veneno; cobarde, que has sido un cobarde. Con Dios y te aguante tu padre”. ¿O era “tu madre”?
Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser. No enciendas las luces que tengo desnudos el alma y el cuerpo”, cantaba Alejandro Sanz en una canción del invierno. Es cuando nadie nos ve, cuando nadie nos oye, o cuando creemos que nadie nos ve (no enciendas las luces) ni nos oye (prova prova los micrófonos) cuando somos tan miserables o tan grandes como podemos llegar a ser. Richard Avedon fotografió a Marilyn Monroe cuando nadie la veía, después de horas de haber hecho de mujer sexy, y salió la foto de Norma Jean, una mujer con la mirada baja y la inseguridad de quien duda si llegará a ser feliz alguna vez, el retrato de un animalillo indefenso. Es ahí, cuando nadie nos ve, cuando nadie nos oye, cuando sale el animal que somos, ya sea cervatillo, cerdo, mariposa, leopardo o alimaña. Si queremos seguir ocultándolo, será mejor comprobar los micrófonos. Qué gran moraleja.
A ver si la canción del verano va a ser la heredera de la fábula. Si no a santo de qué tanto animal: que si el tiburón, que si el “venao”… Y esas moralejas: “para hacer bien el amor hay que venir al sur”, “dale a tu cuerpo alegría (Macarena)”, “toma vitamina cuando te enamores y nunca llores”, “maiahii maiahuu”… “Prova, prova los micrófonos.”

Esta columna apareció publicada en Heraldo el 22 de julio de 2012.

lunes, 9 de julio de 2012

Zapatos nuevos

Aprendí pronto que la alegría puede considerarse fuera de lugar.
Cuando murió mi abuelo, siendo yo niña, mi padre estaba en Chile. Mi padre volvió tan pronto como pudo, que fue mucho más tarde de lo que habría querido, y cuando entró en casa de vuelta de un viaje largo y durísimo, yo salí a recibirlo emocionada con los zapatos que me acababa de comprar mi madre en Kickers, allá en Los Enlaces. “¡Mira mis zapatos, papá!”, fue mi saludo. Recuerdo que mi madre me fulminó con la mirada. Mi padre siguió arrastrando la maleta hacia su cuarto. Los dos estábamos de estreno: yo estrenaba zapatos y mi padre estrenaba orfandad.
No estoy segura de si hice mal. Lo que era extemporáneo, inoportuno e inconveniente, no era mi alegría sino que mi abuelo hubiera muerto en aquel momento, cuando su hijo estaba fuera, cuando iba a sentirse culpable por no haber estado ahí. Nunca es momento para que se muera un padre. Evidentemente.
Recuerdo esta anécdota esta semana llena de miradas fulminantes, llena de gente intentado hacer sentir culpable a otra gente por estar alegre. España se ha dividido entre los que gritaban “goool” y los que reclamaban silencio como la enfermera de aquellos clásicos carteles; entre los que admiraban a Torres y los que admiraban a los bomberos, como si no se pudiera admirar a los dos a la vez; entre los partidarios del epicureismo y los de una especie de estoicismo preñado de intensidad (esto Irene Vallejo lo explicaría mucho mejor). Yo no soy futbolera, pero creo que hay que ser cenizo (y perdonen la palabra en estas circunstancias) para afear la alegría a alguien. Bienvenida sea, y más ahora. Cuándo celebrar si no las cosas buenas que nos pasan, si la alegría también caduca. La alegría no espera. Por eso cuando nos asalta solo cabe levantar las manos y dejarse hacer.
A los males que ya sufrimos, no podemos sumar ese “conlaquestácayendismo” que amenaza con devorarnos el ánimo. Los columnistas vivimos acobardaditos. Ya no nos atrevemos a hablar de ligerezas. Los cómicos ya no saben si pasarse al drama. En Internet los tuits se vuelven graves. Hasta los fruteros parecen temer vender rodajas de sandía, tan joviales. A este paso, la gente acabará teniendo miedo de reír en público, no vaya a llegar un patrullero de la preocupación y le espete: “¡Cómo puede reír! ¡Con la que está cayendo!”.
Se puede reír. Se debe reír. Y no por ello lo demás no importa. No es que nos baste con pan y circo. No es que no duela lo quemado, lo recortado, lo perdido... ¿O qué se creen? ¿Que aquella niña no estaba triste porque ya nunca volvería a estirar aquellas enormes orejas de su abuelo? Es solo que por un momento, solo por un momento, se sintió como chica con zapatos nuevos.

Este texto apareció publicado en Heraldo el 8 de julio de 2012.
Fotografía de Gerald Waller.

domingo, 1 de julio de 2012

Poteitos, potatos y esferas

He descubierto por qué las relaciones humanas acaban en drama. O en "no hay quien te entienda". O en you say poteito and I say potato. Es porque somos unos ilusos que pretendemos transmitir lo que llevamos en la cabeza o lo que nos pesa en el corazón con palabras, y así no hay manera. La clave me la ha dado un cómic de Max (pinchen en la imagen para ampliarla):


El cómic ilustraba este texto de John Dewey (parece un poco espesito al principio pero se aclara al final):
 La importancia del lenguaje para la adquisición de conocimientos es indudablemente la principal causa de la idea común de que el conocimiento puede transmitirse directamente de unos a otros. Parece casi como si todo lo que tenemos que hacer para llevar una idea a la mente de otro es introducir un sonido en sus oídos.
¿Vieron cómo fracasa el lenguaje en el cómic de Max? Estrepitosamente.
Que le hagan ver eso a un educador, que tiene otros recursos -la acción, la experiencia...-, vale. ¿Pero cómo suena eso a un escritor, que solo tiene el lenguaje? ¡Como para tirar la toalla!
Además, si difícil es transmitir conocimientos a través del lenguaje, ni les cuento transmitir sentimientos. No quiero ni pensar en la insuficiencia del lenguaje para transmitir algo tan informe, difuso y privativo como la vergüenza, el dolor, el amor o la rabia. Al fin y al cabo, una esfera es un concepto limitado, concreto, inopinable. Pero el sentimiento es al conocimiento como una patata a una esfera. Comparada con una esfera, una patata es algo informe, imperfecto, siempre diferente; es algo a lo que le salen raíces si lo dejes estar, y acaba oliendo fatal si se pudre.
"Llevar una idea a la mente de otro"..., decía Dewey. ¡Pues anda que llevar un sentimiento! Piensen, piensen en la cantidad de veces que acaban a la gresca en el intento en su vida diaria. ¡Ay, y yo que andaba escribiendo una novela, intentando llenar el bocadillo mental de mis lectores con un montón de patatas!
Aunque tal vez... Sí, tal vez sea posible. Tal vez alguna vez, como se dice en este precioso vídeo, "los ojos de una novela permiten que un cerebro toque delicadamente a otro cerebro". Alguna vez... Justo la vez de "érase una vez".
¿Me explico? ¿Se me entiende? ¿Patata?
¿Po-tei-to?

El cómic y el texto citados aparecen en La educación según John Dewey, de Maite Larrauri y Max (ed. Tándem). No se pierdan la colección completa, "Filosofía para profanos".
Muchísimas gracias a Mara Oliver por el vídeo.
Y alégrense el día. Pinchen, si no lo hicieron ya, en el enlace poteito.

miércoles, 13 de junio de 2012

Lo que te mereces


Voy contando lo feliz que estoy porque en la Feria del Libro de Madrid tuvieron que poner vallas para controlar la cola que se formaba ante la caseta donde firmaba libros. Lo que no he contado, hasta ahora, es lo del año pasado.
Era un bonito día de primavera. La editorial me había sacado el billete del AVE para ir a firmar a Madrid en la Noche de los Libros. Como se trataba de escribir, me puse un vestido ideal con letras manuscritas estampadas y con escote palabra, de honor, y unos taconazos. Parecía la Carrie Bradshaw de las letras. En el bolso llevaba tres bolígrafos diferentes, por si explotaban, por si perdía uno, por si se gastaban...
Llegué a Madrid y me fui a mi puesto. Tenía asignada una hora de firmas en el lugar más concurrido de todo Madrid, la FNAC de Callao. No era la única. Cada hora firmábamos cinco autores a la vez. Nos situaban a pie de calle, en una especie de parrilla de salida, todos en paralelo, mirando al frente. Delante teníamos una mesa con mantel blanco sobre la que tamborilear. Detrás, un solícito camarero que nos traía canapés y bebidas. Ya sabían lo que se hacían, ya.
Preparados, listos, ya. A mi derecha, Benjamín Prado hacía trampas. Se traía unas amigas de casa. Las amigas no le compraban libros pero le traían un whisky y le daban conversación. A mi izquierda, Jorge Molist acariciaba su bolígrafo. A la izquierda del todo… Mariló.
“¿Y eso?”, preguntó Molist haciéndose el intelectual, que es lo que toca en esas circunstancias. A mí no me importó hacerme la maruja y contarle que aquella ante la que hacían cola más de cien personas era Mariló, la Ana Rosa Quintana de la 1. Mariló no había plagiado nada ni había encargado ningún error informático a su cuñado, pero ponía su sonrisa profident y su cuerpo serrano en la cubierta de un libro de recetas.
Cuando Mariló había dado 76 vueltas, los demás aún no habíamos salido.
Mariló se hinchó a firmar. Yo me hinché a canapés. Firmé cero libros.
No me importa, ni me importa que Mariló firmara tanto. Creo que al final los escritores encuentran a sus lectores y los lectores a sus escritores, aunque hay lectores, pobres, que no encuentran sus escritores y acaban creyendo equivocadamente que no les gusta leer. Pero en general los escritores acabamos teniendo los lectores que nos merecemos, y viceversa.
Supe de un escritor al que se acercó una lectora para decirle lo mucho que le había gustado su libro. El escritor se dedicó a examinarla, juzgando si era digna de él. Valiente cretino, cuestionar a quien ha dedicado minutos, horas de su vida a leerte… Ella dejó de leerle. Él no se la merecía. Ante un lector, solo cabe el agradecimiento. Gracias.

Con este texto, que apareció publicado en Heraldo el 10 de junio de 2011, acabo con las entradas ombliguistas y me dispongo a darles su merecido: fotos bonitas y textos sublimes, o viceversa. Esa es mi intención. Gracias, de nuevo, de corazón, de verdad, por leerme. Sigue asombrándome que lo hagan. No soy digna.

En la imagen: Mariló.