lunes, 16 de enero de 2012

Ergonomía del supositorio

Ojalá sea la primera en desvelarles esto. Entonces me recordarán como se recuerda a quien te dijo que los Reyes son..., a quien te regaló la batamanta, a quien te descubrió los crepes congelados de Ikea o los helados de Mercadona, como Helen Keller recordaba a a Anne Sullivan… como se recuerda, en fin, a quien trae consigo una revelación.
Allá va, la revelación: ponemos los supositorios al revés.
Hacemos mal. Los supositorios han sido diseñados bajo parámetros de fisonomía y tecnología de última generación (esta frase la he copiado de la descripción de un colchón de Pikolín, pero va al pelo). Esa punta redondeada tiene su porqué y debería ser lo último que entrara en salva sea la parte (mis padres no quieren que hable de culos). Pero nos creemos que tenemos una bala entre las manos y además pensamos que así hacemos el tránsito más llevadero. ¡Ay, cuántos males trae la conmiseración! Pues sepan que hay un buen motivo para introducir los supositorios por la parte más ancha y dejar la punta para el final y es que, de esta forma (esto será estrictamente anatómico, mamá), al presionar las nalgas sobre el extremo redondeado, se facilita el impulso y por ende la correcta inserción del supositorio. Igual es más doloroso, pero es más eficaz.
De aplicar este mismo principio al clásico “tengo dos noticias: una buena y una mala; ¿cuál quieres primero?”, estaría claro que la mala iría en primer lugar, y que la buena actuaría de bálsamo para encajar mejor la anterior.
Parece que hay quienes no ignoran este principio, y de ahí que nos sometan a medidas económico-terapéuticas en grueso, sin ese sedante y mentiroso “no será nada”, sin empezar por la puntita. Hombre, ya puestos a padecer algún tipo de sodomía (te quejarás, papá, lo fino que me está quedando), solo nos queda confiar en que sea eficaz, en que tenga fin, y final. Solo nos queda esperar la buena noticia. Y esperar que llegue pronto.
La recuperación está en camino. Es un suponer, o un supositorio. ¿No la notan? ¿No sienten cómo el esfínter anal presiona sobre la punta redondeada, cómo empuja al supositorio hacia el interior del recto? Eso sí, ¿verdad? A menos que se llamen Cristiano Ronaldo, claro. ¿Notan ya cómo los plexos venosos van absorbiendo el principio activo? Bueno, vale, los de Moody’s tampoco lo notan. ¡Pero al tiempo!
Mientras tanto, aprieten las nalgas. Y los dientes. Y hagan unos cuantos ejercicios Kegel. Se los explicaría, pero es que a mis padres no les gusta… Ya saben. Y yo soy tan complaciente...

Sobre la imagen: Iba a poner una foto preciosa de la torre Agbar iluminada de azul, pero soy tan sutil yo que he preferido esta otra de Brassaï, el fotógrafo de la noche, que también tiene su aquel.
Esta columna apareció publicada el 16 de enero de 2011 en el Heraldo.

2 comentarios:

Monsieur de R. dijo...

Me encantan estas columnas rebosantes de dulzura y ternezas! Pero, así es la vida: todo suavidad y delicadeza gracias a la ergonomía y los emolientes.

Anónimo dijo...

La de la batamanta fuí yo, cuatro sin ir más lejos he regalado estas navidades.
Pero es que me da que están al borde de la desaparición, no paro de verlas bajar de precio e igual, imagina, hasta dentro de 40 años no vuelven a relanzarla, ¡generaciones enteras sin batamanta!.
Y tu tendrás una que tus sucesores miraran con la esperanza de que algún día se la regales.

He estado leyendo la entrada con los mofletes "apretaos". Dos entradas así y oye,¡como una roca!