lunes, 23 de abril de 2012

Feliz Día del Libro, vecino

[Aviso: esta es una entrada para cotillas. Sesudos, pudorosos y alérgicos a la intimidad, abstenerse.]
Hoy es 23 de abril, Día del Libro. Debería escribir algo sobre eso. Pero el 23 de abril es también el día que conocí a mi vecino.
O lo reconocí, porque conocernos, ya nos conocíamos. De oídas, sobre todo.
Durante más de diez años viví encima de él, o él vivió debajo de mí, según se mire. El día que llegué por primera vez a mi casa, recién nacida, sonrosada y llorona, él estaba ahí debajo. Me lo imagino de niño, oyendo por primera vez mi llanto, aguzando el oído, con ese incendio que se le hace en los ojos tan a menudo, cada vez que algo despierta su curiosidad.
A veces subía hasta mi cuarto el rasgueo de su guitarra. Otras veces se cruzaban los sonidos del piano y el violín de sus hermanas con el piano y el violín de mi hermana y de mí.
Yo he olvidado casi toda mi infancia y parte de mi juventud, pero mi hermana, que la recuerda por las dos, dice que poníamos vasos en el suelo para oírlos discutir. Por lo poco que yo recuerdo, a sus cuatro hermanas las oíamos sin necesidad de vasos.
El caso es que mi vecino se fue de casa.
Y pasaron los años. Y las cosas. Y la vida.
Para que mi vecino de abajo y yo nos reconociéramos, mi vecino tuvo que irse a Nueva York y yo tuve que escribir un libro y ganar un premio. (Por cierto, el mismo día, en la misma fiesta en que yo recibía un premio con nombre fotográfico, mi amigo Nesquens recibía el premio Barco de Vapor por su obra titulada Mi vecino de abajo. Ni Paul Auster se atreve con tantos azares.) Al día siguiente, las hermanas de mi vecino, que son mis actuales vecinas y farmacéuticas de cabecera, tuvieron que cotillearle que la vecina aquella que tocaba el piano había ganado el premio Gran Angular (gracias, vecinas). Y él entonces tuvo que cotillear en mi página web, sentirse pillado in fraganti, y escribirme. Y tuvo que llegar Sant Jordi, y pillarnos a los dos en Barcelona. Yo le regalé un álbum -Flotante- en el que un niño se hace fotógrafo, como él. Él me había traído de Strand No One Belongs Here More Than You, de Miranda July (corran al enlace si aún no conocen a esta mujer). Y...
En realidad, me estoy repitiendo. Por eso lo cuento, porque ya lo he contado, y porque me apetece, y porque andamos escasos de historias bonitas y no me negarán que esta lo es. Los seguidores más perspicaces de este blog ya han sido testigos de todo esto; que si mi vecino por aquí, que si mi vecino por allí, que si aquel Día del Libro...
Si este blog, de repente, se llenó de fotos bonitas (suyas y de otros), deben agradecérselo a él.
Por eso hoy, Día del Libro, quiero desear a mis lectores que tengan, como yo, buenos vecinos, vecinos que les hagan felices, vecinos que les regalen y a los que regalar libros, vecinos con los que compartir lecturas, vecinos que hagan que les entren ganas de tirar la pared y juntar las bibliotecas.
Y a mi vecino... feliz Día del Libro.

[La foto del feliz lector está hecha, claro, por mi vecino.]

1 comentario:

Cristina dijo...

Sí que es bonita, sí. A veces cuesta creer en las casualidades, pero ocurren. Y son maravillosas.

Hala, ya no tienes el marcador a cero :).

Besos.