miércoles, 13 de junio de 2012

Lo que te mereces


Voy contando lo feliz que estoy porque en la Feria del Libro de Madrid tuvieron que poner vallas para controlar la cola que se formaba ante la caseta donde firmaba libros. Lo que no he contado, hasta ahora, es lo del año pasado.
Era un bonito día de primavera. La editorial me había sacado el billete del AVE para ir a firmar a Madrid en la Noche de los Libros. Como se trataba de escribir, me puse un vestido ideal con letras manuscritas estampadas y con escote palabra, de honor, y unos taconazos. Parecía la Carrie Bradshaw de las letras. En el bolso llevaba tres bolígrafos diferentes, por si explotaban, por si perdía uno, por si se gastaban...
Llegué a Madrid y me fui a mi puesto. Tenía asignada una hora de firmas en el lugar más concurrido de todo Madrid, la FNAC de Callao. No era la única. Cada hora firmábamos cinco autores a la vez. Nos situaban a pie de calle, en una especie de parrilla de salida, todos en paralelo, mirando al frente. Delante teníamos una mesa con mantel blanco sobre la que tamborilear. Detrás, un solícito camarero que nos traía canapés y bebidas. Ya sabían lo que se hacían, ya.
Preparados, listos, ya. A mi derecha, Benjamín Prado hacía trampas. Se traía unas amigas de casa. Las amigas no le compraban libros pero le traían un whisky y le daban conversación. A mi izquierda, Jorge Molist acariciaba su bolígrafo. A la izquierda del todo… Mariló.
“¿Y eso?”, preguntó Molist haciéndose el intelectual, que es lo que toca en esas circunstancias. A mí no me importó hacerme la maruja y contarle que aquella ante la que hacían cola más de cien personas era Mariló, la Ana Rosa Quintana de la 1. Mariló no había plagiado nada ni había encargado ningún error informático a su cuñado, pero ponía su sonrisa profident y su cuerpo serrano en la cubierta de un libro de recetas.
Cuando Mariló había dado 76 vueltas, los demás aún no habíamos salido.
Mariló se hinchó a firmar. Yo me hinché a canapés. Firmé cero libros.
No me importa, ni me importa que Mariló firmara tanto. Creo que al final los escritores encuentran a sus lectores y los lectores a sus escritores, aunque hay lectores, pobres, que no encuentran sus escritores y acaban creyendo equivocadamente que no les gusta leer. Pero en general los escritores acabamos teniendo los lectores que nos merecemos, y viceversa.
Supe de un escritor al que se acercó una lectora para decirle lo mucho que le había gustado su libro. El escritor se dedicó a examinarla, juzgando si era digna de él. Valiente cretino, cuestionar a quien ha dedicado minutos, horas de su vida a leerte… Ella dejó de leerle. Él no se la merecía. Ante un lector, solo cabe el agradecimiento. Gracias.

Con este texto, que apareció publicado en Heraldo el 10 de junio de 2011, acabo con las entradas ombliguistas y me dispongo a darles su merecido: fotos bonitas y textos sublimes, o viceversa. Esa es mi intención. Gracias, de nuevo, de corazón, de verdad, por leerme. Sigue asombrándome que lo hagan. No soy digna.

En la imagen: Mariló.

jueves, 7 de junio de 2012

Dulce tentación

Querido macho alfa que me lees:
¿Te dejarías sorprender leyendo un libro como el de la imagen? ¿Lo leerías? Son dos preguntas muy diferentes. Lo confirmaba el otro día Ricardo Cavallero, mandamás entre los mandamases de la edición europea. Justo antes, Javier Celaya, gurú entre los gurúes del libro digital, había hablado de la conveniencia de crear una aplicación para poder cotillear qué libro tenían entre manos los lectores de e-readers. Como fisgalecturas compulsiva que soy, aplaudí la idea (desde que proliferan estos cacharros, es más triste y menos revelador recorrer el pasillo del AVE), pero il Cavallero la recibió con una media sonrisa y una negativa. Ni hablar. Resulta que, según contó, las ventas de novela romántica conocían un notable auge, y se debía en gran parte a que con las versiones digitales se habían sumado un montón de lectores masculinos, lectores que se habrían avergonzado terriblemente de comprar o leer en público, en papel, Ternura, Pasión bajo la luna hindú o Dulce tentación.
Y esto es una minucia comparado con las adjudicaciones de género que se dan en literatura infantil y juvenil. No tienen más que ver esos estantes llenos de libros rosas con brillos, lazos, diademas y purpurina.
¿Hay libros para niños y libros para niñas? ¿Es Oliver Button una nena? ¿Quieren todas las niñas ser princesas y las princesas, ser bailarinas, y leer sobre ello? ¿Los chicos no leen historias de amor? ¿Los chicos no leen? A todas estas preguntas intentaremos no contestar David Lozano, María Frisa y servidora el viernes 7 de junio (casi ya) a las 19 horas. Para darle más emoción, lo haremos en un entorno hasta hace nada netamente masculino: el edificio de Capitanía, en la plaza Aragón, detrás de las casetas de la Feria del Libro de Zaragoza.
Vengan, si tienen lo que hay que tener. O añadan más preguntas.

Y el domingo, de 12 a 14h estaré firmando en la Feria del Libro de Zaragoza, en la caseta del grupo Hélice. Sospecho que me sentiré sola. Si tienen a bien venir a darme un poco de conversación...

domingo, 3 de junio de 2012

De colas, blogs y brisa

[Aviso: va a parecer que esto trata de penes, cotilleos, blogueros, firmas… pero en realidad va de algunos clásicos de la poesía en lengua inglesa, y de Internet. Ya saben cómo me las gasto. ¡A lo sesudo por la baladí! Ah, y lo mejor está al final, por si van con prisa.]

Resulta que Freud va a tener razón. Todas deseamos tener cola. O esa es la sensación que tuve cuando, en la Feria del Libro de Madrid, vinieron dos guardias de seguridad de amarillo y pusieron unas vallas para [modo novelero on] controlar a la multitud que se agolpaba ante mí peleándose por una firma y una foto conmigo [modo novelero off]. Yo tenía cola, y era feliz. Además, no era una cola de meros lectores. Casi todos eran blogueros, lo que viene a ser un poco escritores, un poco lectores, un poco críticos (y algunos un mucho). Qué felicidad. Y la primera fue Mara Oliver, que luchó contra la agorafobia para venir y traerme un bolsa donde se lee el poema de Robert Frost que se cita en Rebeldes, de Susan E. Hinton. (Reproduzco el poema en la traducción de Miguel Martínez-Lage que aparece en Rebeldes. En los comentarios pongo, para puristas y políglotas, el original inglés.)
De la naturaleza el primer verde es oro,
un matiz más difícil de asir.
Su más temprana hoja es flor
pero por una hora tan solo.
Luego la hoja es hoja queda.
Así se abate el Edén de tristeza.
Así se sume en el día el amanecer.
Nada dorado puede permanecer.
 
Tras el poema, en letras doradas, Mara escribió lo que decía el personaje de Rebeldes: "STAY GOLD", permanece dorada, resiste dorada, sigue siendo de oro. No podría haberme regalado nada mejor, un mantra de escritora de literatura infantil y juvenil al que estaba predestinada.

La firma tuvo lugar al día siguiente de la charla-coloquio sobre la que ya les di la tabarra. En la charla, Jorge Gómez Soto, que es la anti-Ana Obregón de la LIJ porque siendo horriblemente joven afirma "tener una edad", contó cómo nosotros, los autores, no habíamos tenido la suerte de vivir el fenómeno bloguero, y yo pensé en todos esos blogueros de corazón que no pudieron serlo porque entonces no existía Internet, y también pensé en todos esos blogueros de carne y hueso que estaban ahí delante, so gold, y a los que había leído alguna vez y en cómo, sin ellos saberlo, me habían dado una palabra, o una idea, o habían tachado de mi lista de la compra un libro, y pensé, en definitiva, en el poema 404 de Emily Dickinson (traducción de Enrique Goicolea. En los comentarios pongo el original inglés. Esta traducción aparece en la bellísima y reciente edición de Nórdica. Cotilleen en cualquier librería el primer poema y miren la ilustración de Kike de la Rubia, e intenten no llorar de pura belleza. Ahora va el 404):
¡Cuántas flores mueren en el bosque
o se marchitan en la colina
sin el privilegio de saber
que son hermosas!

¡Cuántas entregan su anónima semilla
a una brisa cualquiera,
ignorantes del cargamento escarlata
que a otros ojos lleva!

A qué ojos llegarán estas palabras, me pregunto.
Dónde llegan las palabras de un bloguero, uno nunca sabe. Dónde llegan mis palabras, dónde llegan las tuyas, qué rojo florece de ellas...
No culpe a Internet, don Mario. Internet es solo eso, una brisa cualquiera, viento que esparce cargamento escarlata, semillas de girasoles, tiernos dientes de león...  o el aroma pestilente de una granja de cerdos. Y de eso, el viento no tiene la culpa.

[En las imágenes: mi cola.]