martes, 7 de agosto de 2012

Días con la tribu


“Cuando seas padre, comerás huevos”. Yo abogo por “cuando seas madre, sabrás lo que es la democracia”. Al fin y al cabo, tiene esa fatalidad, ese tocar de narices típico de los refranes, ese decir lo que uno ignorará por más que le avisen, aunque sea en verso, y que total acabará sabiendo sí o sí. Así son los refranes, tan inútiles como las cremas antiarrugas. Aun sabiéndolo, me he impuesto como cruzada personal e inútil de estas líneas prevenir a quienes no son madres y ofrecer consuelo (tonto) a quienes lo son.
Democracia es cuando todos tienen derecho a opinar, como cuando nace un bebé. Todo el mundo sabe qué hacer con él, menos tú. Las de la liga de la leche, el doctor Estivill, el González, tu madre, la suegra, los vecinos… Como cada uno tiene una idea distinta y a menudo opuesta de cómo criar al bebé, sabes seguro que te equivocarás a ojos de alguien. Y si no lo sabes, ya se encargarán de decírtelo. Nadie se guarda su opinión ante un bebé. Los bebés son como la comida en los banquetes de boda, especialmente elaborada para hacernos a todos críticos gastronómicos. Una acallaría a esos críticos sabiondos que lo mismo saben cómo salir de la crisis que por qué llora el niño, los acallaría o los condenaría a no dormir diez noches seguidas con ese bebé insomne. Pero aún hay que sonreír y agradecer las ideas, tal que en una democracia. Y, conforme el bebé crece, hacerlo lo mejor que se puede, sin ninguna garantía de éxito, claro, y rodeada de los más negros augurios: “tú deja que se ponga tu bata, y acabará como Norman Bates, o como Falete", “¿cómo lo dejas ir solo?”, “lo proteges demasiado”, “trabajas demasiado”, “lo mimas demasiado”, “le exiges demasiado”, “estás demasiado pendiente”… Y haciendo lo mismo, una sube y baja en la balanza de la opinión ajena como si estuviera en el Shambhala de Port Aventura.
“Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”, dicen. ¿Pero qué tribu, si cada uno dice una cosa? Para educar a un niño, hacen falta ganas, amor, un arsenal de noes, una fuente con autollenado de serenidad, una planta de reciclaje de errores, cuentos… y posiblemente, sí, la tribu entera. Eso sí, para aguantar a la tribu, hace falta una de paciencia...
Educar a un niño de forma tribal dista mucho de ser un método perfecto. Pero en este momento parece el mejor de los métodos posibles. ¿No era eso la democracia?
(Estas líneas no habrían podido escribirse sin la colaboración de varios miembros de la tribu que jugaron con mi hijo mientras su madre ignoraba olímpicamente a su retoño y se concentraba en escribir, lo que, a ojos de algún experto miembro de la tribu, fomenta la autonomía del niño, y a ojos de otro, lo aboca a un futuro seguro de asesino en serie.)

[Sobre la imagen: si quieren vivir instantes extraordinarios y plácidos a costa de instantáneas ordinarias, háganse con el juego de cartas de la imagen. Es el juego de familias de toda la vida (el de la familia india, la esquimal, perdón, inuit, la china...) pero en bonito, con fotos antiguas e imágenes de la familia en la playa, en la nieve, en el balcón, en bicicleta... No me digan que no prefieren oír a un retaco pedir "el grand père de la famille à vélo" a que pida "la niña china"  (sí, soy una snob). Y qué me dicen de esa sensación que produce escuchar gritar a un hijo alborozado: "¡Tengo una familia! ¡¡TENGO UNA FAMILIA!!"]