martes, 25 de septiembre de 2012

Quiero ser negra

Esto de ser columnista de provincias se está poniendo emocionante. Primero fue la censurilla, y ahora me he convertido en… -no sé cómo decirlo- ¿negrera involuntaria?
La cosa fue que este domingo apareció en el Heraldo de Aragón (versión plegable, manchable y reciclable en el contenedor azul) una columna no escrita por mí pero firmada por mí. Imaginen por un momento que el texto de Almudena Grandes aparece firmado por Elvira Lindo, sin ánimo de afinar la comparación y salvando las distancias entre las mencionadas y las implicadas, que son las oceánicas distancias del humor.
Mi pseudocolumna, que escribió en realidad Aloma Rodríguez, es esta. En ella Aloma dice -y yo firmo- cosas como: “No sé cuál es mi primer recuerdo de Labordeta, aunque él hablaba de una visita a Cantavieja, durante un verano en el que mi madre trabajó allí. Tengo muchos recuerdos de Labordeta: las cenas de Casa Emilio, los cafés en el Levante, un viaje en su coche a Lechago para acudir al entierro del padre de Luis Alegre (…) Una vez (…) le confesé que estaba aprendiendo a tocar la guitarra”. Mi madre -no la de Aloma, la mía-, que todo lo cuenta, se ha descubierto de pronto una vida secreta, y tiene a sus amigas, que todo lo leen, turbadas con ese desenmascaramiento cantaviejuno. Yo estoy esperando a que alguien me pida la guitarra, el teléfono de Luis Alegre o que me reproche que no le presentara a Labordeta (más quisiera yo). Eso sí, en Casa Emilio he comido, seguramente más veces que Aloma, y cafés en el Levante… con churros, y con Nesquens a poder ser.
Hoy me he planteado qué habría sido peor, lo que sucedió –firmar algo que no escribí- o lo inverso –que otra persona firmara algo que hubiera escrito yo. Con lo segundo me siento más cómoda. De hecho, ya lo he puesto en práctica algunas veces. He escrito discursos que no he pronunciado, he escrito textos que han firmado otros... Prefiero ser negra a negrera. En realidad, creo que esa es mi verdadera vocación: la de negra. No negaré que es agradable el reconocimiento. Pero y lo cómodo que es no pretenderlo... Además, yo escribo por vicio, e intento vivir de ello, sí. Y a los negros se les paga doblemente, por sus letras y por su silencio, y yo soy extraordinariamente letrada y discreta.
Si posees una fortuna y quieres escribir tu autobiografía, no dudes en ponerte en contacto conmigo. Yo escribiré por ti. Tengo dos leyes para estos encargos: máximo esfuerzo y discreción total. No encontrarás otra negra como yo. Escríbeme y te escribo, mi amol.
En la foto, obra de Rebeca Saray, como dirían en el Heraldico, Begoña Oro.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sus Altezas...

Escribí sobre la familia real. Una columna, esta. No puedo decir que me la censuraran. Pero me invitaron muy educadamente a revisarla.
En ese momento, un escritor visceral pega un puñetazo en la mesa y dice: “¡o sale así o no sale!”, y añade un exabrupto. Pero yo soy una escritora muy cerebral, y muy mirada, y tengo muchos pelos en la lengua. Lamento si esto defrauda a alguien, pero hoy he leído un tuit de John Carlin que viene a explicar la coartada moral para ser como soy. Su tuit decía: “hay que ser buena persona antes que ser buen periodista”. Donde dice “periodista”, póngase “escritora”. Y mis pelos en la lengua tienen que ver con eso, con intentar ser buena persona, sin convertirme en un felpudo a poder ser.
Total, que cuando recibí esa respuesta del periódico, revisé el texto, toquiteé dos cositas y lo volví a enviar. Y entonces la respuesta fue “bueno, vale”. Pero yo me quedé inquieta. Y entonces se lo envié a alguien aún más cerebral que yo, alguien tan mirado que ni quiere que le identifique por no verse vinculado a este blog. Y le dije: “¿cómo lo ves?”. Y me dijo: “Definitivamente no pasa el test del FT. No va a haber dos personas que interpreten lo mismo. Imagino que ahí está el riesgo.” Y yo le dije: “¿El test FT?”, y le comenté que a mí no me importaba que interpretaran cosas diferentes. Y el señor Cerebral respondió: “A mí me adiestraron como manipulador profesional para que no quedara espacio para la interpretación. En un seminario de comunicación contaban que a los periodistas del Financial Times, en teoría con lectores sofisticados [no sé qué le hace pensar al señor Cerebral que mis lectores no lo son], les piden que sus artículos los pueda leer un niño de 12 años.”
¡Ostras! Toda la vida repitiendo eso de que la literatura infantil es aquella que también pueden leer los niños (la juvenil nadie sabe lo que es), ¡y ahora resulta que el Financial Times es el paradigma de la literatura infantil!
El señor Cerebral aún añadió: “Me temo que las múltiples interpretaciones son peligrosas en temas en los que hay gente fundamentalista con muy poco sentido del humor.” (Creo que ahí le faltó poner una coma porque no existen los fundamentalistas con sentido del humor.)
Y yo que me había declarado fan de la ambigüedad... Una vez les dije a los de El Tiramilla: “Creo que los lectores se merecen unos textos cargados de significado, de significados (pocas cosas me hacen tan feliz como unas palabras susceptibles de varias interpretaciones).” Glups.
Pues mira, no publicaré en el Financial Times, o sí, porque cuando escribo textos de divulgación, intento ser lo más clara posible. Igual ahí está el quid de la cuestión. En divulgación, o en manipulación, las múltiples interpretaciones pueden ser confusas o, como dijo el señor Cerebral, “peligrosas”. Pero en una columna de opinión, o en literatura… ¡En literatura son gozosas! Y además son imposibles de evitar. Eso sería como pretender poseer “la verdad en exclusiva” y aspirar cándidamente a transmitirla tal cual (don Juan Carlos, el abuelo, me tiene loquita con ese concepto de “la renuncia a la verdad en exclusiva”).
No hay “verdad en exclusiva” ni respuesta correcta en las preguntas de comprensión crítica. Cada uno lee lo que le da la gana. Si en algo somos soberanos es en eso, en la libre interpretación, y apropiación, de un texto, de un mismo texto. La lectura nos hace regios. Así que, Sus Altezas, vaya desde aquí mi reverencia. ¡Viva el Rey o Reina que es usted en tanto me lee! ¡Viva la lectura! He dicho.
Y después de este arranque, me voy a seguir preparando ejercicios de comprensión lectora para niños a punto de leer el Financial Times. Ustedes, si quieren, pueden dejar su propio ejercicio de comprensión lectora en los comentarios. Me encantaría.

En la imagen: futura reina en prácticas de reinado (sobre un texto). Pero para soberanas al cuadrado, no se pierdan la maravillosa historia de una pasión lectora protagonizada por la reina Isabel II en Una lectora nada común de Alan Bennett. Háganme caso.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Foto de familia (real)

[Esta columna, que tiene tela, cuenta con palabras la famosa foto con la que se estrenó la nueva página web de la Casa Real. Es que, aunque sale el domingo, entrego la columna ¡los miércoles! Pero claro, luego salieron todas esas fotos de Cristina García Rodero. Y sobre ellas... qué quieren que les diga; que las habría hecho mejor mi vecino. Miren esto y juzguen si es pasión de vecina.
Sobre esta columna les diré que tuvo sus idas y venidas, y que no apareció publicada tal como fue escrita inicialmente. Eso me da pie a compartir con ustedes algunas jugosas reflexiones, pero como no quiero alargar más este post, lo dejo para mañana, o pasado. Mientras tanto, será muy interesante saber qué les parecen estas líneas.]

Hay tres personas -un abuelo, su hijo y la nieta-, y la certeza de que hay que contar la historia empezando por el abuelo.
El abuelo. Solo tiene ojos para su hijo. Lo mira riendo. Afable, campechano, como se empeñan en decir; un adjetivo que parece haberse inventado solo para él. Una cree que al abuelo se le partiría el corazón si su hijo no le devolviera la risa. Pero el hijo no va a darle ese disgusto a su padre. El hijo hace lo que se espera de él.
El hijo. Ríe con la cara levemente girada, solo una oreja a la vista. Con la oreja que no se ve en la foto escucha la risa de su padre. Con la boca que sí se ve, le devuelve la risa y enseña él también los dientes. El hijo está en todo; responde a su padre sin dejar de mirar al frente. Eso pasa factura, claro, y lo que en el abuelo son decenas de pequeñas arrugas de expresión, son en el hijo cuatro hachazos en la piel. Los ojos del hijo se achican. Es la risa, o el sol. Están al aire libre. No hay más textiles que juzgar que los de sus trajes. Una pena, con lo mucho que dicen los estampados de un sofá… Pero del hijo ni siquiera podemos juzgar la corbata. No se le ve. Se la tapa por completo, incluso el nudo, la niña.
La nieta. “Los niños primero”, se dice. Normalmente para salvarlos. A la niña la han colocado en primer plano, delante de su padre. Donde debería verse el nudo de la corbata del padre, se ve el lazo de la niña. Una se pregunta por qué el padre no coge a la niña de la cintura, por qué no la abraza, por qué cierra el puño derecho, como reprimiendo ese gesto protector. En cualquier caso ella no parece echar en falta el abrazo. Descansa confiada los codos sobre los muslos trajeados de su padre.
La niña mira disimuladamente hacia un lado, a la izquierda del fotógrafo. Quién sabe si allí estará su madre, o su hermana, o un perro. O el jefe de prensa. La niña sonríe. Igual lo hace porque ve al perro, torpón, perseguir una mariposa, o igual porque es risueña, o porque es obediente y alguien le ha dicho –hace rato-: “sonríe”. Quizá sonríe porque es una niña.
El aire le lleva el pelo hacia la cara y parece soplar solo para ella. Si llevara puesta una capa, ondearía al viento. Así, con una capa, no cabría duda de que la niña es una superheroína. De hecho igual nadie la abraza porque es ella la que protege a su padre y a su abuelo con esos dos superpoderes que irradia: el superpoder de su Inatacable Inocencia, que hace rebotar la ira de los adversarios, y el superpoder de su Deslumbrante Rubiez, que ciega momentáneamente a quien la mira y le impide ver nada más.
La niña tiene pelo de princesa, cara de princesa y lleva un vestido de princesa. La niña es una princesa. Pero parece un escudo humano. O una superheroína. Superleonor.

Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 16 de septiembre de 2012.

Desnuda

Al chalado o chalada que entró hace unos días en este blog buscando en google "Begoña Oro desnuda"... Vale que a veces, recién salida de la ducha, se me haya escurrido un poco la toalla por este blog, pero desnuda... Desnuda me encontrarás si pinchas aquí. Y no busques más, por Dios.
Un casto saludo,
La Oro

Sobre la imagen: El desnudo de pies y manos es de Brett, no Edward, Weston.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Rajoy, Merkel y Bob Esponja

Debería obligar a mi hijo a ver la tele en inglés. Pero mi hijo, que negocia como para mandarlo a una cumbre europea, me ha convencido de que si pongo la tele en inglés, al menos le ponga los subtítulos en castellano, porque así también lee. Y eso hago.
Gracias a eso, y no sé si a un error o una genialidad de un técnico de RTVE al borde del despido, este mediodía he visto el episodio de Bob Esponja más delirante que se pueda imaginar.
Mi hijo había puesto la tele en inglés con subtítulos en castellano, y lo primero que he leído ha sido "nuestra cooperación económica". En la pantalla aparecían Bob Esponja y Calamardo juntos. Vaya, este capítulo promete, me he dicho.
Luego Bob Esponja decía en los subtítulos: "Estamos haciendo unas manualidades. He aprendido a trenzar cestas" y de repente algo de "la mejora de la competitividad".
Y luego: "Así que has estado falsificando dinero". Y después: "Entre las reformas que se han dado".
He puesto rápidamente el canal 24h. Efectivamente, ahí estaban Merkel y Rajoy en plena rueda de prensa, trenzando cestas.
Entonces he vuelto como una loca a la cadena de clan y los subtítulos del episodio han seguido mezclándose con los de la rueda de prensa en una sucesión que -es triste reconocerlo- no siempre resultaba disparatada. Me he puesto a copiarla y juro que salía algo así: ¡Cáspita! (Patricio). Estamos comprometidos con la defensa de la moneda común (Merkel). Oh, no estés triste (Bob Esponja, creo). Con un mercado interior. Hala, más despacio. Me asusta (Rajoy o Patricio, no sé). Puedes hacerlo (Merkel o Bob Esponja, dudo). Un poco de intimidad, por favor. Por eso tenemos la obligación de seguir desarrollando la zona euro. ¡Ay! ¡Hombre! Vamos a tener que tomar decisiones al respecto. Hola, señor Calamardo. Soy el señor Puntilloso. Esta visita ha contribuido a que las relaciones. Estoy buscando un artista de verdad. ¿Eh? Alemania y España van por el buen camino. Las dificultades las vamos a superar. Yo no hago cosas. Yo las juzgo. Soy un juzgador (esto no recuerdo si lo decía el señor Puntilloso, la Merkel o el señor Cangrejo). ¡No me juzgue! (no sé si Rajoy o Bob Esponja). En los mercados. Te daré 500 pavos por él. Los tipos de interés alemanes son muy bajos. Apuesto a que no volverá a vender. Tenemos que hacer una política bancaria común. ¿Tienes algo más? (Patricio agitando unos billetes).
El momento más delirante ha sido cuando el señor Cangrejo gritaba tras su mesa de despacho "¡Oh, dinero! ¡Dinero, dinero, dinero!" mientras hablaba la Merkel. Aunque también me ha gustado mucho el momento en que se leía "Tenemos que hacer buenos productos y venderlos", seguido de "¿Otra tanda de burguer cangreburguer?".
¿Será esa la solución, hacer burguer cangreburguer? ¿Estará la solución en el Fondo Bikini?
Por si acaso, no pienso perderme el próximo capítulo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cuestión de penetración


Una vez más, como decíamos ayer... Ya sé lo que es el arte. Se lo oí decir el otro día a Wajdi Mouawad.
Contaba Wajdi cómo un día, esperando a un amigo frente a la catedral de Notre-Dame, en París, vio llegar a una viejecita con un andador. La anciana entró a la iglesia sin problemas. No había escaleras. En ese momento, Wajdi pensó: "Qué bien. Menos mal." Pero también pensó: "¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo no me fijé en que no hay escaleras para entrar en Notre-Dame, que las puertas están a ras de suelo?". ¡Qué fácil es entrar! Llegas, das unos pasos, y estás dentro.  Y sin embargo... Existe una relación inversamente proporcional entre esa facilidad de entrar y la complejidad simbólica-religiosa-metafísica-arquitectónica que encierra la catedral. Pero entras como quien va a la panadería. El caso contrario sería encontrarse con quinientos escalones para llegar al fontanero. Lo mismo sucede en el arte. Lees a Kafka, decía Wajdi, y entiendes todas las palabras, todas. Pero su obra es tremendamente compleja. Como se le ve muy buen chico, Wajdi no puso el ejemplo inverso, pero también hay obras que son como esos cientos de escaleras que conducen a un lugar anodino, obras plagadas de obstáculos, subordinadas y alardes que no van a ninguna parte.
Una obra de arte, explicaba Wajdi, debe ser algo a lo que sea fácil entrar pero difícil penetrar.
Voilà.
Alguna vez, cuando me han preguntado por mi estilo, he dicho que era "entre col y col, lechuga", que aspiraba a decir cosas serias con humor, o a plantar lechugas bajo una apariencia de lectura fácil y sencilla. Pero lo que propone Wajdi es mucho más ambicioso. Wajdi propone que todo sean lechugas, aunque parezcan coles.
A Wajdi lo escuché en Santander, en la UIMP, y fue el mayor descubrimiento que he vivido en mucho tiempo. Yo había ido allí, al Palacio de la Magdalena, a recibir un curso sobre guión, un taller impartido por Helena Medina, que nos enseñaba a quitar escaleras y facilitar la entrada, y por José Manuel del Pino, que nos ayudaba a acceder al misterio que hay detrás de la obra de arte. No habría salido de palacio en la vida. Qué gusto da aprender, por no emplear otro verbo que pueda desbocar sus malos pensamientos.
Si han aprendido algo mejor este verano, cuéntenmelo. Feliz regreso. Que la reentrée les resulte fácil.

La imagen, de Fernando Sancho, es del cajón de una sacristía. Y si quieren saber por qué las uñas de los dedos gordos de mis pies están del color de esa casulla, sepan que lo contaré en rigurosa exclusiva en El Tiramilla dentro de unos días.

PD1: Editores de LIJ que me leéis, ¿de verdad no queréis "Un obús en el corazón"? ¿Y en vuestro catálogo?
PD2: Pido perdón a quienes llegaron aquí con la vana esperanza de encontrar cierto contenido erótico-festivo. Los asiduos de este blog ya saben cómo me las gasto, pero si usted llegó por primera vez aquí, sepa que me rijo por un lema, "a lo sesudo por lo baladí", que a veces se amplía y se transforma en "a lo sesudo por lo sexy". En realidad soy una pacata.