lunes, 26 de noviembre de 2012

Ser jamón de york



Hay un gato persa enseñoreándose por el pasillo de una casa vacía. El gato se llama Pirracas; la casa es de mi abuela. Desde ayer mi abuela ya no está ahí, en esa casa que ya no reconocía como su casa. Mi abuela está en una residencia, pero no sé si ella lo sabe.
Quienes lo saben con toda seguridad son sus hijos. Una de ellas es mi madre. Estos días no ha parado de llorar. Mi madre, su hija.
Lo que en biología resulta tan natural, tan sencillo, es extraordinariamente complicado en la vida. Es agotador ese estar ahí, aprisionados entre ser hijos y ser padres, sin apenas tiempo de ser una sola cosa, espachurrados entre dos roles, como el jamón de york en un sándwich, un sándwich, con suerte, con queso, un sándwich de varios pisos. Aquellos que son hijos, y padres, y abuelos, se duelen con los dolores de sus padres, se preocupan con las preocupaciones de sus hijos, se ocupan de sus nietos, que les quitan y les dan el oxígeno al hacerles correr tras ellos. Dieron su aval, darán hasta su piso. Toman la tensión, se toman una aspirina, ponen el termómetro. Van al médico, acompañan a la revisión. Hacen gimnasia, llevan a rehabilitación, recogen de natación. Discuten con los padres, reprenden a los hijos, los defienden ante quienes les atacan, atacan a los que les defienden, miman a los nietos, reciben la bronca de los hijos. Y en algún secreto momento, se sueñan sin apellidos, libres de ese peso aparentemente liviano del pan de molde, para después sentirse culpables por el repudio. Es difícil ser jamón de york.
Pero el pan con pan es comida de tontos. Y ser pan no parece más fácil. No hay más que ver la desesperación de los que quieren ser padres y no lo son, la desazón de los que quieren ser hijos y ya no lo son, como mi abuela. Mi abuela tiene hijos, nietos y biznietos. Hace tiempo que no tiene padres. Y sin embargo, desgarra las noches gritando: “¡Papá! ¡Mamá!”. Será que echa de menos ser hija, ser jamón de york, y ese cobijo de la miga. Sí, es agotador estar en medio, pero ahí dentro, entre pan y pan, por lo menos hace calor. No me puedo imaginar el frío que se siente al dejar de ser hijo; no me quiero imaginar, el de dejar de ser padre.
Quizá por eso, porque ahora es solo pan a la intemperie, la tapa superior de un sándwich de tres pisos, mi abuela siempre tiene frío, y se envuelve en un chal y por las noches llama a sus padres. Solo espero que en ese momento, alguien en la residencia –una madre, una nieta, un hijo…- la arrope y le mienta y le diga: “duerme, hija”. Y ella siga soñando que es jamón de york. Solo espero eso, y que mi madre deje de llorar, y que mi hijo no vuelva a pedirme que nos quedemos con Pirracas. Y seguir siendo yo misma jamón de york.

En la imagen, el sándwich sin jamón de york. El jamón de york no es dado a aparecer en las fotos. El jamón de york siempre está haciendo algo. El jamón de york no posa ni reposa.  De hecho, en esta foto, el jamón de york hacía la foto: Sally Mann. Si quieren ver más de su Immediate Family, pinchen aquí.

Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 25 de noviembre de 2012.

9 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Como siempre, me quito el sombrero.
¡Yo tampoco quiero dejar de ser jamon de york! :'(

By the way, ayer descubrí cómo quitarme el miedo que me dan las películas de zombies. Después de ver una serie que siempre me deja al límite y viendo garras en el pasillo, decidí buscar un miedo mayor, un miedo real, así que me obligué a ser consciente por un rato de que algún día mi abuela no estará, ni mi madre, ni mi contrario y si tengo mucha suerte me iré antes que mi bebé :'(
...y con ese miedo gigantesco que gana a todos los miedos y es tan real como el jamon de york, los zombies del pasillo se fueron a dormir y yo también.

Un abrazo enorme y lleno de cariño.

Cristina dijo...

Me ha encantado el artículo, creo que es uno de los más personales que te he leído. Describes una situación tan real, tan triste, y sin embargo tu forma de hablar del tema es tan bonita... La metáfora del jamón de york me parece fantástica.

Marta Gómez dijo...

Qué artículo tan hermoso. Y qué forma tan bella y elegante de hablar de tantas cosas, tristes y vitales al mismo tiempo. Me quito el sombrero... (Y te animo a que te quedes con Pirracas. Creo que a tu abuela le gustaría saber que alguien cuida de su gato.)

Ester dijo...

Precioso hermana. Ya sabes con que frase me quedo, verdad?

Inde dijo...

Anda, hija, un abrazo de este trozo de pan a la intemperie reciente, que todavía está que si lo asume y eso.

INde dijo...

(De momento, mi media naranja se ha transmutado en otro trozo de pan, medio a la intemperie también, pa cobijar a nuestros dos jamoncicos de york, que estamos a finales de noviembre.)

La Oro dijo...

Uf, Mara, qué miedo, sí. Un abrazo.
¡Gracias, Rusta! Sí, es personal, pero me gustaría que también lo fuera para ti y para todos los demás lectores. :)
Marta, muchas gracias, pero ¡no me digas lo de Pirracas! ¡No!
Ester, miauuu miauuu.
Inde... Claro, leí aquella preciosa entrada que le dedicaste a tu padre en tu blog. Un abrazo de esos que dan calor.

Vicente Almazán Arribas dijo...

Muy tierno, en el mejor sentido. Quiero decir que ¡muy bueno! Maravillosamente escrito.

Lamardestrellas dijo...

Mi abuela también estuvo en una residencia. Recuerdo que cuando iba a verla, la única que hablaba era yo mientras ella me miraba sin verme. Y me empeñaba en que ella hiciera ejercicios abriendo y cerrando un puño que siempre llevaba apretado. Ya no tengo abuelas ni abuelos. Ahora soy jamón de york. Me has emocionado. Un beso enorme.