lunes, 24 de diciembre de 2012

Antes "La maravilla (Mira, niño)"

Hasta el 6 de enero, en este lugar hubo una foto de un niño, un texto escrito a medias por Papá Noel y por mí, y un deseo para el 2013: que la maravilla no nos pase desapercibida.
El niño se ha escondido y el texto se ha dado a la fuga pero el deseo sigue inalterable. Y a él añado estos deseos más.
Espero que hayan sido felices estos días.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Caviar con patatas


Me encanta el caviar. Pero siempre he sospechado, quizá por ese tacto suyo en boca tan como de casquería, que el caviar nos parecería una asquerosidad si flotara por kilos sobre nuestros ríos, al igual que las patatas nos parecerían una delicatessen si hubiera que extraerlas de esturiones. Sobre los libros albergo una sospecha similar. Claro que hay criterios objetivos para juzgar un libro (y, en concreto, para juzgar un libro infantil), pero me da a mí que muchas veces somos víctimas de un esnobismo miope que nos impide ver que algo es bueno cuando es abundante (o sus ventas lo son) y que da automáticamente por bueno algo solo por ser escaso o minoritario o tan independiente y tan guay que hay que llamarlo indie.
Allá cada cual con sus lecturas. El problema es cuando se tiene la responsabilidad de “dar de leer”, que es lo que sucede con niños y adolescentes. A los niños se les da de leer, y los hay que dan lo que pillan más a mano, como aquel que tiene prisa y no tiene tiempo o ganas de cocinar, y da dolor verlo. Pero también me parece una pena que a menudo, los que más saben de LIJ (literatura infantil y juvenil), se empeñen en embutir de caviar a paladares que no lo soportan, porque el gusto también se educa, y el camino de un lector está empedrado de poemas de Carlos Reviejo, libritos de Nacho y Laura, cuentos de Rodari, Stiltons, álbumes de Wolf Erlbruch, adaptaciones de clásicos, Junie B.s, casas mágicas del árbol, libros de Roald Dahl, capitanes Calzoncillos, Bat Pats, Harry Potters, distopías... Así mezclados, sin orden ni concierto, alimentando el apetito lector, quitando el miedo a los mamotretos, acrecentando la competencia lectora, siendo intercambiados con amigos como quien intercambia cromos… haciendo disfrutar de la lectura. Y no, no es tan fácil. Muchos lo intentan –todos-, pero solo unos pocos lo consiguen. Hay libros (buenos y malos) que gustan y hay otros libros (buenos y malos) que no. Es así. No sabemos exactamente por qué. Si lo supiéramos, los escritores escribiríamos esos libros y los editores los editarían.
Me gusta la forma desacomplejada en que muchos blogs y revistas de literatura juvenil abordan la crítica de los libros. A veces adolecen de un escaso bagaje pero son críticas desprejuiciadas, centradas en el libro y están hechas con pasión (aunque la pasión es un arma de doble filo, pero eso daría para otro post, o para siete posts). Por el contrario, me enerva la arrogancia de quienes descalifican en bloque tantos libros que sirven para hacer músculo lector e, insisto, para disfrutar. Como dice Juan Domingo Argüelles en Si quieres… lee, “leemos, sobre todo y más que nada, para aportar un elemento de placer, alegría o felicidad a nuestras vidas, por encima de los discursos más utilitarios y políticamente correctos. Tendríamos que desconfiar de todos los que hacen de la lectura una religión laica, y del libro un objeto sagrado” (si les interesa el tema, no dejen de leer este aperitivo o, ya puestos, el libro entero). Me parece tristísimo que la lectura, que debiera llevarnos a “responder mejor a nuestra vocación humana” que decía Todorov, nos lleve a hacernos más arrogantes. ¡Ay, la arrogancia intelectual!, esa enfermedad que se adquiere con el trato excesivo con los libros y que se cura con el trato con los humanos…
Si creen que estoy siendo demasiado virulenta con este asunto, seguramente tienen razón. Ya se sabe, no hay peor inquisidor que un converso, y yo, lo confieso, fui una universitaria arrogante. Sí, de hecho, la de la imagen soy yo, fotografiada por Helmut Newton, en mi época universitaria. Supongo que ahora entenderán lo de mi cuello.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Pero no era literatura?

De la misma chupipandi de Martin Amis, llega ahora... Julian Barnes:
"La auténtica literatura trataba de la verdad psicológica, emocional y social tal como la mostraban las acciones y reflexiones de sus protagonistas; la novela versaba sobre el carácter desarrollado a lo largo del tiempo. (...)
¿De qué servía vivir una situación digna de un relato si el protagonista no se comportaba como habría hecho en un libro? Adrian debería haberse puesto a husmear o a ahorrar de su dinero de bolsillo para contratar a un detective privado: quizá nosotros cuatro deberíamos haber emprendido una investigación para descubrir la verdad. ¿O eso habría sido menos parecido a la literatura y demasiado semejante a un cuento infantil?"
Ay, Julian, con lo cuidadoso que tú eres y que se te cuele esa disyuntiva excluyente entre literatura y cuentos infantiles...
Por lo demás, El sentido de un final, que es de donde está tomada la cita (en traducción de Jaime Zulaika), es un libro aterroradoramente espléndido de literatura no infantil.

A veces pienso que los de la LIJ hacemos mal en mostrarnos tan suspicaces con estas cosas. Otras veces pienso que bastante poco nos quejamos y publico cosas como esta.
A veces, una vez, hasta en la tele se habló de esto de la diferencia (o no) entre escribir para niños, jóvenes y adultos. Fue en Página 2 (lo pueden ver aquí) y se agradece.

En la imagen: el señor Barnes.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Los zorros no lloran

Después del rifirrafe, quiero decir, el interesante intercambio de opiniones del otro día, se me quedó zumbando en el oído un sintagma y es este: "manipulador de las emociones del lector". Mi querido Anónimo lo lanzaba, entiendo que como acusación. He intentado espantar el zumbido con este manotazo: "y qué escritor no lo es". Allá donde no hay más que una persona dispuesta a deslizar su mirada por unas letras, nosotros, los escritores, queremos hacerle sentir cosas. Así, de la nada. Si eso no es manipular, que venga Dios y lo vea; si es manipular, que venga Anónimo y lo denuncie.
Como espectadora, como lectora, como oyente, establezco un acuerdo con un montón de gente para que me manipule, y doy por buenas todas las lágrimas que me arrancan, ya lo haga Spielberg, Visconti, ChobskyJessye Norman o Malú. Las doy por buenas porque me liberan de ese peso específico de las lágrimas y porque esos creadores o intérpretes han tenido el mérito de vencer esa coraza de la razón que a veces me pongo y a veces me quito. Claro, lo de ayer de Malú, me pilló a unas horas en las que suelo estar descorazada, porque lo que es yo no he encontrado ninguna coraza que se ajuste al camisón (y eso es fatal, por cierto).
La RAE distingue entre medios hábiles y medios arteros de manipular. Lo hace como diciendo que está feo manipular con medios arteros, esos de los zorros de las fábulas. Pero ¿dónde está la línea que separa unos medios y otros?
No hay persona que haya leído mi nueva novela que no haya llorado (bueno, sí, mi hermana, pero dije "persona"). ¿Estaré siendo artera?
No.
Lo sé seguro porque tengo una prueba del algodón personal. ¿Saben cuál es esa prueba? Que yo también he llorado al leerla, al leerme.
El algodón no engaña. Y los zorros no lloran.

La foto es de Sebastiao Salgado, un artero de cuidado, al menos según Susan Sontag.
Y si quieren pensar más sobre este asunto, creo recordar que Edmund Burke daba pruebas menos pedestres que las mías en este libro.

martes, 11 de diciembre de 2012

Sálvame

El otro día pongo una foto en la que aparezco rodeada de editores y de escritores ricos y famosos y hoy me encuentro un comentario anónimo allí que dice:
Te has vendido al lado oscuro. ¡Qué pena!
Y voy yo y hago lo que nunca debe hacerse: magnificar y seguramente malinterpretar el comentario, quizás hecho humorísticamente, y responder enrabietada, y aquí, para que se vea más. No tengo remedio. Allá va.

Querido/a anónimo/a:
La cosa es peor. Soy idiota. No me he vendido. Me he regalado. No cobro nada. No me refiero solo a la presentación del libro de Jordi Sierra i Fabra. Por esa presentación recibí el libro de Jordi y una invitación a cañas, jamón, queso, chopitos y croquetas. Nada más. Ni una pluma, ni un libro, ni una agenda. Tampoco lo pedí. Tengo mucho cariño a Jordi, y me pareció un honor estar a su lado en aquel homenaje.
Pero, como te decía, cuando digo “no cobro nada”, lo digo en sentido más amplio. Muchas, demasiadas, veces, escribo y no cobro. Lo único que hago es esforzarme por escribir lo mejor posible e intentar –supongo que ese es mi oscuro pecado- que me lea el mayor número de personas posible. Soy así de vanidosa y de insolidaria con la profesión. He terminado una novela de la que estoy orgullosísima. SM quiere publicarla. Aún no sé qué anticipo recibiré. Aún no he cobrado nada. Como ves, soy una pésima vendida. Tengo que llevar el coche al taller y no me atrevo. Entre Hacienda y la vida, se me está acabando el premio. Pero no quiero darte aún más pena.
Solo quería aclararte una cosa más. No me he pasado a ningún lado. Yo siempre he sido así. Lo confieso en mi página web, donde puedes leer:
Durante años trabajó como editora de las colecciones de narrativa juvenil Gran Angular y Alerta Roja. Este trabajo le permitió conocer de cerca y trabar amistad con los mejores escritores de literatura juvenil.
Cuando decidió pasarse al otro lado –convencida de que ni el lado del editor ni el lado del autor son "el lado oscuro"–, empezó a escribir para niños. Pero siempre quiso encontrar el momento de escribir para jóvenes.
De todas formas, por si a lo que te refieres es a lo de vender libros y eso, hace tiempo que confesé lo puta que soy. Te extraigo un fragmento por si vas con prisa:
Pues claro que los editores [y los escritores, añado] quieren vender libros. Cuantos más, mejor. Y resulta ridículo y, no por ridículo, menos recurrente, escuchar a los autores quejarse de ello. Porque, claro, vende = malo; no vende = bueno, sobre todo si lo he escrito yo. ¿No queremos que los niños lean? ¿No podemos considerar, en algún momento, que vender más libros es una vía más de hacer lectores? ¿Qué hay de malo en emplear herramientas de marketing para hacer llegar lo que consideramos bueno? ¿Qué especie de ridícula pureza queremos mantener? Y usted dirá: “Con todo lo mala que es, mira que es ingenua esta mujer. O puta.” Pues será, pero yo creo que editores y autores, marketing y literatura, se pueden, y se deben, conciliar. Que unos y otros nos necesitamos y que deberíamos insultarnos mucho menos en público y discutir mucho más en privado, como los buenos matrimonios.
Hoy me levanté discutidora. Ya perdonarás, anónimo. Seguiría discutiendo contigo en privado, y te invitaría a un café, pero no sé quién eres y tengo trabajo que hacer. Si crees que estoy en el lado oscuro, si crees que debo pasarme a algún otro lado, explícame por qué, por favor. Aún te pediré más, oh, anónimo, si crees que estoy en peligro… ¡SÁLVAME!
En la imagen, material para ¡Sálvame!: Jordi Sierra i Fabra y yo haciéndonos arrumacos en la puerta de un hotel.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La entrada

Un 15 de octubre, pero no sé seguro de qué año, una persona, pero no sé de qué sexo, acudió al cine Rex, ahora Palafox, y se sentó en la butaca 4 de la fila 13, ahora fila 14 (se ve que es más fácil cuidar a los supersticiosos que curarlos, y es a lo que se dedican ahora cines y aviones). No sé qué película vio. Me lo imagino riéndose con una de Louis de Funès porque su entrada la encontré entre las páginas de una Antología del humor. El libro con entrada fue un hallazgo de los que pueden descubrir hoy en el mercadillo contra el cáncer de la plaza de Los Sitios.
Me lancé a comprarlo porque tengo mucha fe en el humor. A mí me ponen las palabras “hilarante”, “ironía” o “risa” y ya me han vendido el libro. No pocos disgustos me llevo. La de libros que habré comprado con la esperanza de sonreírme y la de chascos que me habré llevado. Encima el chasco es doble en esos casos porque por un lado, no arqueo ni un milímetro los labios y por otro, me siento imbécil. ¿Me habré perdido algo? ¿Será humor para listos? Ya saben que el humor se mide por centímetros. En un extremo tenemos el humor grueso, que mide más o menos un palmo, y que es donde está precisamente el chiste del aparcamiento, el palmo y los centímetros, y en el otro extremo, está el humor de los elegidos, que tiene el grosor de la tela del traje nuevo del emperador. Por suerte mi antología tenía humor de varios grosores, y sí me ha hecho reír. Me he reído hasta con el anuncio de la solapa, que habla de otra antología, esta “del amor”, con ese lenguaje de antes: “No es un libro solo para los enamorados, sino para todos los hombres y mujeres que en el recuerdo, o en potencia, han conocido o han de conocer el sentimiento más sublime –leit motiv primordial de la existencia, motor de la humanidad- que albergan los corazones: el amor”. No sé si debería reírme de toda esa retórica. Creo que eso también cuenta como fina ironía, esa que tiene el grosor de las hojas de papel biblia, pero me da que en el fondo es triste reírse de cosas así. Queda de listo, pero es un poco de desalmados, o de malqueridos.
Hoy he soñado que entre los libros del mercadillo encontraba la antología del amor y que entre sus páginas descubría la entrada de la butaca 5 de la fila 13. Podría ser. El libro es de 1969, y ese año la película de Louis de Funès que se estrenó era El gendarme se casa, que suena vagamente romántico, o al menos tanto como el Perdona pero quiero casarme contigo de Moccia. Así que -ríanse de mi cursilería si quieren- me he tirado un rato con esa ensoñación romántica. Algo habrá que hacer ahora que se ha terminado Amar en tiempos revueltos.
La cantidad de historias que se encuentran entre las páginas de los libros…

En la imagen, el de la butaca 4 pasea con la de la butaca 5 y con el fruto de su encuentro en el Rex. Fotografía de René Maltête, fotógrafo francés de humor 4,5-9 cm.

Este texto fue publicado en Heraldo el domingo 9 de diciembre de 2012.