martes, 31 de diciembre de 2013

Lucys para el 2014

¡Anda que no habrán recibido a estas alturas felicitaciones! Graciosas, bonitas, cursis, originales, embajadoras de buenos recuerdos, talibanas de la alegría...
No iba a publicar aquí una felicitación de año nuevo (no porque no les desee lo mejor sino por no darles la tabarra) pero he encontrado algo, alguien, que quiero compartir con ustedes. Y ese, esa, va a ser mi deseo: Lucys Molinares para el 2014.
Dice Álex Grijelmo aquí que Lucy Molinar es a la vez
rigor y alegría, trabajo y baile,
convicciones y diálogos, firmeza y seducción
Y eso es justo lo que les deseo, todo eso: que lo practiquen, que lo reciban, que lo compartan, que lo apliquen...

Lucy Molinar es ministra de Educación en Panamá y si pinchan en el enlace, el de Educación, sabrán quién es ese otro personaje-del-año de la foto que obviamente no se llama Lucy. No digo más porque ahí se dice todo.
Besos. Y rigor y alegría, trabajo y baile...

sábado, 21 de diciembre de 2013

Loca Navidad

Estaba tan poco navideña que iba a ponerles una foto de Mr. Scrooge antes de que descubriera que los labios también pueden curvarse hacia arriba, escribir bien grande "PAPARRUCHAS" y quedarme más ancha que larga, lo que en mi caso tiene mucho mérito.
Pero hoy he leído en El País que un grupo de expertos ha considerado que mis Croquetas y wasaps merecen estar entre los 10 mejores libros juveniles del año, y me ha dado un subidón. Así somos los escritores, volubles como la donna aquella. Aun así, como no es tan fácil sacarme del modo "paparruchas" (no tengo derecho, no tengo perdón), he pensado: "ya vendrá el bajón, ya".
Pero entonces, ¡oh, entonces!, me he ido a la plaza del Pilar y he bajado por el tobogán gigante de trineos y... Creo que mis gritos se han oído desde la plaza de España. Que vengan bajones como esos.
Mientras bajaba, mi hijo me esperaba apoyado en la valla. "Mira esa loca", me ha dicho que ha comentado el que estaba a su lado. También me ha dicho: "yo no le he dicho que eras mi madre". Pero mientras subía por la cuesta, mi hijo me seguía con la mirada sonriendo.
Y eso precisamente les deseo: algo que les haga gritar de contento, una loca Navidad, en la cuarta acepción de locura que da la RAE ("exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo").
Una loca Navidad,
"afectos u otros incentivos" que se la produzcan,
y seres queridos sensatos que les acompañen en su locura, fingiéndose avergonzados, orgullosos en el fondo.

En la imagen: Mr. Scrooge, el personaje de Canción de Navidad (versión de 1938), en un momento loco de felicidad familiar, realizando sus primeras prácticas de sonrisa.

domingo, 15 de diciembre de 2013

"¡Oh, es ella!" "Oui, c'est moi" (Regalos de cumpleaños)

Nunca me habían mirado así. Estoy segura de que Pitita Ridruejo no abrió tanto los ojos ante su primera aparición mariana como los abrió Álvaro al descubrirme como la autora de Ensalada de letras
"¡¿Lo has escrito tú?! ¡¿Has escrito tú ese libro?!", gritó incrédulo.
Yo estaba en Miami, en el colegio Coral Way K-8 aunque a mí no me sacaron en el Hola por ello como a otras. Mostraba a alumnos de doce años una presentación y en una diapositiva apareció la imagen de Ensalada de letras, un libro de texto de lecturas. Utilizaba ese libro para explicar cómo a veces escribo siguiendo ciertas reglas. Pero no pude seguir.
La charla se interrumpió con el grito de Álvaro. Yo balbuceé un "sí, sí, lo he escrito yo".
"No me lo puedo creer. No me lo puedo creer", decía Álvaro.
Álvaro es español pero desde hace un tiempo vive en Miami. Cuando aprendió a leer, a los seis años, Álvaro devoró la Ensalada de letras. "¡Me lo leí más de cinco veces!", me aseguraba. Y empezó a recitarme los nombres de todos los personajes que desfilan por el libro, que si doña Despistes, que si Superleo, que si el mago Chas... y me habló de cuentos que yo había escrito de los que yo misma no recordaba los detalles. "¿No es irónico encontrarnos ahora aquí?", decía Álvaro, y seguía exclamando y recordando y pellizcándose.
Le habría corregido. Le habría dicho que no era irónico, que era maravilloso. Era maravilloso descubrir que mi obra formaba parte de su vida. Le habría dicho que solo por ese encuentro había merecido la pena preparar el dichoso Power Point y hacer el viaje. Le habría dicho que es por eso por lo que escribo para niños, porque solo ellos abren los ojos así en lugar de entornarlos con esos párpados de adulto que los años van cargando de desconfianza y de cinismo y de "qué me vas a contar tú a mí", esas losas que pesan más que la grasa, el sueño y el cansancio. Pero no le dije nada. Solo pude sonreír.

Mis farmacéuticas favoritas me regalaron por mi cumpleaños -ni que fuera tan vieja- el libro Yo fui a EGB. En él hay un apartado dedicado a los libros de Senda, por cierto, escritos -pocos la saben- por Fernando Alonso, este, no el otro. Se dice en Yo fui a EGB:
De toda la cantidad de libros que pasaron por nuestras manos durante los ocho años de EGB hay unos pocos que nos marcaron para siempre por ser nuestras primeras lecturas con las que aprendimos a leer. Por muchos años que hayan pasado nos seguimos acordando perfectamente de sus personajes.
Como para no esforzarse en hacer bien esos libros. Como para subestimarlos.
Una vez un escritor, al contarle que estaba preparando un libro de texto de lecturas, me dijo: "ya, pero ¿cuándo vas a escribir un libro de verdad?". ¿Se refería a un libro por el que cobrar derechos de autor una vez al año (más quisiera yo)? ¿Un libro cuya cubierta señalar orgulloso porque tu nombre aparece ahí (tampoco estaría mal)? ¿Qué es un libro de verdad? Me gustaría que a esa pregunta le respondiera Álvaro.
Y ahora les dejo. Estoy haciendo un precioso libro de texto de lecturas. Cuando sea vieja, me haré una camiseta con la cubierta del libro y el letrero "LO ESCRIBÍ YO", y me echaré a la calle esperando a que alguien me regale una mirada como la que me regaló Álvaro ese 21 de noviembre, día de mi cumpleaños, en Coral Way K-8.

Imagen de Alfred Eisenstaedt. El de la izquierda luce la mismita mirada de Álvaro.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Házmelo lento

"Hice un curso sobre lectura rápida y leí Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia."
Lo dijo Woody Allen. Lo repito yo cada vez que me preguntan sobre el tema de la velocidad lectora.
Hay cosas, unas cuantas cosas, que es mejor hacer lentamente (sí, incluso eso en lo que ahora están pensando). Ahora que se aboga por slow cities, slow food..., yo reclamaría slow reading.
Entrar en un libro y salir transformado de su lectura requiere un tiempo. Lo malo de tomárselo es que la lista de lecturas en el perfil de goodreads no resulta ni la mitad de impresionante. Pero no es lo mismo un lector que un acumulador de lecturas, de la misma manera que no es lo mismo un viajero que un turista. Viajar no es coleccionar sellos en un pasaporte. Bajarse del autobús en Pisa, hacerse la foto sujetando la torre y volverse a subir al autobús es solo la prueba de que uno estuvo allí. Nada más que eso. Y con la lectura es igual.

Escribo esto rápido, a todo correr, ahora que no tengo tiempo para nada, ni siquiera para explicarme mejor. Lo escribo tras oír unas cuantas veces: "me leí tu libro en una tarde", cosa que me alegra porque sé que es una muestra sincera de entusiasmo y una prueba de que mi esfuerzo por hacerlo fácil ha dado resultado, pero esa frase es también una espinita que se me clava. Por suerte tengo este blog, que es a las espinitas clavadas lo mismo que una pinza. Hala, ya está. Qué alivio.
 
En la imagen, fast travellers fotografiados por Martin Parr, especialista en mostrar esas ridiculeces nuestras.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Vengan (si total, no hace frío)

Es la última vez que les doy la tabarra aquí con esto. Palabra. Pero háganme caso. Vengan al mercadillo navideño de la Asociación Española Contra el Cáncer, en Zaragoza. No voy a darles el sermón. Les voy a dejar con el doctor Marcos Gómez, una persona que vive instalada en uno de los extremos de la vida, el extremo final,"en contacto constante con el dolor, el sufrimiento, la decrepitud y la muerte". Por fuerza tiene que saber más que usted y que yo. "Es mucho lo que aprendemos del proceso de morir antes de que ocupar esa cama", dice el doctor Gómez, y lo demuestra en este discurso. Sean lo que sean, piensen lo que piensen, tengan la edad que tengan, les interesa escucharlo. Si no tienen los diez minutos, pónganlo a partir del minuto cinco. Y no se pierdan lo que dice a partir del 8:45. Si no se les ponen los pelos de punta es que no tienen corazón, o pelos.
Y luego vengan a la plaza de Los Sitios, a comprar un librito, o a llevarse una dedicatoria de David Lozano o de Ana Alcolea, o a que les abrace Pupi, o a agenciarse un adorno navideño, un mantel, un centro, un juguete, un sobao pasiego de los que cimientan un estómago... Pasen a decirme hola, a tomarse un caldo o un chocolate caliente, a conseguir el número que saldrá premiado en la Lotería, a llevar al chico a hacerse una foto junto al rey mago, a hacer lo que hay que hacer.
¡Nos vemos!

Mercadillo navideño AECC
Del 29 de noviembre al 9 de diciembre. De once a dos y de cinco a nueve.
Plaza de Los Sitios. Zaragoza
Todos los fondos obtenidos se destinarán a la investigación contra el cáncer.

Imagen de Édouard Boubat.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Al compás del marro

¿Y esta mujer, que se va unos días a Miami a visitar colegios y a la Feria del Libro y no cuenta nada a la vuelta? ¿Qué clase de escritora es?
Una escritora que ha sido muy feliz, y una escritora muy ocupada.
De Miami tengo tanto que contar que voy a escribir un libro. Y si tengo tiempo, dentro de dos semanas, algún post. Pero ahora mismo, vivo sin vivir en mí, y es tanto trabajo el que adeudo que si muero no será que muero; si muero es porque me matan.
Señor juez, le aviso. Si desaparece el disco duro de mi ordenador y aparece mi cuerpo más que duro, rígido e inerte, habrán sido aquellas ante quienes soy deudora: las editoras.
En la imagen, de Lewis Hine: yo (ya ven lo joven que sigo pese a mi cumpleaños), que ni me vuelvo para la foto por no interrumpir el trabajo. Ya sigo.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El Cumpleaños

"Nadie puede saber cuál será su último cumpleaños y, por lo tanto, es imposible pensar en qué podría pedir como regalo para ese día señalado. Probablemente muchos firmarían también los deseos de Astrid Lindgren en el último cumpleaños que vivió. Fue breve y concisa: "paz en el mundo y bonitos vestidos"."
Lo cuenta mi querida Marta Gómez Mata en su libro Un mundo de mamás fantásticas.
Nada parece indicar que este vaya a ser mi último cumpleaños, pero es mi cumpleaños, un gran cumpleaños, y hoy deseo lo mismo que la Lindgren: "paz (y justicia) en el mundo y bonitos vestidos".
Me pilla este cumpleaños en Miami, a demasiados kilómetros de quienes hoy me habrían organizado una fiesta sorpresa. Y con el roaming desactivado. No me llamen. Escríbanme. Hoy no pararé hasta encontrar un lugar con wifi y si al entrar aquí veo que siguen castigándome a dieta de comentarios, es probable que me deprima. Se lo ruego. Quién sabe lo sola que me sentiré un día así rodeada de palmeras tropicales, lectores comecroquetas, resplandecientes malls, fornidos patinadores, agregados culturales, piscinas venecianas, camareros solícitos, bailarines de salsa, puros cubanos y cubanos puros, hijos de Julio Iglesias, peligrosos cocodrilos, escritores de feria, rubias recauchutadas, delfines perfectos... (Esta entrada está programada y fue escrita antes de llegar a Miami, lo que explica la sarta de tópicos que acabo de endilgarles. Ya disculparán.)
Déjense caer por los comentarios y felicítenme, porfaplease.
¿Hace falta que repita un año más lo mucho que lo necesito?

En la imagen, Astrid Lindgren, pensando un deseo. Vecino, quiero una foto así, una foto donde las arrugas se vean bonitas y los ojos parezcan bolas de cristal donde ahora ves el pasado, ahora ves el futuro, ahora ves naves de ataque en llamas, etc. 

¡¡Muchas felicidades desde Miami a mi queridísima compañera de cumpleaños Olivia!!

sábado, 16 de noviembre de 2013

Obligaciones

Me voy. Pero antes de agarrar la maleta, les dejo una lista de deberes. En realidad, no lo hago yo. Lo hizo Neil Gaiman, lo tradujo generosamente Ellen Duthie (léanlo íntegro aquí; lo que yo les pongo es un recorte recortado, y además deben conocer ese blog), y lo compartió la fantástica @punsetica. Tomen nota:
Creo que tenemos responsabilidades con respecto al futuro. Responsabilidades y obligaciones hacia los niños, hacia los adultos en los que se convertirán esos niños, hacia el mundo que habitarán.
Creo que tenemos la obligación de leer por placer, en espacios privados y públicos. Si leemos por placer, si otros nos ven leyendo, mostramos a otros que leer es bueno.
Tenemos la obligación de apoyar a las bibliotecas. De usar las bibliotecas, de animar a otros a que usen las bibliotecas, de protestar por el cierre de bibliotecas.
Tenemos la obligación de leer en voz alta a nuestros hijos. Leerles cosas que disfruten. Leerles cuentos que a nosotros nos cansan ya. De poner voces, de hacerlos interesantes y de no dejar de leerles simplemente porque hayan aprendido a leer por sí mismos. De usar los momentos de lectura en voz alta como momentos para estrechar nuestra relación, como momentos cuando no estamos pendientes del móvil, cuando las distracciones del mundo se aparcan.
Tenemos la obligación de usar el lenguaje. De ir más allá: de descubrir qué significan las palabras y cómo usarlas, de comunicarnos con claridad, de expresar justo lo que queremos decir.
Los escritores – especialmente los escritores para niños, pero todos los escritores- tenemos una obligación hacia nuestros lectores; es la obligación de escribir cosas verdaderas. Y aunque debemos contar a nuestros lectores cosas verdaderas y darles armas y armadura y transmitirles la sabiduría que hayamos ido recopilando en nuestra corta estancia sobre este mundo verde, tenemos la obligación de no predicar, de no sermonear, de no introducir a la fuerza por el gaznate de nuestros lectores moralejas y mensajes predigeridos, como los pájaros adultos alimentan a sus bebés con gusanos premasticados; y tenemos la obligación de nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, escribir nada para niños que no quisiéramos leer nosotros mismos.
Tenemos la obligación de comprender y de reconocer que como escritores para niños estamos haciendo una labor importante, porque si la fastidiamos y escribimos libros aburridos que hacen que los niños salgan espantados de la experiencia lectora, habremos mermado nuestro propio futuro y reducido el suyo.
Todos nosotros – adultos y niños, escritores y lectores- tenemos la obligación de soñar despiertos. Tenemos la obligación de imaginar. Es fácil hacer como si nadie pudiera cambiar nada, como si estuviéramos en un mundo en el que la sociedad es tan enorme que el individuo es menos que nada: un átomo en una pared; un grano de arroz en un arrozal. Pero lo cierto es que los individuos cambian su mundo una y otra vez, los individuos hacen el futuro y lo hacen imaginando que las cosas pueden ser distintas. Echad un vistazo a vuestro alrededor. Parad por un momento y mirar la habitación en la que os encontráis. Voy a señalar algo tan evidente que suele olvidarse. Es esto: todo lo que veis, incluidas las paredes, fue, en algún momento, imaginado. Alguien decidió que era más fácil sentarse en una silla que en el suelo e imagino la silla.
Tenemos la obligación de hacer que las cosas sean bellas. De no dejar el mundo más feo de lo que nos lo encontramos, de no vaciar los océanos, de no dejar nuestros problemas para la siguiente generación. Tenemos la obligación de recoger nuestra basura y nuestro desorden, y de no dejar a nuestros hijos un mundo echado a perder, timado y mutilado.
Tenemos la obligación de decir a nuestros políticos lo que queremos, de votar en contra de políticos de cualquier partido que no entiendan el valor de la lectura en la formación de ciudadanos que valen la pena, que no quieran actuar para preservar y proteger el conocimiento y fomentar la competencia lectora. No es cuestión de política de partido. Es cuestión de humanidad común.
Amén, Mr. Gaiman.
Y añado una obligación: el jueves 21 pásense por aquí. Ese día les cuento algo IMPORTANTÍSIMO. Lo acabo de dejar preparado por si en Miami no tengo tiempo, fuerzas o conexión. ¡No lo olviden!

Sobre la imagen, de Marc Riboud: Lo malo de imágenes como esta es que se convierten en iconos y entonces dejas de sentir el valor que hace falta para plantarse así ante unas armas amartilladas. Pero esa mujer está a un mínimo movimiento de índice de desaparecer de este mundo, y no es su propio índice. Dijo el fotógrafo: "Tuve la impresión de que los soldados le tenían más miedo a la chica que ella a las bayonetas".

jueves, 14 de noviembre de 2013

Gloria

Gloria Fuertes fue una poeta muy famosa. Salía casi todos los días en la televisión. ¡Una poeta en la tele! Fue tan famosa que hasta la imitaban los humoristas. Mucha gente la conoce, o cree conocerla, pero Gloria Fuertes es mucho más que esa figura televisiva. Fue una mujer muy valiente, buena e inteligente que se enfurecía con la injusticia. “Yo no puedo pararme en la flor, / me paro en los hombres que lloran al sol”, decía.
No tuvo una infancia fácil. Como cuenta ella: “A los nueve años me pilló un carro / y a los catorce me pilló la guerra”. También decía: “Tengo un poema aquí dentro / que me duele y no sale”. Pero al final transformó el dolor en poesía, y se esforzó especialmente en hacer reír a los demás. “Reír es como si como / -alimenta más que el lomo.” “Pero el mejor alimento / es que siempre estés contento.”
Aunque escribió libros maravillosos para mayores, como Mujer de verso en pecho, casi toda su obra es para niños: “No es todo hacer una poesía para el pueblo, / sino un pueblo para la poesía, / por eso escribo para el niño / y para el adolescente / que pronto serán el nuevo pueblo decente.”
Además de poeta, fue gorda y niña. No lo digo yo; lo dice ella: “Soy más pacifista que artista / más humanista que feminista. / Soy tímida y no lo parece, / soy poeta y sí lo parece, / soy gorda y sí lo parece, / soy soltera y no lo parece, / soy viuda y sí lo parece, / soy una niña y no lo parece.”
Como este año se cumplen quince años de su muerte, se han editado varios libros sobre ella como Mi primer libro sobre Gloria Fuertes o Gloria Fuertes, poeta para todos. No dejes de leer sus cuentos en verso. Seguro que te ríes, y como decía Gloria: “Quien ríe de día / duerme bien de noche”.

Este texto apareció publicado en Heraldo Escolar el 6 de noviembre de 2013. No es la primera vez que aparece Gloria Fuertes por este blog. Puede que no sea la última. Es lo más parecido a un ídolo que tengo.
En la ilustración, de Esther Gómez Madrid, Gloria.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Back to basics

Vuelvo de mi primera semana de gira de la Croquetas World Tour. Regreso con la espalda rota pero feliz de mi paso por salones de actos almerienses, bibliotecas de institutos granadinos, aulas multiusos malagueñas y voy directa al espectacular auditorio de eTopia (léase i-topia, con la i de todas las cosas modernas: e-book, e-learning, e-lusión porque "la originalidad es solo una ilusión de nuestra vanidad"), en Zaragoza.
En muchos de los centros escolares que visito, los micrófonos, si los hay, no funcionan. Por eso, y porque tengo una voz por la que un cazasubastas no daría ni un centavo, llevo mi propio cutremicrófono portátil. En eTopia no. En eTopia un técnico te coloca un micrófono de diadema y no hace falta ni soplar ni dar golpes ni decir "probando probando". ETopia es el nuevo Centro de Arte y Tecnología de Zaragoza. ETopia se presenta diciendo "Hola, soy Mañana". En eTopia nos juntamos tres premios Gran Angular —David Lozano que-esta-semana-presenta-nueva-novela-no-se-la-pierdan, Fernando Marías y servidora— para hablar de literatura juvenil transmedia. Si no quieres etiqueta, etiqueta y media.
Igual porque estamos en un sitio tan tecnológico, parte del auditorio parece asumir que transmedia es añadir cositas en internet a tu novela o publicar tu novela en formato electrónico. Quienes lo asumen no son además los más jóvenes. Lo más jóvenes del público toman notas con papel y boli, dieron mil ideas en un taller previo sobre "Nueva cocina narrativa" y no sienten que haya dos bandos.
Me acuerdo entonces de ese salón con aire de matadero chungo de un colegio malagueño, y de la calidez que se creó al colgar decenas de murales de cartulina con collages hechos a partir de la lectura de Croquetas y wasaps, y pienso que el transmedia no siempre está en la tecnología. A veces está en la pretecnología. Y otras veces está en algo tan primitivo como la palabra. Porque transmedia es asumir que para contar una historia tienes mucho más que un formato Word.
De todas las tonterías que digo y hago en esta nueva gira, lo que más me gusta, lo que aún me asombra, es lo que sucede cuando, si se tercia, leo un texto. A veces saco un papel, otras un libro, otras lo leo desde la pantalla de mi teléfono, o desde el iPad. Se crea entonces un silencio majestuoso, un silencio casi mágico. Y no es el iPad, ni el teléfono, porque sucede igual cuando leo desde un folio. Es ese soporte primitivo, el soporte cutre de mi voz, en conjunto con los dos soportes de pendientes y cera que adornan los laterales de los adolescentes que me escuchan; son esas dos cosas tan humanas, tan escasamente tecnológicas -orejas y voz- las que obran el milagro. Tendrían que verlo. En ese momento, no sé si transmediático, hacemos literatura, o algo, no sé cómo llamarlo. Solo sé que en ese momento nos alejamos un poco más del gibón, del orangután, del gorila.
La semana que viene voy a Miami a dar charlas. Me han prometido que tendré siempre cañón, portátil y conexión a internet. Me han pedido que prepare un PowerPoint, que haga algo muy visual. Yo lo he hecho. Soy muy obediente. Pero me juego una oreja a que no será absolutamente necesario. A la vuelta les cuento.

La imagen es de William Klein. Les contaré que en la zona exterior del modernísimo edificio de eTopia, hay un columpio bastante pretecnológico. El asiento es de madera desbastada. Cuelga de unas cadenas de hierro. A la salida del Salón de Literatura Transmedia, el sábado, mi hijo y yo nos estuvimos columpiando. La silla del columpio es un asiento corrido. Te puedes columpiar tumbado. Hacía sol. Se estaba bien. "No des tan fuerte", decía mi hijo. Cuando nos fuimos, nos olvidamos el iPad. Cuando llegamos a casa, nos dimos cuenta y volvimos corriendo a por él. Ahí nos esperaba. Nos esperaban los dos: el columpio y el iPad.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Croquetas World Tour

Parece que Lou Reed no saldrá de gira este año. Pero yo sí.
Tras dos años poniendo en pie la Golden World Tour, me estreno con la Croquetas World Tour, más World que nunca porque esta gira me llevará hasta -enumero en orden cronológico- Andalucía, Miami, Aragón en casi toda su extensión, Castilla-La Mancha, Extremadura y Madrid. Cuando digo Miami, quiero decir Miami (Florida), no Miami (Tarragona).
Si eres uno de esos lectores o lectoras a los que voy a poner ojos, orejas y demás partes del cuerpo, te ruego que leas estas cuatro cosas que escribí al respecto. Y repito: estoy deseando conocerte.

Pocos trabajos hay tan domésticos como este de escribir. Frente a eso, estas giras mías son un auténtico paseo por el lado más salvaje de la vida. Y, bueno, no quiero adelantar nada, pero creo que esta Croquetas World Tour nos va a deparar grandes momentos. Tu, turú, turú, tu turú...

En la imagen, de Michael Ochs Archives/Getty Images, Lou Reed.

jueves, 24 de octubre de 2013

Pendiente de lectura

"No es lo mismo llegar a una madre con un libro en papel (y que colocará en el mueble del salón) que en ebook... :D #CongresoEbook", tuiteaba hoy Julián Marquina desde el Congreso del Libro Electrónico en Barbastro. Y tiene toda la razón.
Se me ocurre otra cosa para la que no es igual un libro que un e-book. Se me ocurre por culpa de Antonio Muñoz Molina, de quien es imposible escapar esta semana. Hace unos días confesaba Muñoz Molina que había leído por fin a Thomas Bernhard después de llevar media vida en compañía de sus libros. Así lo contaba:
Qué manera tan rara tienen a veces los libros de llegar a nosotros. Parece que nos esperan sin prisa, como concediéndonos el tiempo que nosotros mismos no sabemos que necesitamos. Durante más de veinte años esos volúmenes de Bernhard han estado conmigo, presentes en mi vida sin que yo los leyera, visibles en mi biblioteca, como una casa junto a la que pasa uno todos los días y la mira y se siente atraído pero no se decide a llamar a la puerta. 
Y me pregunto yo: ¿nos esperarán así los e-books, esos archivos casi invisibles en nuestros e-reader? ¿Nos sentiremos atraídos por ellos? ¿Nos pesará esa lectura pendiente como nos pesa la de los libros que esperan en nuestras estanterías? ¿Qué pesa más: mil kilos de papel no leído o un giga por leer? ¿El peso de un libro no leído en la conciencia de un lector es inversamente proporcional al número de gigas almacenados?
Curioso que justo hoy, que ando con virus no informáticos, rellenando pañuelos de papel, me dé por pensar esto. Se ve que soy incapaz de resfriarme sin reflexionar sobre que si lo digital que si el papel, será que temo -esta sí- la llegada de los clínex electrónicos.

La imagen, como la lectura de Bernhard por Muñoz Molina, también estaba latente, una foto que estuvo años sin revelar. Estaba en uno de esos carretes que dejó Vivan Maier, la niñera reportera.
Qué maravilla, ¿no les parece? Todos los carretes que nos quedan por revelar, los libros que nos quedan por leer de una u otra forma, las canciones por bailar, la música por escuchar, los clínex por llenar de mocos... La vida, en fin. La vida, ese trajín.

martes, 22 de octubre de 2013

Volvamos a poner el ego sobre la mesa

Escribí varios artículos de los que me siento particularmente orgullosa para El Tiramilla. La revista, pena, desapareció. Los recupero ahora aquí. Como innecesaria prueba de vanidad, empiezo por reproducir hoy...

Pongamos el ego sobre la mesa
Estudié diez años en un colegio de monjas que presumían de su humildad (nótese el oxímoron). Entre muchas otras cosas, las josefinas me enseñaron eso, a ocultar mi vanidad y hacerla pasar por otra cosa.
Pero soy un pavo real.
Como me siento tan culpable de serlo (malditas josefinas), a veces me consuelo diciendo: “¿Y quién no?”. El otro día mi hermano alivió definitivamente mi conciencia:
–Todos somos egoístas e inteligentes –dijo. (Creo que todo había empezado por un “esa tostada era para mí”, o algo así.) Y luego añadió–: Y no es nada malo.
Es verdad. Es necesario que alguien se ocupe de uno, y quién mejor que uno mismo (esto acabará hablando de literatura y de peleas, no desesperen).
 –¿Y las madres? –le dije como prueba de que no siempre somos egoístas.
Ahí mi hermano estuvo dispuesto a hacer una concesión, pero en el fondo sé que esa es otra coartada del egoísmo.
Ya llego: me busco en Google. Tengo activada una alerta sobre mi nombre y sobre Pomelo y limón [añado ahora lo mismo sobre Croquetas y wasaps] que me hace llegar lo que se escribe sobre mí y no pocas noticias sobre cócteles, dietas de adelgazamiento y noticias del sector de los cítricos. Además, donde no llega mi paranoia, llega mi padre, que es como la madre de la Pantoja pero con conocimientos informáticos y cada cierto tiempo me envía, sin añadir un solo comentario, un enlace a algo que ha encontrado sobre mí en la red.
Podría decir que mis libros son como mis hijos y que cuando me busco en Google, lo hago porque quiero saber qué es de ellos. Pero sería parcialmente falso. Lo que busco es lo mismo que el pavo real cuando vuelve la cabeza: ver el brillo de sus hermosas plumas a la luz del sol.
Pero ¿qué sucede cuando lo que encuentra uno no son unas hermosas plumas brillantes? ¿Qué ocurre cuando la luz -esa luz que emite otra conciencia que no es la tuya sino la que ahora es propietaria de tu libro, de tu hijo, la luz del lector- muestra que tus plumas no son tan brillantes ni tan hermosas como pensabas?
Por fortuna, apenas lo sé. Las críticas a Pomelo y limón [¡y las de Croquetas y wasaps!] han sido excelentes. Salvo dos.
Ante esas críticas, las negativas, uno tiene básicamente dos opciones: pensar que le han iluminado mal, que no han sabido ver el brillo de sus plumas, o bien, hacer el esfuerzo de ver sus plumas bajo esa luz. Y quizás aprender.
Recientemente, en el Reino Unido, comentaristas en redes sociales, blogueros y autores se han enzarzado en críticas, réplicas y contrarréplicas y han llegado virtualmente a las manos. La escritora Danielle Weiller escribía a raíz de una crítica negativa en Goodreads, la famosa red social de libros: “Me pregunto si los lectores se dan cuenta de que a veces los autores los leen y de que pueden sentirse heridos por según qué tonos y comentarios.”
Yo pediría a los lectores precisamente lo contrario, que se olvidaran de que los leemos. No quiero llegar a un blog y leer una reseña “dedicada a la autora que me estará escuchando”. De hecho, cuando leo reseñas de mi libro, me siento un poco mal, una infiltrada, porque esas reseñas no están hechas para mí. Y está bien que sea así. Esas reseñas están hechas para orientar a otros lectores, no para dar masajes en la espalda a los autores, que para eso ya tenemos familia y amigos.
Leigh Fallon, otra autora envuelta en la polémica tras hacerse pública su solicitud dirigida a familia y amigos de que le ayudaran a relegar una reseña negativa sobre su libro a los últimos puestos en Goodreads, se vio obligada a disculparse ante la autora de esa reseña negativa (la misma a la que en su solicitud privada llamó “vaca estúpida”). En su carta le dice: “Tu reseña me dolió. Ya sé que no era un ataque personal, pero hay días en que tengo la piel fina”.
Al final, de eso se trata, del grosor de la piel. Hace tiempo que lo aprendí, y fue un aprendizaje largo y doloroso. Te lo lego, querido lector, autor, bloguero… ser egoísta e inteligente que eres, con el sincero deseo de ahorrarte inútiles sufrimientos: si quieres sobrevivir como pavo real, hazte con una piel de elefante. Y sobre todo, sigue a rajatabla los consejos de Julie Bertagna en el artículo de The Guardian que glosa la reciente polémica: “Porque al final, ¿a quién pertenece un libro? Lo más difícil que debe asumir un escritor una vez que ha publicado su libro es que ya no es suyo... aunque ponga tu nombre en la cubierta y viva dentro de ti. Lo único que te queda por hacer es armarte de valor mientras el libro se abre paso al mundo, ser cortés [stay gracious, dice, con ese bonito matiz de serenidad y elegancia] y ponerte manos a la obra con el siguiente libro. Y si no puedes soportar el acaloramiento de la blogosfera, no te busques en Google”. Amén.
Firmado: Gracious Oro
Ah, y si alguien quiere dejar un crítica positiva o negativa de Pomelo y limón, le agradecería muchísimo que lo hiciera aquí. Creé esta página para dar cabida a críticas feroces y a reales parabienes, y estoy deseando y temiendo que se llenen. Ambas.

En la imagen, de Richard Avedon, yo preguntando a ese espejo llamado Internet: "espejito, espejito, ¿quién escribe más bonito?".
Este artículo fue publicado en el, snif, desaparecido El Tiramilla el 8 de febrero de 2012.

viernes, 18 de octubre de 2013

Twiter era una fiesta

Entraste un día en medio de una canción. Deberías saber ya que la música no espera por nadie. Tampoco por ti.
Abrumado, te fuiste a un discreto rincón de la barra y los viste bailar. Ya no lo recuerdas, pero esa visión posiblemente es la más certera que nunca tendrás de ellos. Desde esa esquina de la barra, aquella primera vez, viste el ahuecar de sus plumas, el nervioso aleteo, el planear carroñero, el furibundo zarpazo, oíste el lastimero piar, los alegres trinos, el monótono zureo, el inconfundible crotorar... Todo lo viste y oíste aquella vez. Lástima que no pudieras verte a ti mismo.
Todo lo viste y todo lo olvidaste -ya te he dicho- cuando empezaste a salir a bailar. Al principio con timidez, sin apenas mover los brazos. Revoloteaste alrededor de alguien. De repente tus ojos se cruzaron con los de un bailarín, le alzaste la copa y las cejas. Te encontraste con algún conocido, con algún amigo, le lanzaste un favorito como quien manda un beso. Te alegraste de encontrarlo. Te alegraste tanto que, cuando te sacó a bailar, te dejaste llevar. Diste una vuelta de su mano. Le miraste a los ojos un momento, meneaste las caderas. Volviste a la barra más animado. Alguien te llevó a un sitio donde nunca habrías llegado solo. Te hicieron reír. De repente sonó esa canción que te gustaba y te olvidaste de todo. Te hicieron corro. You are the dancing queen... Alguien te cogió de la mano, te hizo girar sobre un pie y los reflejos de la bola de espejos te cegaron y qué gusto da bailar, es el momento de tu vida, o como quiera que se traduzca eso. Aún seguías al ritmo de la pandereta cuando ya no había rastro de ella porque era otra la canción que sonaba, y esa no, no te hacía mover los pies, así que volviste a acodarte en la barra y miraste un rato, otro rato. Pensaste que igual volvería a sonar ese tema, pero no, ya no. Incluso hubo un día en que te quedaste de guardia, toda la noche despierto, para ver si tenías suerte y volvías a vivir el momento de tu vida. De vez en cuando sales a bailar, ríes, te enteras de cosas, disfrutas de la compañía. Pero siempre, en algún momento que no siempre coincide con una canción tristona, un momento que bien podría ser bailable, te alcanza como una epifanía la certeza de que estás solo. Rodeado de gente y solo. Lo que pasa es que esa certeza llega acompañada de otra certeza gemela: que todos los demás también están solos. Y eso es bastante parecido a la compañía. Y por eso vuelves.

En la imagen, de Larry Fink, tuitstar soltando una perla de humo. A su alrededor, tres seguidoras prestas a darle RT. Si quieren ver más fotos de la fiesta, no se pierdan la exposición Body and soul ahora en el museo Pablo Gargallo.

sábado, 12 de octubre de 2013

¿Qué dices de la literatura juvenil?

Cuando escribo novela juvenil, no lo hago con tres dedos. Cuando escribo cuentos infantiles, no me lobotomizo. ¿Es preciso aclararlo? Quizá sí.
Lo hago ahora al hilo de los posts de Gemma Lluch sobre las lecturas juveniles como pasarelas (o no) para la educación literaria. Gemma, que no es lista ni ná, que no ha leído libros juveniles ni ná, se cuida muy mucho de hablar de "literatura juvenil", y habla ahí de "lecturas juveniles". Sus comentaristas, que tampoco nacieron ayer, no tardan en meter el dedo en la llaga, y hablan del "salto a lo literario", de la diferencia entre "competencia lectora" y "competencia literaria", y contraponen la "paraliteratura" a la "literatura literaria". Y parece que hay cierto acuerdo en que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Incluso se señala que hay autores que hacen libros juveniles "industriales" para sobrevivir "aunque luego también hagan buena literatura". ¿Y cómo lo veo yo como autora? 
Como autora, no me siento al ordenador, me froto las manos y digo: "bien, hoy escribiré unas paginillas, pero no literatura, que eso cansa mucho, y total, esto va a ser para adolescentes". Al contrario. Pondré un ejemplo, relativo al uso del lenguaje. Siempre escribo con todo el paquete de palabras que tengo en la cabeza más ese bonito anexo que son los diccionarios. Si estoy escribiendo para adultos y quiero poner un palabro, lo pongo y santas pascuas. Pero ¿qué sucede si estoy escribiendo para un lector poco avezado que sé a ciencia cierta que no comprenderá esa palabra? Descarto la arrogante posibilidad de ignorar su ignorancia y darle ajo y agua, y me encuentro entonces con las siguientes opciones:
a) Busco un sinónimo pero, al encontrarlo, me doy cuenta de que en la palabra sinónima se pierde un matiz que consideraba importante. Paso entonces a b) o c).
b) Busco una metáfora que diga todo lo que quería decir el palabro. De esta búsqueda a veces resulta algo bello, mire usted por dónde.
c) Pongo el palabro cuidándome muy mucho de que el contexto ayude a comprenderlo y con plena consciencia de que, en ese momento, estoy regalando una palabra nueva a mi lector.
Ya ven, casi igual que poner el palabro sin más. El mismito esfuerzo.
Y así con todo.
Y por eso es más difícil escribir para niños y para jóvenes. Y porque mientras me concentro en escribir bien, todo lo bien que puedo, todo lo literariamente que sé, además tengo un neón encendido en mi cerebro que dice "atañer". Como la literatura es un intento sofisticado de comunicarse profundamente, me preocupo de contar cosas que lleguen a tocar a mis lectores o de hacerlo de tal forma que sientan que les incumben, porque si no, la comunicación será imposible. Lo sé porque llevo media vida accionado ese mecanismo de desconexión comunicativa cada vez que mi madre me narra un partido de tenis juego a juego o cada vez que me explican algo relativo a mecánica automovilística.
Y esa es para mí la gran diferencia, no tanto el lote de palabras con el que me manejo, ni mucho menos la exigencia literaria que me impongo, que es siempre la misma, sino que lo que atañe a un joven es distinto a lo que atañe a un niño o a un adulto. Y por eso si un adulto me pide algo mío de leer, le doy alguna columna de este blog. Y si no le doy Croquetas y wasaps no es porque considere que sea menos bueno o más malo sino porque temo que la primera parte no le ataña, aunque estoy casi segura de que la tercera le atañería, y de qué manera. Y si un niño de nueve años me pide algo, le mando a leer a los Croqueto, agentes secretos y no a Superleo, un personaje que le parecería tan pueril a él, que con nueve añazos, hace mucho que abandonó Pocoyó para ver Jessie. Solo a Publio Terencio Africano le recomendaría la totalidad de mi obra, pero eso es porque dijo que nada humano le era ajeno.
Perdonen que haya saltado como una fiera herida a uno de los márgenes del debate, y que haya desoído interesadamente la defensa de la literatura juvenil de la propia Gemma Lluch, o de Luis Arizaleta, o el estupendo comentario de Catalina García-Huidobro, pero es que los escritores de novela juvenil andamos muy susceptibles y muy caninos de reconocimiento literario. No me malinterpreten. No negaré la evidencia. Hay libros juveniles que atañer, atañen, pero que no son literatura, aunque ¿quién otorga esa categoría entre los contemporáneos? Y en el otro extremo, y vuelvo al post de Gemma, están los indiscutibles literarios, los clásicos, que lo son porque atañeron, atañen y atañerán siempre al lector competente que sepa descubrirlo, y ahí están esos ejemplos que ponía la Lluch de profesores que se descuernan intentándolo, intentando que ese lector juvenil descubra que el dolor de Garcilaso es el suyo. ¿Que si sirven las novelas juveniles para acceder a los clásicos? Me gustaría pensar que las mías sí, aunque solo fuera porque los cito y los entremeto. Pero es solo un whishful thinking.
Y aún diría más al hilo de esos posts y sus comentarios, y lo diré, pero otro día, porque ya temo estar quedándome sola en este acto comunicativo, tan largo para el molde de un post. De hecho... ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien a quien toda esta elucubración le haya atañido? Por Dios, qué feo suena eso de "atañido". Creo que es la primera vez que escribo esta palabra. Pero bah, da igual, a estas alturas, Oro, ya estás hablando sola. Si es que... ¿no presumes tanto de tener en cuenta a tu lector? Hija mía, que están leyendo en internet, que no hay quien resista un post tan largo, si parece el programa largo de... ¡Andá, si no has puesto el lavavajillas!

En la imagen, de William Klein: yo por la literatura juvenil, ma-to.

jueves, 10 de octubre de 2013

Los diccionarios

“Cuchufleta”, “taquimeca”, “tingitano”, “tiritaña”… ¡Qué palabras más bonitas! Y salen todas en el diccionario. No saber una palabra es perderte una parte del mundo.
No hace falta que leas el diccionario de corrido (aunque podrías hacerlo y luego presentarte a Pasapalabra), pero bucear de vez en cuando en un diccionario, pescar una palabra y meterla en tu vida, como quien mete un recuerdo o un amigo, es una de las mejores cosas de haber nacido humano y no gorila, o papamoscas (toma palabra). Diccionarios hay muchos. Los hay más prácticos, más divertidos, más bonitos…
Te vamos a presentar dos que acaban de salir, aunque puedes buscar muchos más:
-Pequeño diccionario de palabras de los adultos, de Bertrand Fichou con ilustraciones (¡muchas!) de Robin (SM). En él encontrarás palabras como “estado”, “transgénico”, “ere”, “reforma”, “facebook”… Palabras que estás harto de oír y que pueden parecerte aburridas pero que, explicadas con un cómic, no lo son tanto. En el libro se dicen cosas que a los mayores también les vendría bien recordar como, por ejemplo, en la definición de “verdad”: “Si todos distinguiéramos los hechos de las opiniones, seguramente nos llevaríamos mejor.”
-Cien palabras. Pequeño Diccionario de Autoridades, de Rosa Navarro Durán, con ilustraciones de Noemí Villamuza (Edebé). Este es un diccionario de los bonitos. En él Rosa te ofrece cien palabras para que las hagas tuyas. En esta tarea le ayudan las ilustraciones de Villamuza y los textos de un montón de escritores que demuestran cómo se usan. Mira esta:
“ENTREMETER. Meter una cosa entre otras.
«El que sabe dormir es el que se entremete la almohada entre el hombro y la mandíbula como si fuese el violín de los sueños». R. Gómez de la Serna.”
Publicado el 9 de octubre de 2013 en Heraldo Escolar.
En la imagen, Chema Madoz reinventa la palabra "birrete".

jueves, 3 de octubre de 2013

Viaje gratis a Italia

¿Pero han visto la foto? ¿Se les ocurre algo más italiano? Y tal cual estaba la pared. L'Italia è così!
Mi vecino lleva un tiempo allí. Me manda fotos, como esta. Yo no sabía qué hacer con ellas porque no se me ocurría nada a la altura.
Cuando mi vecino estaba en Conil de la Frontera, creamos la Venta El Maestro.
Cuando se fue a Nueva York, quedamos, él y yo, sus fotos y mis textos, en whoooosh.
He guardado las fotos italianas en la nevera, pero cualquiera diría que las he tenido en el horno, porque lo que finalmente ha salido, lo que está saliendo, es una cosa nada fría, una colección de postales muy italiana y vocinglera, muy de espera-que-me-quito-el-tacón-y-te-lo-lanzo-a-la-cabeza (¿o eso era más bien vedetero?).
Los textos son cortísimos y normalitos, una prueba de voz. Además esta vez lo que importa no es tanto la voz como la historia, que -ya verán si quieren- puede deparar muchas sorpresas. En cualquier caso, las fotos... Las fotos no tienen desperdicio, así que no se las pierdan. Con todos ustedes...
Un cordial saludo.
(Es que se llama así el blog de la cita: "un cordial saludo", y de cordial, y de educado, solo tiene el nombre.)
Y, ahora sí, mi despedida: un beso a la italiana.

martes, 1 de octubre de 2013

Te hablo a ti

Te lo digo mirándote a los ojos. Y te lo digo de tú -te extrañará si sueles venir por aquí-, porque el silencio es lo único que me apea del usted, y voy a hablar de eso.
El otro día asistí a un silencio institucional. Era en el Pleno de las Cortes, de Aragón, claro (me estoy volviendo muy local). Un minuto de silencio por el fallecimiento de José Atarés.
Ahí estaban los del tendido mirando a los árbitros, los árbitros mirando al tendido, un secretario mirando al gallinero, los del gallinero mirando al tendido y a los árbitros, y de repente, un leve movimiento gallináceo de cuello y todos miramos hacia otro sitio, los diputados mirándose las puntas de los pies, la mesa sobre la que reposan sus móviles, sus iPads, sus papeles... y luego, gallinas de cuello bamboleante, de nuevo hacia la Mesa, hacia el techo, hacia la Cámara, hacia la puerta de enfrente... Porque un prolongado silencio rodeado de gente es un campo de minas. En un largo silencio  no se sabe hacia dónde mirar pero se tiene muy claro dónde no mirar: a los ojos. Un silencio largo mirando a los ojos de alguien solo puede acabar en un beso o en una bofetada, y no son las Cortes un lugar para eso. O sí.
Y luego está lo contrario, hablar, parlotear incesantemente, a los ojos de nadie. Lo estoy haciendo en una de las experiencias de formación más estresantes que he vivido. Imparto un taller a distancia sobre planes lectores de centro. Mis alumnos me ven a mí. Yo no les veo a ellos. No sé si están. No sé si les aburro o les aturdo. Hablo hacia mi propio ordenador. Es incomodísimo. Me da dolor de cabeza.
Es raro que me resulte tan incómodo. Debería estar acostumbrada. Al fin y al cabo, me dedico a eso.
Te hablo a ti sin verte los ojos. A veces confundo tus ojos con los míos. Soy escritora.

Una experiencia de dinosauria

Leo sobre esos nuevos dinosaurios que son los padres que leen a sus hijos todas las noches. Dicen que están en peligro de extinción, al menos en Gran Bretaña.
Leo también que "los jóvenes tuitean, escuchan música y ven la televisión al tiempo que intentan leer un libro. Los estímulos son demasiados y llevan a la falta de concentración sobre una sola tarea". Lo dice el psicopedagogo Juan Planas en un artículo tan old-fashioned que solo se puede leer en papel, en el Heraldo del 15 de septiembre de 2013.
Yo, que soy madre, pero que tuiteo, veo la televisión, me pinto las uñas y contesto correos a un tiempo, ni le quito ni le doy la razón. Pero con ustedes compartiré una confesión que bien podría ser un truco. Allá va:
Mi hijo es adicto a la Nintendo, la televisión, el ordenador y la tableta como el que más. Cuando se le agota la batería, es capaz de jugar tirado en el suelo junto a cualquier enchufe mientras se le carga el cacharro que sea. Y también es lector. Faltaría plus (y que yo perdiera mi trabajo como predicadora de la lectura).
De un tiempo a esta parte, hemos adelantado la hora del cuento. Aunque él lee perfectamente de forma autónoma, y le gusta, yo sigo leyéndole, y le encanta. ¿Cuándo? Ya no esperamos a que él esté en la cama y yo, más que él, me caiga de sueño. Ahora le leo mientras está en la bañera.
Cada día sale de allí más limpio, más sabio, más arrugado y más feliz. Sé que es una práctica no muy ecológica (agua, papel...) pero reciclamos mucho para compensar.
¿Que qué tiene que ver esto con lo de la tecnología? Si se hacen esta pregunta es que pertenecen a ese pequeño y feliz porcentaje de la población que no ha visto caer su teléfono por la taza del váter. Y además, ¿les suena la palabra electrocución?
Como dice Bernat Ruiz Domènech, entre otras cosas (estas sí, a favor de la tecnología, posible aliada de la lectura): "cada cosa tiene su lugar y su momento". En casa guardamos un lugar a los libros junto a los patitos de goma.

En la imagen, de Bill Brandt: nuestra querida Tinette asegurándose de que mi hijo se enriquece pero no se cuece. Y como vuelva a pillarla pisando con los zapatos la alfombra blanca de rizo, a esta... a esta lo que le leo es la cartilla.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Escritora feliz

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¿No lo huelen? ¿No les trae este viento otoñal un castizo aroma a fritanga?
Dejen de mirar su campana extractora. No culpen a sus vecinos.
Son mis croquetas, que están de nuevo en la freidora, reimprimiéndose.
Quienes no las pudieron encontrar ni en la sección de cocina, lo tendrán ahora un poco más fácil. A quienes no les hace falta buscarlas porque ya se las han zampado, a esos que han hecho que se agotaran, gracias gracias gracias GRACIAS. Me han hecho una escritora feliz. Me siento en deuda.

(Cada vez que me quejo, sucede algo -un ZAS en toda la boca- que hace que me sienta muy afortunada. No sé qué conclusión sacar de esto: si debería quejarme menos, o debería quejarme más.)

En la imagen, de Robert Frank: lectoras haciendo tiempo mientras esperan a que saquen las croquetas recién hechas. A 9,95 €, preciso. Pero ustedes no me fumen.
 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Escritoras cabreadas

"¿Qué tal va la escritura?", me pregunta mi padre.
"¿Qué tal va la catálisis homogénea?", me dan ganas de responderle porque así equilibraríamos nuestra incomprensión.
Pero en vez de eso, hago lo que me da por hacer últimamente: me quejo. Que así no se puede escribir, que ando descuernándome intentando encajar contenidos curriculares en cuentos mil veces revisados, que si mejor me voy... No le cuento que escribir, escribir algo que quieres escribir, es un estado mental en el que te sumerges hasta quedarte sin aire porque necesitas esa larga apnea que te saca del mundo y te hace meter el mundo en tu novela porque todo lo que sucede es parte de ella. No le cuento que escribir también es tirarse a la piscina, que no puedes escribir como esas señoras tan graciosas que bracean manteniendo la cabeza fuera del agua para que no se les estropee el cardado, que ya te gustaría pero que al menos tú no puedes, no sabes escribir y preparar un cómic para el segundo trimestre, dejar el coche otra vez en el taller, escribir esa colaboración no pagada, rellenar aquella ficha, reclamar esa factura, hacer la comida, ir corriendo a por el niño, jugar un buen partido con él, leer, porque no vas a dejar de leer, planchar las camisas, mirar los anuncios de pisos, zascandilear un rato en tuiter y escribir esta tontada en el blog, porque dejar de escribir aquí es peor, echarte las gotas en el oído, lidiar con el insomnio, escuchar esa mierda de noticias, recordar aquella reunión... Y que encima te sientes mal por sentirte tan artista, porque sabes que estás rodeada de gente que lidia con todo eso y más. Y que aunque te libraras de los quehaceres y de las moscas negras, no es este el espíritu con el que quieres escribir porque te has impuesto la cruzada de alegrar a tus lectores porque para amargarlos ya están los quehaceres y las reuniones humillantes y las moscas negras y la mierda de noticias... Y no quieres volver a escribir la palabra "mierda". Y fantaseas con mandarlo todo a ese sitio que no vas a volver a decir y dedicarte a repartir alegría siendo cartera, camarera o lectora de contadores.
Espero que esto sea solo un intermedio inestable.
Debería dejar de escuchar a Tom Waits.
Y encima otoño.

En la foto: escritora con mano en barbilla consuela tontamente a escritora con mano en barbilla diciendo: "chica, yo te comprendo". A lo que la escritora más joven responde con resentimiento: "sí, pues mira cómo acabaste".

viernes, 20 de septiembre de 2013

A mí que no me lo expliquen

Me falta algo en el cerebro, algo, no sé qué, que me impide apreciar ciertas artes. A veces voy a las exposiciones y hago como cuando Sally se comió un sandwich con Harry. Pero sé, porque alguna rara vez no he tenido que fingir, que me pierdo algo.
Aun así, no me rindo y sigo yendo de exposición en exposición, porque me pasaba lo mismo con la poesía, que no sabía distinguir la buena de la mala, y de tanto leer mucha y muy buena, ahora las separo como separó Moisés las aguas del mar Rojo.
He ido a la feria de arte contemporáneo Summa y he visto cosas que me han gustado y cosas que no, y cosas que ni sé si me han gustado, y cosas que me han hecho preguntarme: "¿Pero qué hace esto aquí? ¿Cómo puede costar 3.000 euros? A mí que me lo expliquen". Pero mejor que no, porque cuando me lo explican, cuando oigo esas palabras que salen de la boca de artistas y galeristas como pompas de jabón, entonces albergo la sospecha de que cada pompa es un cero que se añade al precio de la obra.
Incluso ante lo que me gusta me sobran las explicaciones. Una de las cosas que me gustó en Summa fue la obra de Pedro G. Romero expuesta en Casa Sin Fin y publicada por Periférica en el precioso librito Los países. Pues bien, empecé a leer el prólogo y... miren cómo ascienden las pompas de jabón: "Cancelado el banal hieratismo del objeto que celebra su consagración (iconoclasta) vía fetichismo de la mercancía, cancelada la coartada intelectual que proporciona la explicación, nos queda el relato". Y la pompa no se quedaba ahí, que seguía ascendiendo y haciéndose más y más grande. Igual es que me falta también algo en el cerebro para apreciar las pompas de jabón. A cambio disfruto enormemente pinchándolas, y eso hice: pasé del prólogo, y me entregué a esas fotos y esos textos tan de verdad de Pedro G. Romero.
"-¿Para Lekeitio es por aquí?
-Lekeitio, Lekeitio, no es por aquí, esto es para Ibarra, tenéis que dar la vuelta..."
¿A que se entiende todo?

Acto de contrición: Antes, cuando enviaba textos o proyectos a alguna editorial, los acompañaba de una explicación muy salada y zalamera (antes de antes, trabajé en marketing). Ahora ya no. Ahora mando los textos solitos. Con un cordial saludo. Que se defiendan solos.

En la foto, de Fernando Sancho: un pintor, calladito, delante de su obra. Como debe ser.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cajita de colores

Hay una amargura instalada en el paladar que transforma todo, hasta el algodón de azúcar y los paraguayos, en naranjas pochas y almendras rancias. Reina un desánimo espeso, una niebla baja que se mete en la cabeza y que quita las ganas de todo. Pero sale una a la calle porque hay un niño que se pone los patines y ni con las alzas de sus ruedas le llega la cabeza -bendita sea- a la altura de esa niebla del amargor.
Y sale, y descubre que donde había un solar sucio, lleno de los restos humanos más abyectos -siempre, aún, las jeringuillas y el colchón meado-, hay ahora pintado en un inmenso muro un elegante y gigantesco perro guardián, un perro que a partir de ahora acompañará a los niños que jueguen en ese solar que ya no es un solar. Y en otra calle un corazón de Boa Mistura nos invita a brillar -"cajita de colores que transforma toda una calle"- y en otra, un mandala nos dice que la vida está hecha para nosotros, y hay colores que dicen "sí" en un barrio que decía "no". Y nacen en los muros árboles, glaciares, sevillanas pixeladas, escaleras de colores, pero también serpientes que nos hablan de vanidad y siluetas que buscan trabajo en una oficina de empleo imposible.
Al de los patines le fascinan los grafitis que hemos visto. "No son grafitis", le digo enteradilla aunque acabo de enterarme. "Son intervenciones artísticas". Nos lo ha enseñado Vicky, que nos ha hecho una visita guiada por varios de los murales del Festival Internacional de Arte Urbano Asalto. También nos ha contado que la belleza, el arte, transforma la vida de las personas. Y es verdad. Los niños juegan bajo el perro y nosotros volvemos transformados y sonrientes, y parece que se disipa la niebla y comemos un melocotón que sabe a melocotón.
El niño vuelve rodando y yo reconcomiéndome.
Cuando empecé a escribir columnas, también quise intervenir en sus vidas: prestarles una manualidad para decir un incómodo "te quiero", obligarles a salir de casa para que me sacaran la lengua, darles una coartada para hacer y deshacer la cama, empujarles a ponerse guapos, que la hoja de mi columna les sirviera de posavasos o de manta... También, antes incluso, quise intervenir desde algunos libros infantiles.
Me gustaría no perder eso de vista. Intervenir, como los cirujanos.
El vecindario, el barrio, la ciudad, el país... la realidad está despatarrada sobre una mesa quirúrgica. No pide a gritos que la intervengan porque ni tiene fuerzas para eso, pero, monitorizada como está, emite un "pii pii" quejumbroso y distanciado. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? Quizá sea cuestión de vida o muerte.

Fotografía de Alex Webb. Para ver fotos del festival asalto, pueden ir a la página del festival o a la de un fotógrafo que pasaba por ahí y que encima me invitó. Pero si están en Zaragoza, échense a la calle. Y si no, vengan para eso, para visitar esta ciudad que es un referente mundial de street art. Las visitas guiadas se han acabado, pero han tenido tanto y tan merecido éxito que es posible -es deseable- que vuelvan.

martes, 17 de septiembre de 2013

Vida loca entre las estrellas

Mezclas "un niño", "un devoto padre", "fuente de energía y motivación", "la pasión y el compromiso", "los más anhelados sueños", "un lugar especial en el corazón de los niños", "la liberación de los sueños a través de la confianza en nosotros mismos" y ¿qué sale?
¿Un unicornio remontando el arco iris? Frío frío.
¿La vida loca? Caliente caliente.
Lo que sale es la noticia de que Ricky Martin acaba de publicar un cuento para niños: Santiago, el soñador entre las estrellas, resultado de una honda introspección literaria sus vivencias como padre de los gemelos Matteo y Valentino.
En la imagen (de cuyo fotógrafo no encuentro noticia): Ricky Martin, un chico muy letrado.
Y sí, este post es un destilado rapidito de envidia.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Nooo, la ficha noooo

Miren cómo se han quedado estos niños cuando han oído decir a su profe: "y ahora, la ficha". Para que levanten cabeza, les he escrito esto. Me lo han publicado en el Heraldo Escolar, que retoma su andadura con el comienzo del curso.

¿Todavía no lees? Eso es que no conoces...  
Dime, de Aidan Chambers
Dime no es un libro para ti. Es para tu profe. Pero sigue leyendo que te explico.
Si empezamos con Dime es por una buena razón: porque queremos que este curso disfrutes muchísimo leyendo… y también después de leer. Y es que a veces, después de leer, toca hacer unas fichas que son un tostón y piensas: “El libro me gustó pero la ficha…” O, peor: “Encima de que el libro no me gustó tengo que escribir sobre él” (aunque te advierto que algunas personas se lo pasan bomba hablando mal de libros que no les han gustado).
Mucha gente se dedica a investigar sobre qué hacer después de leer. Aidan Chambers es uno de ellos. Aidan ha sido maestro, editor, escritor… Lo importante es que Aidan ha probado con muchos niños qué hacer para disfrutar aún más de los libros después de haberlos leído, porque como decía Sarah, de ocho años (y esto también lo cuenta Aidan): “nosotros no sabemos lo que pensamos sobre un libro hasta que hemos hablado de él”.
¿Y qué es eso tan especial que propone hacer Aidan? Hablar del libro.
¿Y eso es todo? Pues sí, pero hacerlo bien no es tan fácil. De hecho, Aidan escribió un libro de 172 páginas solo para contarlo. El libro, Dime (ed. FCE), incluye trucos para elegir lecturas, para leer mejor, para hablar sobre libros, juegos… Ponemos la cita con la que empieza el libro para tu profe, y a ti te deseamos más conversaciones bonitas sobre libros y menos fichas.
“Una nueva descripción de la lectura podría cambiar lo que ‘es’ leer; ciertamente cambiaría la manera en que la vemos… Si empezáramos ahora a hablar de la lectura en términos de ‘diálogo’ y ‘deseo’, ¿no sería ese un mejor comienzo?” Margaret Meek
Diálogo y deseo, ¿qué mejor inicio para este comienzo lector?

Las fotos son de Sabine Weiss. En esta segunda salen los de antes, que al final no han hecho la ficha y se han dedicado a hablar un buen rato sobre Sapo y Sepo. Miren qué contenticos se les ve. Parecen otros.
(La primera, en serio, aunque todo es en serio pero ya me entienden, pertenece a este libro.)

martes, 10 de septiembre de 2013

Café de la Paix

Creo que en todas las ciudades y pueblos de Francia hay un Café de la Poste y un Café de la Paix comento a mi vecino.
Paix es paz, ¿no?
El primero que abre un restaurante debe de pillar el nombre para que no se lo pise el siguiente. Es como "Casa Pepe" en España.
En Perpignan hay, por supuesto, un Café de la Poste y un Café de la Paix. Tomó un relaxing cup of café au lait en el Café de la Paix, leo la prensa local y miro alrededor. He desactivado los datos móviles del teléfono. Puedo escribir los mensajes que quiera pero tendré que esperar para enviarlos. Soy como una mujer con una carta incendiaria en el bolso, en ese momento en que aún puede mandarla o tirarla a la papelera. Para eso sirven (para eso servían) las cafeterías junto a la oficina de correos. Me equivoqué de cafetería. El limbo de las pasiones es el Café de la Poste. ¿Qué será de nuestra generación sin ese limbo? Estamos condenados; seremos víctimas de la rabia, las hormonas, la gracia y el botón de enter o "enviar". Hala, pum, lo piensas, lo escribes (lo escribes mientras lo piensas) y lo mandas, lo tuiteas, lo vomitas. ¿Nos hará la osadía más felices? ¿Nos hará la precipitación más infelices? ¿Nos librará el vómito precoz de aquellos cólicos y aquellas digestiones pesadas de nuestros abuelos? En cualquier caso, dolor de tripa, siempre dolor de tripa. Desde niños. 
Después de ver la exposición de La paz imposible, de Don MacCullin, tomamos café, esta vez sí, en la terraza del Café de la Poste. Comienza a chispear y la anciana que hay a mi izquierda le pide al camarero:
Ponga el toldo.
No puedo. Hace demasiado viento.
Pues entonces, pare la lluvia.
Me equivoqué otra vez de cafetería. Esa conversación no es del Café de la Poste; es del Café de la Paix. Parar la lluvia. La paz. El Café de la Paix es el santuario de San Expedito, el lugar de lo imposible y las causas urgentes.
Dicen que Don McCullin tomó la decisión de "vivir peligrosamente" en un café de París. Me pregunto si sería en el de la Poste o en el de la Paix.

Bueno, sí, me repito. Permítanme que use el blog como banco de pruebas.
Además, ya ven, me sacan un día de casa y me da para dos posts.
Por favor, que alguien me lleve de viaje y le hago un libro a la vuelta.
Mientras tanto, me consolaré pensando que estoy al lado de Huesca.

En la foto, de Georges Dambier, yo en el Café de la Paix convenciéndome a mí misma: "es inútil que lo saques, Begoña. Total, has desactivado el roaming".

Fotos desde Camboya

Cada día más incapaz de opinar, me dedicaré a pintar paisajes. Allá va uno con claroscuros.

Vuelve mi madre de Camboya y me enseña sus fotos. Las veo en la pantallita de la cámara, porque ya casi nada, ni tantas letras, pasa al papel. Mi madre sale en las fotos pizpireta y sonriente entre ruinas de templos, raíces como patas de elefante, elefantes como vedettes y monos que arrebatan cocos a los turistas. Todo es colorido y risueño.
Dos días después me salen al paso otras fotos de Camboya. Estas son en blanco y negro. Las veo en Perpignan en la exposición de Don McCullin. Las fotos de McCullin cuelgan, estas sí, impresas, por todo el perímetro de una iglesia, esa tierra acostumbrada del dolor. Camboya, Chipre, Vietnam, Irlanda, Congo, Biafra, Inglaterra... En la iglesia de los dominicos de Perpignan, muertos, mendigos, soldados, niños moribundos, madres que ofrecen sus pechos vacíos a hijos que no cumplirán treintra y tres años, ni siquiera tres, sustituyen a santos, mártires, martirizadores, crucificados y dolorosas. De repente, me encuentro musitando ante una foto: "qué bonita". Lo digo en voz baja por ese efecto de sordina que provocan las iglesias en la voz pero, sobre todo, porque dudo de si está bien sentir una sacudida de belleza ante el dolor de los demás.
La exposición está de bote en bote. Hay un sentido único para circular y vamos todos en procesión revelando el negativo de esa refrán que dice "ojos que no ven, corazón que no siente". Detrás de mí una chica con cascos me va empujando a otro ritmo, su ritmo, hacia la siguiente foto mientras masca chicle ruidosamente. Me pone cada vez más nerviosa. Ese chasquido húmedo y rítmico me está sacando de la experiencia y de quicio. Veo una foto de un hombre empuñando un arma, me dan ganas de pedírsela. ¿De quién estoy más lejos? ¿De quién estoy más cerca? ¿De la madre, del niño, del soldado? Somos todos humanos, me digo lacónica y obvia. El problema es que somos todos humanos: los que matan, los que mueren, los que miran desde las fotos, los que miran las fotos, los que no las ven y ojos que no ven..., los que mascan chicle, los que toman sopa de piedras, los que beben whisky, los que comen coco. Se me aparece entonces la sonrisa inocente de mi madre junto a un mono en una foto hecha en Camboya.

De vuelta de Irak, Don McCullin dijo que ya no iría al frente. Pero en diciembre del año pasado, con 77 años, volvió.
A Siria.
A su regreso ha vuelto a repetir que nunca más irá a la guerra.
La retrospectiva de su obra que se expone en el festival Visa pour l'Image lleva por jodido título La paz imposible.

En la foto de, claro, Don McCullin, mendigo irlandés en las calles de Londres en 1969, un humano como usted y como yo, vaya.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Dime de qué no te ríes...

El sentimentalismo es patrimonio universal de la humanidad, aunque haya quienes renieguen de él. Me dan pena esos que se fingen inmunes al sentimentalismo porque hasta al hipster más barbudo le vendría bien dejarse llevar y llorar con una balada de Umberto Tozzi o con un Lento de Dvořák. Esas cosas dejan el corazón esponjado y listo para nuevos embates y envites. Yo recomiendo entregarse al sentimentalismo por lo menos una o dos veces al mes. No hay por qué hacerlo en público.
El humorismo, sin embargo, es patrimonio aristocrático, un privilegio que no alcanza a todo el mundo. Los fundamentalistas carecen de él, y todos tenemos nuestro puntito fundamentalista, ya sea el vegetarianismo, el feminismo, el buenismo, el harrypotterismo, el nacionalismo que sea, la familia, el civismo... No hay quien se libre de poseer una parcelita sagrada sobre la que no admitimos bromas. A menudo esa parcela es una herida mal curada, y sobre esa herida abierta, el humor es arado y sal. Conozco bien lo que aún me hace daño porque es precisamente de aquello de lo que no me puedo reír. ¿No les pasa igual?
Pero me voy. Yo quería hablar de aquello sobre lo que sí puedo bromear. Soy la afortunada propietaria de una bula para gastar humorismo en un tema vetado a un elevado porcentaje de la población. ¿Cómo no voy a emplearlo? ¿Cómo iba a dejar pasar semejante privilegio? ¿Cómo iba a optar por el sentimentalismo, tan gastado, tan al alcance de cualquiera, teniendo la posibilidad de elegir el humorismo? ¿El tema? Oh, sí. Es... Miren, el tema es tan poco dado a bromas, tan carne de fundamentalismo, que los hay que se enfadan si lo llamas de una forma o de otra, pero es aquel del que les hablaba el otro día. Ya ven, soy tan pesada y tan egotista que he escrito este post solo para poner aquí mi foto Marlene Dietrich style, obra y gracia de Fernando Sancho, y para enlazar con el susodicho artículo.
Aquí lo tienen.

PD: El refrán del título acaba, como es obvio, con: "y te diré qué te pica". Y enlaza con otro que dice: "el que se pica, ajos come", que enlaza con otro que dice: "comer ajo y beber vino no es desatino", que...