viernes, 27 de septiembre de 2013

Escritora feliz

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¿No lo huelen? ¿No les trae este viento otoñal un castizo aroma a fritanga?
Dejen de mirar su campana extractora. No culpen a sus vecinos.
Son mis croquetas, que están de nuevo en la freidora, reimprimiéndose.
Quienes no las pudieron encontrar ni en la sección de cocina, lo tendrán ahora un poco más fácil. A quienes no les hace falta buscarlas porque ya se las han zampado, a esos que han hecho que se agotaran, gracias gracias gracias GRACIAS. Me han hecho una escritora feliz. Me siento en deuda.

(Cada vez que me quejo, sucede algo -un ZAS en toda la boca- que hace que me sienta muy afortunada. No sé qué conclusión sacar de esto: si debería quejarme menos, o debería quejarme más.)

En la imagen, de Robert Frank: lectoras haciendo tiempo mientras esperan a que saquen las croquetas recién hechas. A 9,95 €, preciso. Pero ustedes no me fumen.
 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Escritoras cabreadas

"¿Qué tal va la escritura?", me pregunta mi padre.
"¿Qué tal va la catálisis homogénea?", me dan ganas de responderle porque así equilibraríamos nuestra incomprensión.
Pero en vez de eso, hago lo que me da por hacer últimamente: me quejo. Que así no se puede escribir, que ando descuernándome intentando encajar contenidos curriculares en cuentos mil veces revisados, que si mejor me voy... No le cuento que escribir, escribir algo que quieres escribir, es un estado mental en el que te sumerges hasta quedarte sin aire porque necesitas esa larga apnea que te saca del mundo y te hace meter el mundo en tu novela porque todo lo que sucede es parte de ella. No le cuento que escribir también es tirarse a la piscina, que no puedes escribir como esas señoras tan graciosas que bracean manteniendo la cabeza fuera del agua para que no se les estropee el cardado, que ya te gustaría pero que al menos tú no puedes, no sabes escribir y preparar un cómic para el segundo trimestre, dejar el coche otra vez en el taller, escribir esa colaboración no pagada, rellenar aquella ficha, reclamar esa factura, hacer la comida, ir corriendo a por el niño, jugar un buen partido con él, leer, porque no vas a dejar de leer, planchar las camisas, mirar los anuncios de pisos, zascandilear un rato en tuiter y escribir esta tontada en el blog, porque dejar de escribir aquí es peor, echarte las gotas en el oído, lidiar con el insomnio, escuchar esa mierda de noticias, recordar aquella reunión... Y que encima te sientes mal por sentirte tan artista, porque sabes que estás rodeada de gente que lidia con todo eso y más. Y que aunque te libraras de los quehaceres y de las moscas negras, no es este el espíritu con el que quieres escribir porque te has impuesto la cruzada de alegrar a tus lectores porque para amargarlos ya están los quehaceres y las reuniones humillantes y las moscas negras y la mierda de noticias... Y no quieres volver a escribir la palabra "mierda". Y fantaseas con mandarlo todo a ese sitio que no vas a volver a decir y dedicarte a repartir alegría siendo cartera, camarera o lectora de contadores.
Espero que esto sea solo un intermedio inestable.
Debería dejar de escuchar a Tom Waits.
Y encima otoño.

En la foto: escritora con mano en barbilla consuela tontamente a escritora con mano en barbilla diciendo: "chica, yo te comprendo". A lo que la escritora más joven responde con resentimiento: "sí, pues mira cómo acabaste".

viernes, 20 de septiembre de 2013

A mí que no me lo expliquen

Me falta algo en el cerebro, algo, no sé qué, que me impide apreciar ciertas artes. A veces voy a las exposiciones y hago como cuando Sally se comió un sandwich con Harry. Pero sé, porque alguna rara vez no he tenido que fingir, que me pierdo algo.
Aun así, no me rindo y sigo yendo de exposición en exposición, porque me pasaba lo mismo con la poesía, que no sabía distinguir la buena de la mala, y de tanto leer mucha y muy buena, ahora las separo como separó Moisés las aguas del mar Rojo.
He ido a la feria de arte contemporáneo Summa y he visto cosas que me han gustado y cosas que no, y cosas que ni sé si me han gustado, y cosas que me han hecho preguntarme: "¿Pero qué hace esto aquí? ¿Cómo puede costar 3.000 euros? A mí que me lo expliquen". Pero mejor que no, porque cuando me lo explican, cuando oigo esas palabras que salen de la boca de artistas y galeristas como pompas de jabón, entonces albergo la sospecha de que cada pompa es un cero que se añade al precio de la obra.
Incluso ante lo que me gusta me sobran las explicaciones. Una de las cosas que me gustó en Summa fue la obra de Pedro G. Romero expuesta en Casa Sin Fin y publicada por Periférica en el precioso librito Los países. Pues bien, empecé a leer el prólogo y... miren cómo ascienden las pompas de jabón: "Cancelado el banal hieratismo del objeto que celebra su consagración (iconoclasta) vía fetichismo de la mercancía, cancelada la coartada intelectual que proporciona la explicación, nos queda el relato". Y la pompa no se quedaba ahí, que seguía ascendiendo y haciéndose más y más grande. Igual es que me falta también algo en el cerebro para apreciar las pompas de jabón. A cambio disfruto enormemente pinchándolas, y eso hice: pasé del prólogo, y me entregué a esas fotos y esos textos tan de verdad de Pedro G. Romero.
"-¿Para Lekeitio es por aquí?
-Lekeitio, Lekeitio, no es por aquí, esto es para Ibarra, tenéis que dar la vuelta..."
¿A que se entiende todo?

Acto de contrición: Antes, cuando enviaba textos o proyectos a alguna editorial, los acompañaba de una explicación muy salada y zalamera (antes de antes, trabajé en marketing). Ahora ya no. Ahora mando los textos solitos. Con un cordial saludo. Que se defiendan solos.

En la foto, de Fernando Sancho: un pintor, calladito, delante de su obra. Como debe ser.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cajita de colores

Hay una amargura instalada en el paladar que transforma todo, hasta el algodón de azúcar y los paraguayos, en naranjas pochas y almendras rancias. Reina un desánimo espeso, una niebla baja que se mete en la cabeza y que quita las ganas de todo. Pero sale una a la calle porque hay un niño que se pone los patines y ni con las alzas de sus ruedas le llega la cabeza -bendita sea- a la altura de esa niebla del amargor.
Y sale, y descubre que donde había un solar sucio, lleno de los restos humanos más abyectos -siempre, aún, las jeringuillas y el colchón meado-, hay ahora pintado en un inmenso muro un elegante y gigantesco perro guardián, un perro que a partir de ahora acompañará a los niños que jueguen en ese solar que ya no es un solar. Y en otra calle un corazón de Boa Mistura nos invita a brillar -"cajita de colores que transforma toda una calle"- y en otra, un mandala nos dice que la vida está hecha para nosotros, y hay colores que dicen "sí" en un barrio que decía "no". Y nacen en los muros árboles, glaciares, sevillanas pixeladas, escaleras de colores, pero también serpientes que nos hablan de vanidad y siluetas que buscan trabajo en una oficina de empleo imposible.
Al de los patines le fascinan los grafitis que hemos visto. "No son grafitis", le digo enteradilla aunque acabo de enterarme. "Son intervenciones artísticas". Nos lo ha enseñado Vicky, que nos ha hecho una visita guiada por varios de los murales del Festival Internacional de Arte Urbano Asalto. También nos ha contado que la belleza, el arte, transforma la vida de las personas. Y es verdad. Los niños juegan bajo el perro y nosotros volvemos transformados y sonrientes, y parece que se disipa la niebla y comemos un melocotón que sabe a melocotón.
El niño vuelve rodando y yo reconcomiéndome.
Cuando empecé a escribir columnas, también quise intervenir en sus vidas: prestarles una manualidad para decir un incómodo "te quiero", obligarles a salir de casa para que me sacaran la lengua, darles una coartada para hacer y deshacer la cama, empujarles a ponerse guapos, que la hoja de mi columna les sirviera de posavasos o de manta... También, antes incluso, quise intervenir desde algunos libros infantiles.
Me gustaría no perder eso de vista. Intervenir, como los cirujanos.
El vecindario, el barrio, la ciudad, el país... la realidad está despatarrada sobre una mesa quirúrgica. No pide a gritos que la intervengan porque ni tiene fuerzas para eso, pero, monitorizada como está, emite un "pii pii" quejumbroso y distanciado. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? Quizá sea cuestión de vida o muerte.

Fotografía de Alex Webb. Para ver fotos del festival asalto, pueden ir a la página del festival o a la de un fotógrafo que pasaba por ahí y que encima me invitó. Pero si están en Zaragoza, échense a la calle. Y si no, vengan para eso, para visitar esta ciudad que es un referente mundial de street art. Las visitas guiadas se han acabado, pero han tenido tanto y tan merecido éxito que es posible -es deseable- que vuelvan.

martes, 17 de septiembre de 2013

Vida loca entre las estrellas

Mezclas "un niño", "un devoto padre", "fuente de energía y motivación", "la pasión y el compromiso", "los más anhelados sueños", "un lugar especial en el corazón de los niños", "la liberación de los sueños a través de la confianza en nosotros mismos" y ¿qué sale?
¿Un unicornio remontando el arco iris? Frío frío.
¿La vida loca? Caliente caliente.
Lo que sale es la noticia de que Ricky Martin acaba de publicar un cuento para niños: Santiago, el soñador entre las estrellas, resultado de una honda introspección literaria sus vivencias como padre de los gemelos Matteo y Valentino.
En la imagen (de cuyo fotógrafo no encuentro noticia): Ricky Martin, un chico muy letrado.
Y sí, este post es un destilado rapidito de envidia.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Nooo, la ficha noooo

Miren cómo se han quedado estos niños cuando han oído decir a su profe: "y ahora, la ficha". Para que levanten cabeza, les he escrito esto. Me lo han publicado en el Heraldo Escolar, que retoma su andadura con el comienzo del curso.

¿Todavía no lees? Eso es que no conoces...  
Dime, de Aidan Chambers
Dime no es un libro para ti. Es para tu profe. Pero sigue leyendo que te explico.
Si empezamos con Dime es por una buena razón: porque queremos que este curso disfrutes muchísimo leyendo… y también después de leer. Y es que a veces, después de leer, toca hacer unas fichas que son un tostón y piensas: “El libro me gustó pero la ficha…” O, peor: “Encima de que el libro no me gustó tengo que escribir sobre él” (aunque te advierto que algunas personas se lo pasan bomba hablando mal de libros que no les han gustado).
Mucha gente se dedica a investigar sobre qué hacer después de leer. Aidan Chambers es uno de ellos. Aidan ha sido maestro, editor, escritor… Lo importante es que Aidan ha probado con muchos niños qué hacer para disfrutar aún más de los libros después de haberlos leído, porque como decía Sarah, de ocho años (y esto también lo cuenta Aidan): “nosotros no sabemos lo que pensamos sobre un libro hasta que hemos hablado de él”.
¿Y qué es eso tan especial que propone hacer Aidan? Hablar del libro.
¿Y eso es todo? Pues sí, pero hacerlo bien no es tan fácil. De hecho, Aidan escribió un libro de 172 páginas solo para contarlo. El libro, Dime (ed. FCE), incluye trucos para elegir lecturas, para leer mejor, para hablar sobre libros, juegos… Ponemos la cita con la que empieza el libro para tu profe, y a ti te deseamos más conversaciones bonitas sobre libros y menos fichas.
“Una nueva descripción de la lectura podría cambiar lo que ‘es’ leer; ciertamente cambiaría la manera en que la vemos… Si empezáramos ahora a hablar de la lectura en términos de ‘diálogo’ y ‘deseo’, ¿no sería ese un mejor comienzo?” Margaret Meek
Diálogo y deseo, ¿qué mejor inicio para este comienzo lector?

Las fotos son de Sabine Weiss. En esta segunda salen los de antes, que al final no han hecho la ficha y se han dedicado a hablar un buen rato sobre Sapo y Sepo. Miren qué contenticos se les ve. Parecen otros.
(La primera, en serio, aunque todo es en serio pero ya me entienden, pertenece a este libro.)

martes, 10 de septiembre de 2013

Café de la Paix

Creo que en todas las ciudades y pueblos de Francia hay un Café de la Poste y un Café de la Paix comento a mi vecino.
Paix es paz, ¿no?
El primero que abre un restaurante debe de pillar el nombre para que no se lo pise el siguiente. Es como "Casa Pepe" en España.
En Perpignan hay, por supuesto, un Café de la Poste y un Café de la Paix. Tomó un relaxing cup of café au lait en el Café de la Paix, leo la prensa local y miro alrededor. He desactivado los datos móviles del teléfono. Puedo escribir los mensajes que quiera pero tendré que esperar para enviarlos. Soy como una mujer con una carta incendiaria en el bolso, en ese momento en que aún puede mandarla o tirarla a la papelera. Para eso sirven (para eso servían) las cafeterías junto a la oficina de correos. Me equivoqué de cafetería. El limbo de las pasiones es el Café de la Poste. ¿Qué será de nuestra generación sin ese limbo? Estamos condenados; seremos víctimas de la rabia, las hormonas, la gracia y el botón de enter o "enviar". Hala, pum, lo piensas, lo escribes (lo escribes mientras lo piensas) y lo mandas, lo tuiteas, lo vomitas. ¿Nos hará la osadía más felices? ¿Nos hará la precipitación más infelices? ¿Nos librará el vómito precoz de aquellos cólicos y aquellas digestiones pesadas de nuestros abuelos? En cualquier caso, dolor de tripa, siempre dolor de tripa. Desde niños. 
Después de ver la exposición de La paz imposible, de Don MacCullin, tomamos café, esta vez sí, en la terraza del Café de la Poste. Comienza a chispear y la anciana que hay a mi izquierda le pide al camarero:
Ponga el toldo.
No puedo. Hace demasiado viento.
Pues entonces, pare la lluvia.
Me equivoqué otra vez de cafetería. Esa conversación no es del Café de la Poste; es del Café de la Paix. Parar la lluvia. La paz. El Café de la Paix es el santuario de San Expedito, el lugar de lo imposible y las causas urgentes.
Dicen que Don McCullin tomó la decisión de "vivir peligrosamente" en un café de París. Me pregunto si sería en el de la Poste o en el de la Paix.

Bueno, sí, me repito. Permítanme que use el blog como banco de pruebas.
Además, ya ven, me sacan un día de casa y me da para dos posts.
Por favor, que alguien me lleve de viaje y le hago un libro a la vuelta.
Mientras tanto, me consolaré pensando que estoy al lado de Huesca.

En la foto, de Georges Dambier, yo en el Café de la Paix convenciéndome a mí misma: "es inútil que lo saques, Begoña. Total, has desactivado el roaming".

Fotos desde Camboya

Cada día más incapaz de opinar, me dedicaré a pintar paisajes. Allá va uno con claroscuros.

Vuelve mi madre de Camboya y me enseña sus fotos. Las veo en la pantallita de la cámara, porque ya casi nada, ni tantas letras, pasa al papel. Mi madre sale en las fotos pizpireta y sonriente entre ruinas de templos, raíces como patas de elefante, elefantes como vedettes y monos que arrebatan cocos a los turistas. Todo es colorido y risueño.
Dos días después me salen al paso otras fotos de Camboya. Estas son en blanco y negro. Las veo en Perpignan en la exposición de Don McCullin. Las fotos de McCullin cuelgan, estas sí, impresas, por todo el perímetro de una iglesia, esa tierra acostumbrada del dolor. Camboya, Chipre, Vietnam, Irlanda, Congo, Biafra, Inglaterra... En la iglesia de los dominicos de Perpignan, muertos, mendigos, soldados, niños moribundos, madres que ofrecen sus pechos vacíos a hijos que no cumplirán treintra y tres años, ni siquiera tres, sustituyen a santos, mártires, martirizadores, crucificados y dolorosas. De repente, me encuentro musitando ante una foto: "qué bonita". Lo digo en voz baja por ese efecto de sordina que provocan las iglesias en la voz pero, sobre todo, porque dudo de si está bien sentir una sacudida de belleza ante el dolor de los demás.
La exposición está de bote en bote. Hay un sentido único para circular y vamos todos en procesión revelando el negativo de esa refrán que dice "ojos que no ven, corazón que no siente". Detrás de mí una chica con cascos me va empujando a otro ritmo, su ritmo, hacia la siguiente foto mientras masca chicle ruidosamente. Me pone cada vez más nerviosa. Ese chasquido húmedo y rítmico me está sacando de la experiencia y de quicio. Veo una foto de un hombre empuñando un arma, me dan ganas de pedírsela. ¿De quién estoy más lejos? ¿De quién estoy más cerca? ¿De la madre, del niño, del soldado? Somos todos humanos, me digo lacónica y obvia. El problema es que somos todos humanos: los que matan, los que mueren, los que miran desde las fotos, los que miran las fotos, los que no las ven y ojos que no ven..., los que mascan chicle, los que toman sopa de piedras, los que beben whisky, los que comen coco. Se me aparece entonces la sonrisa inocente de mi madre junto a un mono en una foto hecha en Camboya.

De vuelta de Irak, Don McCullin dijo que ya no iría al frente. Pero en diciembre del año pasado, con 77 años, volvió.
A Siria.
A su regreso ha vuelto a repetir que nunca más irá a la guerra.
La retrospectiva de su obra que se expone en el festival Visa pour l'Image lleva por jodido título La paz imposible.

En la foto de, claro, Don McCullin, mendigo irlandés en las calles de Londres en 1969, un humano como usted y como yo, vaya.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Dime de qué no te ríes...

El sentimentalismo es patrimonio universal de la humanidad, aunque haya quienes renieguen de él. Me dan pena esos que se fingen inmunes al sentimentalismo porque hasta al hipster más barbudo le vendría bien dejarse llevar y llorar con una balada de Umberto Tozzi o con un Lento de Dvořák. Esas cosas dejan el corazón esponjado y listo para nuevos embates y envites. Yo recomiendo entregarse al sentimentalismo por lo menos una o dos veces al mes. No hay por qué hacerlo en público.
El humorismo, sin embargo, es patrimonio aristocrático, un privilegio que no alcanza a todo el mundo. Los fundamentalistas carecen de él, y todos tenemos nuestro puntito fundamentalista, ya sea el vegetarianismo, el feminismo, el buenismo, el harrypotterismo, el nacionalismo que sea, la familia, el civismo... No hay quien se libre de poseer una parcelita sagrada sobre la que no admitimos bromas. A menudo esa parcela es una herida mal curada, y sobre esa herida abierta, el humor es arado y sal. Conozco bien lo que aún me hace daño porque es precisamente de aquello de lo que no me puedo reír. ¿No les pasa igual?
Pero me voy. Yo quería hablar de aquello sobre lo que sí puedo bromear. Soy la afortunada propietaria de una bula para gastar humorismo en un tema vetado a un elevado porcentaje de la población. ¿Cómo no voy a emplearlo? ¿Cómo iba a dejar pasar semejante privilegio? ¿Cómo iba a optar por el sentimentalismo, tan gastado, tan al alcance de cualquiera, teniendo la posibilidad de elegir el humorismo? ¿El tema? Oh, sí. Es... Miren, el tema es tan poco dado a bromas, tan carne de fundamentalismo, que los hay que se enfadan si lo llamas de una forma o de otra, pero es aquel del que les hablaba el otro día. Ya ven, soy tan pesada y tan egotista que he escrito este post solo para poner aquí mi foto Marlene Dietrich style, obra y gracia de Fernando Sancho, y para enlazar con el susodicho artículo.
Aquí lo tienen.

PD: El refrán del título acaba, como es obvio, con: "y te diré qué te pica". Y enlaza con otro que dice: "el que se pica, ajos come", que enlaza con otro que dice: "comer ajo y beber vino no es desatino", que...

viernes, 6 de septiembre de 2013

¿Superhéroes o superpardillos?

Es hora de convertirse en superhéroes de las librerías independientes. O eso dice el escritor Sherman Alexei, un indio indie a tiempo parcial. Sherman acaba de hacer un llamamiento a sus colegas escritores para que contacten con su librería favorita (local e independiente) y vayan a vender libros (cualquier libro, no solo sus libros) el día del Small Business Saturday (como quien dice aquí en plena campaña de Navidad o el 23 de abril). "Indies First", llama a la acción, y especifica que es "Indies First" (independientes primero) y no "Indies Only", porque no se trata de excluir a nadie.
La carta de Sherman es buenrollera como él solo:
"Este es el plan: nosotros, frikis de los libros, pasamos a ser libreros por un día. Recomendaremos libros. Pondremos en práctica el nepotismo y apremiaremos a los lectores para que se lleven los libros que han escrito nuestros amigos. Puede que hasta vendamos y firmemos libros nuestros ya de paso." 
Al leer la carta, te dan ganas de decir "oh, yeah!", salir corriendo a la cabina telefónica más cercana (lo que actualmente puede implicar hacer una media maratón), ponerte los calzoncillos por fuera y echarte la capa sobre los hombros.
Bueno, o eso me pasó a mí.
Resulta que un tal Brendan Halpin acaba de responderle:
"La mayoría de nosotros no nos podemos permitir vivir de la escritura. Por ejemplo, yo entre semana doy clases y el fin de semana intento sacar un hueco para escribir entre llevar a los niños a fútbol, hacer la compra e intentar que la casa no se vaya al garete."
Es terrible y vergonzoso, pero debo confesar que leí todo eso, asentí y di por hecho que quien escribía era Brenda. Pero no. Brendan, ese Brendan de cuya "n" final cuelgan un par, sigue diciendo:
"¿Me estás pidiendo que sacrifique uno de los pocos ratos que tengo para escribir y que trabaje en una librería? Espera que me lo piense. ¿Cuánto dices que me darán por este curro? Porque yo no trabajo gratis. Los escritores no deberían trabajar gratis; nadie debería hacerlo. Ya solo que te lo pidan es una falta de respeto por tu tiempo y por tu profesionalidad."
Cuando leí esto me dio un ataque de risa, porque si puedo elegir, prefiero reír que llorar, no por otra cosa.
En fin, en todo esto, hay mucha tela que cortar -que si las librerías grandes y pequeñas, que si el papel del autor en el apoyo a las librerías, y viceversa, que si los escritores con hijos, que si escribir gratis...- pero resulta que llevo dos días forrando libros y no pienso coger las tijeras en un mes, ni para cortar esto ni para ninguna otra cosa.
Pero no quería dejar de hacerles llegar esta bonita controversia.
Las cartas enteras pueden leerlas en inglés aquí. El artículo acaba preguntando: "¿de qué lado están?". Yo les pregunto lo mismo.

PD: Libreros, yo por vosotros desatascaría el váter de vuestros baños; no digo ya vender libros.

Imagen de Gregg Segal.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Yo tenía un marido...

Cargo a mis espaldas y especialmente a mis lumbares más de diez años de matrimonio con una persona parapléjica.
Con lo que yo garrapateo de mi vida para mi literatura... Me sorprende que no haya sacado rendimiento literario de esta circunstancia, ni antes, cuando estaba casada, ni ahora, cuando hace años que ya no lo estoy, máxime teniendo en cuenta que escribo sobre todo literatura infantil y juvenil, y consciente como soy de los puntos que da un libro con personaje discapacitado. Es como en el cine. Haces de sorda, autista o pintas con el pie (izquierdo) y te llevas un Óscar fijo. Pero no. Mira que sé lo que son los espasmos, las escaras, cómo se pliega una Quickie... y no he sacado ni a un triste ciempiés sin pies, ni a un secundario en silla de ruedas, ni a una ardilla que ni corrre ni salta ni vuela y pasa toda su vida postrada (es muy importante poner "postrada") en la misma rama del mismo árbol pero el bosque, la región, el mundo entero acaban siendo suyos porque la pequeña ardilla suple con la fuerza de su imaginación la debilidad de sus patitas... Esperen que me enjugue las lágrimas. Ya.
Se ve que uno literaturiza no lo que quiere sino lo que puede y se deja, y a mí este tema se me había resistido. Hasta ahora.
Ahora... Por esas casualidades de la vida, que traducido a lenguaje actual se escribe: "por una mención en twitter" fui invitada a escribir un post en calidad de exconsorte de parapléjico para el blog De retrones y hombres. Iba a poner "el maravilloso blog" pero De retrones y hombres no es maravilloso; es iconoclasta, bestia y genial. (Y si no lo conocen, no sé qué hacen sin clicar el enlace.)
En fin, que a raíz de la invitación me di cuenta de que podría escribir el resto de mis días sobre el tema. Lo malo es que lo hago bajo el influjo salvaje de los retrones Pablo y Raúl, y claro, así no voy a hacer llorar a mis lectores, ni mis tiernas palabras van a acariciar sus delicados corazones como alas de mariposa, ni voy a ganarme un premio sino una buena tunda. Pero qué quieren que les diga: estoy encantada. El domingo sale en De retrones y hombres, en eldiario.es, el dichoso post.
Gracias a Pablo y a Raúl por ser tan mala influencia.

La foto, de Paul Strand.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Por qué no debes poner a tu novela nombre de comida

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¿Quieren saber qué dice ahora mismo Rose, la mujer de la foto?
¿Queréis croquetas? ¿De verdad queréis croquetas? ¡No las busquéis entre los libros juveniles, ni en adulto, ni en novedades ni en poesía ni en romántica ni en best-seller ni en humor ni en autor aragonés! ¿Queréis Croquetas y wasaps? ¿De verdad queréis Croquetas y wasaps? ¡Corred a la sección de libros de cocina! ¡Ya estáis tardando!
Ya perdonarán esta nueva entrada promocional, pero las circunstancias obligan. Son varios los apreciados lectores que se me quejan de no encontrar mi novela y más de uno me ha hecho llegar fotos de mis croquetas rodeadas de Sferificaciones y macarrones, Objetivo: cupcake perfecto y Otra alimentación es posible. Si al menos me colocaran en la sección de libros de cocina pero junto a Los juegos del hambre o junto a Cocina con lógica de Jordi Cruz...
Hagan caso a Rose, miren en Cocina, o pregunten a su librero, o no den más vueltas: antes de salir de casa a lo loco, consulten aquí. Es el buscador que les chiva en qué librerías asociadas a Todos Tus Libros pueden encontrar el libro que se les haya metido entre ceja y ceja.
Gracias por buscarme.

Fotografía de Willy Ronis.