viernes, 16 de mayo de 2014

Puertas chinas (true story)

A mí Bujaraloz me sonaba a macarrones.
No sé si lo recuerdo bien porque era bastante niña. Fue un año que fuimos en coche hasta Inglaterra. Sucedió a la vuelta, después de un mes a base de patatas asadas, latas de sardinas y fish and chips. Mi padre, que contaba el número de camiones aparcados ante un restaurante como quien cuenta estrellas Michelin, decidió que en Bujaraloz pondríamos fin a nuestro ramadán británico. En el menú había macarrones. Pocas cosas me han sabido más ricas en la vida.
Hoy, bastantes años después, he tenido otra experiencia hostelera singular en Bujaraloz.
La experiencia en principio iba a ser un encuentro con lectores de Croquetas y de Pomelo en el instituto del pueblo, sección del instituto de Caspe. Pero llegué con tiempo. Un café con leche, me dije. Aparqué el coche y busqué una cafetería. Era día de mercado. Había cuatro puestos: uno de ropa, otro de fruta, otro de colchas y edredones, otro de ropa interior color carne. "¿Quieres algo, guapa?", me dijo la de la lencería nude. "No, gracias", dije.
Seguí andando en busca de una cafetería. No había nadie por la calle. Desde la acera, se oían las conversaciones dentro de las casas. "Qué bonita parece la vida en un pueblo cuando es primavera", me dije. Por fin, a lo lejos, lo vi. El sol hacía brillar doce sillas y tres mesas metálicas en la terraza vacía de un bar.
En el bar estaba Mariló, en la tele; dos hombres, uno a cada lado de la barra; y cuatro mujeres en una mesa. Una vez pasado el examen ocular de los parroquianos certificando mi foraneidad, pedí.
"Un café con leche, por favor. ¿Le importa que me lo tome fuera?"
Qué gusto el sol de la mañana calentándome la espalda, el silencio, el pueblo en primavera, Mariló encerrada en el bar.
Café terminado. Entro y dejo la taza vacía en la barra. Recorro un largo pasillo. Al fondo, muy al fondo, a la izquierda. Cierro la puerta. Corro el pestillo.

Descorro el pastillo. Abro la puerta. Abro la puerta. A-bro la mal-di-ta puer-ta.
¡¡¡¡Socorro, estoy encerrada!!!!! ¡¡¡¡Ábranme la puerta!!!!

Tranquila, Oro.
Triquitrí al picaporte. Forcejeo. Nada. Empujón y forcejeo. Nada. Tirar y forcejeo. Nada.
Bajo la tapa. Me siento en la taza. Busco en el bolso.
Saco la tarjeta de crédito y la paso por el cerrojo. Lo he visto en muchas películas. Nada. Saco el carné de identidad. Nada. Saco la tarjeta bizi. El carné de donante de órganos. El de la biblioteca. Nada.
Aporreo la puerta. Grito. Nada.
Espero. Nada.
Teléfono, Oro. Tienes el teléfono. Google: "bar Bujaraloz". Mil habitantes y mira si hay bares en Bujaraloz. Este, yo creo que es este. Me suena que se llamaba "Avenida". Llamar. Nadie coge. Nada.
Llamaré al instituto. Me están esperando. Voy a llegar tarde. Me rescatarán. Google: "instituto Bujaraloz". Llamar. "El número marcado no existe".
Sofía. Voy a llamar a Sofía, de SM. Fue la editorial la que concertó la visita. De hecho, si no estuvieran tan liados con la dichosa campaña de texto, ahora Sofía estaría conmigo y hace un buen rato que habría venido a comprobar si me había descompuesto, o muerto, o algo. Sí, Sofía llamará al instituto y conseguirá que me rescaten.
Sofía está ocupada o fuerta de cobertura.
¡¡¡¡Socorro!!!! ¡¡¡¡Ábranme la puerta!!!!
Oro, tranquila. Si tienes que pasar un rato, llevas un libro.
Ay, madre, que lo que llevas es Zeta, que lo mínimo que te puede pasar si sigues leyendo ese libro encerrada en un baño es que la escobilla empiece a hablarte.
¡¡¡¡SOCORROOOOO!!!!
Triquitrí al picaporte. Nada.
Me siento en la taza. Google de nuevo: "instituto Bujaraloz". Otro teléfono. "¿Cómo dice? ¡No se oye nada bien!" "¡Que si está CRISBEL!" "No trabaja aquí." "¿¡Que no trabaja ahí!?" "Es que este es el instituto de Caspe. No la oigo bien. Crisbel está en Maella. Es una sección..." "Mire, soy Begoña Oro, soy escritora. Me están esperando en el instituto de Bujaraloz. Estoy encerrada en el cuarto de baño de un bar del pueblo. Necesito que vengan a sacarme." "Oh. Ah. Uh. Sí, ¡ahora mismo llamo!"
Qué limpio está este baño. Se nota que está recién reformado. Aún he tenido suerte.
Triquitrí al picaporte. Nada.
¿Para qué está la familia? Wasap: "Estoy encerrada blablablá". Hermano: "Llamo al 112?" Mamá: "Dale un patadón con mucha fuerza". Yo: "No quiero destrozarla". Mamá: "Te digo que funciona". Yo, patadita. Yo, patada. Yo, patadón. Yo, wasap: "Pues aquí no". Mamá: "Al menos te oirán, da con fuerza." Hermana: "Desmonta la cerradura". Mamá: "Tu hermana no va como nosotras con el destornillador en el bolso".
Suena el teléfono. "¿Sí!" "Hola, Begoña. Soy Sofía. ¿Me has llamado?" "¡¡Sí!!, es que estoy encerrada en el baño de un bar de Bujaraloz y no puedo salir." "Jajajajajajajajaja". "¿Sofía?" "Jajajajajajajaja." "He llamado al instituto, al de Caspe, porque no encontraba el teléfono del de Bujaraloz." "Tranquila quejajajajajaja ahorajajajaja llamo."
Forcejeo y empujón. Picaporte y tarjeta. Patadón y aporreo. ¡¡¡¡¡Ábranme la puerta!!!!!
¿Pero no les extrañará en el bar que lleve aquí tanto tiempo?
¡Oigo ruido! ¡Alguien se acerca! "¡¡¡¡¡SOCORROOOOO!!!!!"

Un hombre abre la puerta.
Diría que es san Pedro, pero debe de ser el dueño del bar porque me dice:
-¿Se había quedado encerrada? Vaya, es que estas puertas... Me pasa también con esta de aquí. ¿Lo ve? [Triquitrí al picaporte.] Es que las hemos cambiado todas. Son puertas chinas. De los chinos. O los japoneses. No sé.

4 comentarios:

Sam Fisher dijo...

Situación agobiante. Muy bien conseguida. Qué buena. Qué juego dan los putos móviles. Todavía no juego.

La Oro dijo...

Pues se divertiría, Sam Fisher. De hecho, se divierte con cosas peores.

naol dijo...

Que buen rato me has hecho pasar. Cuando he terminado de leer,
me he dado cuenta que he estado todo el rato sonriendo.
Me encanta tu blog.

La Oro dijo...

Muchas gracias, naol. En el caso de esta entrada, el mérito no es mío sino de mi madre, el dueño del bar, las puertas chinas... A veces, a la vida no hay que añadirle ni una coma. Gracias por leer y comentar y sonreír.