domingo, 29 de junio de 2014

Life is simple, mi amol (más o menos)

Tienen la fiesta del premio Eurostars en 15 segundos aquí.
Pero lo que quieren ustedes son los cotilleos, ¿no? Pues allá van:
Llegué histérica y tambaleante sobre unos tacones con plataforma y entré en la terraza del hotel Grand Marina, AKA Black Marina, con Héctor Oliva. Al entrar en el mismo lugar que la noche anterior pisaban los ministros del G-6, nos flanquearon dos camareros. Héctor cogió la copa de cava rosado de la bandeja a su derecha, yo cogí la copa de cava no rosado de la bandeja a mi izquierda, y seguimos andando cava en mano, con nuestros trajes de cóctel, como si no hiciéramos otra cosa en la vida que cazar champán al vuelo y fue como "Oh, yeah!".
Los míos me esperaban sentados en la esquina más venteada de toda la terraza porque habían decidido que iba demasiado bien peinada. También decidieron que estaba demasiado flaca y cada treinta segundos me ofrecían algo que comer. Mi hijo, no. Mi hijo cada treinta segundos decía: "Esto es un rollo, mamá. ¿Cuándo te van a dar el premio?". Aún tardarían.
De repente, tuve un déjà vu. Me vi ** años más joven, en un pasillo de la universidad, con mis gafas y mi timidez, cruzándome con un profesor también con gafas, también tan tímido: Manel Martos. Serendipias de la vida, Manel, que me dio Literatura Española en la Pompeu Fabra y un sobresaliente por ello, es ahora mi editor en RBA. Y sobre la terraza del hotel, de todo aquel recuento de gafas y timideces, solo parecían quedar las gafas de Manel, porque crecer es hacer una colecta de fingimientos que saltan por los aires en la vejez, que es donde verdaderamente quiero llegar, después del marido malo, del marido bueno, de la depresión... Pero me voy.
Conocí al equipo completo de RBA. Prometieron invitarme a la superfiesta del Premio Internacional de Novela Negra, cosa que anoto aquí con el único propósito de cursar una eventual reclamación.
Bossa nova, sushi, jamón ibérico, por fin llegan Marta y Óscar... y de repente, nada de bossa nova. Los músicos que apartan los trastos. Los grandes jefes que suben al estrado. Héctor Oliva que lee a Ana María Matute y a Gabriel García Márquez. Alfredo Conde, como portavoz del jurado, que lee el acta. El título del libro premiado que queda resonando en la terraza: "¡Buenas noches, Miami!". Yo que salgo y grito como una loca: "Bona nit, Barcelona!".
¿Que qué les dije para que me miraran con esas caritas? Bueno, pues comencé con un leve toque de humor monárquico que incluso el señor Rodrigo, R junior de RBA, aguantó estoicamente.
Dije, y era de justicia, que si mi madre no se hubiera quedado cuidando de mi hijo, yo no habría podido viajar a Miami, ni escribir el libro, ni ganar el premio, y que, claro, no me extrañaba que en diez ediciones del premio yo fuera la primera mujer en ganarlo, porque todo -viajar, escribir, ganar un premio, cualquier cosa- es más difícil subida a unos tacones. Dije que también era difícil encontrar una mujer que no citara a Virginia Woolf en su discurso y yo no iba a ser menos, así que lo hice, pero para enmendarle la plana, porque a eso que decía la Woolf de que una mujer necesita 500 libras al año y una habitación propia, yo diría que sí, que bien, pero que mejor que una habitación propia, sería tener una habitación de hotel, una donde solo preocuparse de deshacer la cama,  una donde te sirvan la comida en bandeja, la vida en bandeja, y cada noche elijas entre una carta de almohadas, elijas qué pájaros quieres tener en la cabeza.
Llegado este punto, no quise ni mirar hacia Sergio, que estaba ahí y que era el hombre del pinganillo que no sabía cómo deshacerse de mí el día anterior, cuando me metí a espía del G-6, y que es también, según descubrí después, un mandamás del Grand Marina. Sergio me había visto llegar con mi maletón de mudanza transoceánica, el maletón que tuvo que husmear la policía canina, el maletón que albergaba todos mis "qué-me-pongo", y yo creo que ya se veía un Can Vies en la habitación 605. Y no iría desencaminado, que con gusto la habría okupado para los restos.
Porque sí, la vida en un hotel de lujo debe de ser una cosa muy sencilla. Tanto como para dar por bueno lo que dijo un cobrador de peaje cubano en el Venetian Causeway que une Miami y Miami Beach. El sabio cubano decía: "Life is símpol, mi amol". Y llevaba razón. Bien pensado, la vida es sencilla (al menos cuando tienes cubiertas las dos primeras necesidades de la pirámide de Maslow, pero eso no lo dije porque estábamos en una fiesta y porque lo sabe cualquiera con dos dedos de frente). Sí, life is simple, la vida es muy sencilla, pero es un privilegio exclusivamente humano complicárnosla y hay formas maravillosas de hacerlo: viajar, leer, enamorarse, tener un hijo, un perro, tener gatos, tener carta de almohadas, convocar un concurso, organizar una fiesta...Y di las gracias, claro.
Ganar un premio es también una complicación maravillosa. No solo tienes que pensar qué ponerte, qué decir... Después del premio tienes que pasearte entre la gente como si fueras sobrada de amor pero deseando en el fondo de tu corazón siempre ávido de cariño que te digan, que te cuenten, que te feliciten.
Y entonces uno te dice: "Ha nacido una estrella", y tú parpadeas. Y el mismísimo Joaquim Palau se lleva la mano a la nariz y dice algo de su olfato y tu aura (traducido con consiguiente polémica al gallego por Alfredo Conde como "flor en el culo"). Y un organizador de viajes culturales te habla del Nilo. Y entre la florida representación de la Universitat de Barcelona te encuentras la sonrisa de la chica que preseleccionó tu obra y le quieres regalar algo pero el kleenex que llevas en el bolso no te parece suficiente. Y pides a otra chica que os haga una foto y la chica te suelta: "¿Te puedo decir algo de tu discurso? Ha sido horrible. No me ha gustado nada", y tú intentas entender lo que te quiere decir pero su discurso es errático como los andares del hijo de Gallardón aquel día, tanto que por un momento temes estar hablando con la sargento Margaret herself. Y te dice que ella lee a Bukowski y a Carver (o sea, que tiene carné de malota) y viene a criticar que hayas dado las gracias a quienes te han premiado (y a quienes llenan su copa), y te sigue agarrando del brazo pero entonces llega tu hermana que es como tú pero versión armario de tres puertas y se queda aguantando la chapa y todo eso te recuerda al episodio del desayuno, cuando un albatros bajó en picado sobre el plato de desayuno de un huésped y le cogió el jamón ibérico pero entonces un camarero lo espantó y al albatros se le cayó el jamón al suelo y el camarero le dijo al señor: "no se preocupe, ya le traigo un plato igual", y el albatros se fue de vacío mientras el señor se fue con una anécdota que contar.
Y vas junto a Amancio López, el presidente del Grupo Hotusa, que tiene nombre de rico pero campechanía a borbóntones, y junto a Álex Sàlmon, que lo mismo te habla del adiós de Rubalcaba como del sonido que hace el hielo al resquebrajarse, y te obligan a pensar en si se puede ser, o no, periodista y poeta, empresario y escritor, que Amancio dice que sí, pero tú en tu fuero interno piensas: "no". 
Y aún hay una encantadora mujer que te dice: "Sí que te pareces a Virginia Woolf". Y añade: "No te suicides".
Pero ¿cómo vas a hacerlo? ¿Y perderte días así, noches así?
 
Ya. Que todo fue el sueño de una noche de verano.
Que igual no voy al Nilo, ni de profesora asociada a la UB, ni a firmar libros en Sant Jordi, ni mis libros llegan a Miami, ni me invitan a la fiesta de novela negra, ni gano otro premio, ni oigo el sonido del Perito Moreno más que en Youtube, ni vuelvo a elegir en una carta de almohadas en la vida... 
Pero que me quiten lo bailado.
Y ustedes, disfruten, y complíquense la vida. Pero bien.
Y unas gracias muy especiales por haber llegado hasta el final de esta entrada tan larga y ombliguista.

En la imagen (perdón por la calidad), de izquierda a derecha: Amancio López (presidente del grupo Hotusa), Héctor Oliva (responsable de cultura del grupo Hotusa y ganador de MI premio en una edición anterior), la Oro, Dídac Ramírez (rector de la Universitat de Barcelona), Juan Manuel Rodrigo (consejero delegado de RBA editores) y Alfredo Conde (escritor y presidente del jurado del premio).

jueves, 26 de junio de 2014

¡¡¡¡¡HE GANADO!!!!!

Queridos, queridas:
Ahí me tienen, con mi chófer, en Miami, este noviembre pasado. Vista la foto, cualquiera diría que me dediqué a pasear en descapotable y poco más. Pero no. En solo ocho días hice un montón de cosas; entre otras, escribí un libro en mi cabeza.
Luego lo escribí en mi ordenador (ya avisé).
Luego lo presenté a un concurso.
Ahora...
Ahora por fin puedo contar que  
¡¡¡¡HE GANADO!!!!
El premio es el Eurostars Hotels Narrativa de Viajes. Lo convoca el Grupo Hotusa en colaboración con la Universitat de Barcelona y RBA Libros. El libro, que publicará RBA en septiembre, se titula ¡Buenas noches, Miami! que es el saludo rockero con el que empezó su discurso el entonces Príncipe de Asturias el día de la inauguración de la Feria del Libro de Miami.
Hace un rato yo también desfilaba en pie en el descapotable moviendo la manita, saludando a los millones de lectores que se agolpaban por toda La Rambla esperando verme camino a mi proclamación en el hotel Grand Marina. No me acompañaban una banda de cornetas y tambores pero llevaba Miami sonando a tope de power.
Ahora estoy dando un discursito y leyendo el mar desde la terraza del hotel, en medio de una fiesta que es un sueño de una noche de verano.
Mañana les cuento. O no, quizá mañana me ponga a escribir otro libro, que me han dicho -otra cosa que me ha hecho inmensamente feliz- que tengo que sacar un libro al mes.
De momento, dejo programada esta entrada y me voy pitando a hacer "pito pito gorgorito" ante mis Felipes Varelas: ¿vestido o mono?, ¿verde o negro?, ¿Conga o Me So Horny? Pero si refresca, me pongo el plateado. ¿O el añil? ¡¡¡¡AYYYYYYY!!!!

Edito: así lo cuenta La Vanguardia.

Foto realizada por mi colega y compañero de viaje Santiago García-Clairac. Y mi chófer no es mi chófer. Es Rodolfo Fernández, del Consulado de España en Miami. Sin él, no habría tenido casi nada que contar. Gracias, Rodolfo.

Hay una cosa que no puedo decir

Y es importante, al menos para mí.
No puedo decirla porque no me dejan hasta esta noche. A mí no me cuesta. Soy buena guardando secretos. No como otras.
-No, lo siento -me dice la chica de recepción del hotel donde estoy ahora mismo-. Aún tiene que esperar un poco a que le suban la maleta. Es por el evento que no podemos... ¡uy! Bueno, es que... Hay algo... Por circunstancias especiales, tenemos que esperar a que lo registre la policía canina.
Al hombre trajeado con pinganillo con el que subo en el ascensor se le ve más suelto en esto del secretismo.
-¿Qué pasa aquí, que está lleno de policía por todas partes? -pregunto yo, metida a investigadora-. Si se puede saber -añado fingiendo discreción.
-Hay un evento privado en la octava planta. Va a haber personas... bastante VIP. No se puede saber.
Y yo pensándome ya que sería mi princesa, ahora reina.
Pero no, porque allí no hacen más que hablar en inglés.
Voy a mi habitación y dejo... no dejo nada porque mi maleta está secuestrada en espera de la policía canina. Miro el directorio del hotel. ¡Ja! Octava planta: cafetería. Ya tengo la excusa perfecta para subir.
Pero... Mira que hay hombres trajeados con pinganillo en el hotel, habrá más de cien. Pues tengo la mala pata de encontrarme nada más salir del ascensor al mismo que subió conmigo, el único de todo el hotel que sabe que sé que no debo subir a la octava planta.
Finjo esa candidez tan mía y le digo: "Es que quería ir a la cafetería. ¿Está cerrada?"
Y él, muy sonriente, me pide perdón por las molestias y me dice que no.
Detrás de él, en la terraza, veo varios policías con perros.
-¿Podría decirle a ese perro que bajara a husmear mi maleta? Es que me la tienen secuestrada en espera de la policía canina.
A lo que el hombre del pinganillo me dice sonriente:
-¿Cuál es su número de habitación?
Pero no es para detenerme, ni para mandarme unas flores. Es para que me baje de una vez por todas al bar de la primera planta, el que está abierto, para tomarme "lo que quiera a cargo nuestro". "Por las molestias."
Si creían que era tan fácil librarse de mí, van listos. En vez de bajar al primero, voy a la planta baja con la excusa de preguntar de nuevo por mi maleta. La planta baja es ahora un hervidero de corbatas, identificaciones y pinganillos.
-Pase por el control -me pide uno.
-No, ya ha pasado -dice otro, lo que demuestra lo fichada que me tienen a estas alturas.
Entre personal de seguridad, hombres trajeados y alguna mujer (pocas), veo un carro con banderitas. Arriba están la española y la del Reino Unido.
Subo a la primera planta. Me asomo a una barandilla. Hay una vista privilegiada del hall. Espiaré desde ahí. Qué buena soy.
-Ejem ejem.
Me vuelvo. Qué sonriente este otro hombre del pinganillo.
Y esta Mata-Hari frustrada se mete en el bar de la primera planta y se aprieta una tapa de huevo con mongetes y un martini agitado pero no revuelto, sentada entre una familia francesa, una modelo rusa y dos señores trajeados que llevan una identificación donde pone G-6.

Con lo buena que soy yo guardando secretos... Que no hayan querido decirme nada... ¿Qué tipo de amenaza soy comparada con el yihadismo y el narcotráfico? Bueno, sí, soy Escorpio. Y una mujer que guarda un secreto que caduca esta noche.

En la imagen, de Goldfinger: la Oro intentando camelar a un agente secreto, aunque parezca que es al revés.

miércoles, 25 de junio de 2014

Niños, niñas, leed a Ana María

Qué pena más grande acordarme por lo que me he acordado de que no había colgado aquí el artículo que dediqué a Ana María Matute en el Heraldo Escolar. Fue el pasado noviembre y fue una colaboración muy especial porque especial era Ana María y porque la firmamos mi hijo y yo. Allá va, tal cual:

Ana María Matute es una de las escritoras españolas vivas más importantes. Puede que la más. Es miembro de la Academia de la Lengua Española, premio Cervantes… Pero también es, como dice ella, “una niña que ha tenido el mal gusto de crecer” y una admiradora de Peter Pan, la obra sobre un niño que no quiso crecer (¿que no lo conoces?, ¿que pensabas que Peter Pan era solo una película de Disney? Esto habrá que arreglarlo otro día).
La Matute también ha escrito libros para niños. Fue hace muchos años, tantos que... Está bien. Te contaré un secreto: yo leía sus libros de pequeña, y me encantaban. Ahora la editorial Destino los ha vuelto a publicar y yo pensé: “Los leeré con mi hijo”. Al principio tenía miedo: “¿Y si a mi hijo no le gustan?”. Compramos Sólo un pie descalzo y El saltamontes verde y hemos empezado por el del saltamontes, que es la historia de un niño que no tiene voz y va buscándola por todas partes junto a un saltamontes, ¿y sabes cuál ha sido el resultado? A mi hijo le ha encantado y yo ha disfrutado como una loca leyéndoselo en voz alta. Dice mi hijo, que tiene ocho años, que lo que más le han gustado son las palabras del saltamontes, y también que es un libro que al final te da pena pero es tan bonito que no importa. Eso dice él. A mí me ha hecho pensar que si la Matute quisiera publicar hoy este libro seguramente lo tendría difícil, porque es un libro donde aparecen niños malos, niños tristes y un final que dan un poco de pena. Parece que hemos olvidado que lo malo no es que haya tristeza en los libros infantiles; lo malo es que haya tristeza en el mundo. Lo malo malo es que no haya esperanza. Y en El saltamontes verde la hay. El saltamontes es esperanza; verde, verde esperanza. ¿Vas a perdértelo?

Lo bueno es que dejaras acabada una obra más.
Y lo malo es que te hayas ido, Ana María.

En la imagen: Ana María y yo. Disculpen que ponga una foto más de aquel día, pero ¿es o no es para presumir? 

jueves, 12 de junio de 2014

¿Para qué te cortas las uñas tú?

Querida María Constanza Molina Cortes Funes:
Me dices: "sí, mi nombre es un poco largo". Y tanto. Si no me escribieras desde la República Argentina, pensaría que me estaba carteando con una infanta.
Me dices que tienes 19 años y que me has leído, y otras cosas que a un escritor le hacen feliz.
Luego me cuentas un poco de ti.
"Me encanta leer. Pero es en serio... puedo pasar horas leyendo, incluso leer toda la noche. Y escribir, e inventar historias me fascina. También soy feliz al tocar el piano y por eso estaba estudiando Composición en la Universidad. Este año estuve pensando en cambiar de carrera (porque quisiera seguir disfrutando el piano como un hobby) a Letras o Periodismo. Pero antes me gustaría saber un poco más cómo es la vida del escritor, el mundo de las editoriales y toda la cosa. ¿Le contaría un poco de ud. a una extraña a miles de kilómetros y océano en medio?"
No soy muy de dar consejos ni ánimos a quien quiera escribir. Primero porque es inútil. Nada ni nadie podrá evitar que alguien que quiera escribir, escriba. Por eso, que yo recuerde, solo he dado dos consejos en este blog: no escribas, y -el siguiente fue un consejo interesado- no asesines a un escritor.
Además, tú, tan joven, demuestras tener la cabeza mejor amueblada que yo. Lo haces al exponer las cosas en el orden correcto: primero leer, y "en serio", y ese "también soy feliz"... De eso se trata, claro. Y yo tardé más que tú en descubrirlo. Yo estudié primero Derecho en la universidad de Zaragoza y lo que más feliz me hacía era la tortilla de patata que me tomaba con mi amiga Laura cuando nos íbamos a El Cuco a escaquearnos de clase de Derecho Administrativo. Luego estudié Humanidades en la Pompeu Fabra, en Barcelona, y lo que más feliz me hacía eran las clases, los profesores, las lecturas, los trabajos, las horas en la biblioteca... ¡Hasta Wittgenstein me hacía feliz! Y también los cruasanes del Paul, claro, pero siempre después de la última clase. ¿Te escapas tú a comer ¿empanadillas??
Me pides que te cuente cómo es la vida del escritor "y toda la cosa".
La vida del escritor es más parecida a la de un minero de lo que uno podría imaginar, pero sin las emanaciones tóxicas (por cierto, este sí es un consejo: no fumes, querida María Constanza). Está llena de facturas, como la de todos los demás, pero no siempre está llena de ingresos, como la de muchas personas también. Es difícil llegar a publicar. En definitiva, la supervivencia económica, querida María Constanza, no te la puedo asegurar; la felicidad, sí, y el sufrimiento, que también se sufre mucho en el propio acto de escribir. Pero hay muchas cosas disfrutables que puedes hacer relacionadas con el mundo de la escritura para ganarte la vida: traducciones, lecturas para editoriales... Yo aún hago muchas.
Los escritores, y más los de literatura juvenil, somos gente que ponemos en dedicatorias "no dejes de soñar", "que alcances tus sueños" y cosas así. A ti no hace falta decírtelo porque para cumplir los sueños sobre todo hace falta constancia, y tú eso lo llevas en tu nombre y en todos los años de piano.
Además, yo soy un poco más siesa. Yo, que ya soy madre, te diría que sueñes pero que no dejes de distinguir los sueños de la realidad. Pero también te diría que estrellarse contra la realidad, que también puede pasar, es más duro que estrellarse contra un sueño, y que, puestos a arriesgarse, el sufrimiento por una equivocación propia no es nada comparado con el que procede de una imposición ajena. En tu decisión llevas la anestesia. 
¿Sabes, María Constanza? Yo también hice la carrera de piano. Se me daba bien, me gustaba, di conciertos. Pensé en dedicarme profesionalmente a ello. Tengo un piano en casa. No lo toco todos los días. Puede que no lo haya abierto en todo el mes. Cuando me corto las uñas, siempre tan rasas, sé que no es para que no hagan clac-clac en el teclado del piano; lo hago para teclear mejor en el ordenador. ¿Para qué te cortas las uñas tú? Como decía Wajdi Mouwad, ¿para qué quieres usar tus manos? ¿Para lucir anillos? (entonces no te hagas escritora). ¿Para estrangular pollos? ¿Para acariciar cabezas de niños que te caen a la altura de la cadera? ¿Para empuñar un remo? ¿Para remover la tierra? ¿Para extirpar tumores? ¿Para calmar a un perro? ¿Para tocar el piano? ¿Para escribir? Me temo que a esa pregunta solo puedes responder tú.
Con mucho cariño,
Begoña
PD: Un consejo sí te daré. Si finalmente eliges las manos para escribir, querida María Constanza Molina Cortes Funes, vete buscando un pseudónimo, o acórtate el nombre, chiquilla, que no te va a caber el título en la cubierta.

En la imagen, de Herb Ritts: Eduardo Manostijeras, antes de descubrir que tiene las manos para hacer nieve.

domingo, 8 de junio de 2014

Mi hijo ya no me ve igual

Mi hijo dice que tener una madre escritora es lo peor del mundo. "Es que siempre estás trabajando", se queja.
Sí, señores y señoras. Eso es escribir: estar todo el día trabajando, y sufrir y fracasar y engordar. Bueno, creo que hay algo que estoy haciendo mal. En fin.
PERO.
Este año mi hijo me ha acompañado a la Feria del Libro de Madrid. Y me ha visto entre lectores, en la blogger lit con, el encuentro de blogueros, ese evento que reunió a más de 400 jóvenes y que debiera aparecer en la prensa en vez de tanta noticia apocalíptica sobre jóvenes que no leen y pantallas que les alejan de la lectura. Mi hijo estuvo ahí, el más joven entre los jóvenes, y es una lástima que no se quedara en la caseta de SM por la tarde para verme firmar hasta la tendinitis o, mejor, para ver cuando Jennifer se echó a llorar (y yo casi también) o cuando llegaron esas Croquetas ya leídas, llenitas de post-its, de lugares donde ya nos habíamos abrazado, porque eso son los post-its en un libro, los subrayados, las marcas, las citas apuntadas: un encuentro de dos almas, la de quien lee y la de quien escribe, y juro que he buscado una manera menos cursi de expresarlo pero eso es así y ya está. Tampoco estuvo mi hijo el domingo en el camarote de los hermanos Marx la caseta de Kirikú y la bruja, donde su admirado Roberto Santiago y yo nos turnamos para firmar, sacar bolsas, bajar libros de Divergente de las alturas, pasar tarjetas de crédito, hacernos fotos con lectores, decir "9 euros", hacer risas con Esther y Ana, y abanicarnos.
Aun así, mi hijo ha visto lo suficiente como para saber ahora que su madre no solo escribe sino que su madre es escritora.
Soy escritora porque tengo lectores. Me siento muy afortunada porque... (y ahora les suelto un lema que me he inventado y que no quiero perder nunca de vista:)
hay tanta gente que escribe; tanta que lo hace bien, tanta que lo hace mal...
Y -no busquen un paralelismo exacto con la frase anterior- hay tanta gente que publica, tanta que no llega a publicar, gente, en fin, que no tiene oportunidad de ser escritor...
Solo espero que la próxima vez que ande yo escribiendo, mi hijo sea un poco más comprensivo.
<¡¡¡Mamáaaa!!!>
Ah, no, que me reclama.
<Ahora voy>
A esos lectores que me reclamaban más libros, ya ven: no culpen a Paloma, no culpen a mi vagancia, no culpen a mis dudas... culpen a mi hijo.

En la foto, de Alexander Rodchenko: yo, gritando a los cuatro vientos: "¿Que no leen? ¿Que no leen? ¡Vengan a verlos, que están aquí!"