jueves, 24 de septiembre de 2015

Para abrir el apetito


Y así comienzan las aventuras de... 
¿Qué? ¿Se les ha abierto el apetito?

El primer capítulo completo se puede leer aquí.
El libro entero se puede comprar aquí.
Su horóscopo y el de su vecina los puede leer aquí. Personalmente acabo de enterarme de que hoy mi paisaje astral presenta un dinamismo sui generis. Suerte con el suyo.

[Ahora que lo pienso, esta coda es muy "niño del carrito".]

Maravillosa ilustración de Ana Pez. Pero de las ilustraciones ya les hablo otro día.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ser finalista

A la izquierda, Llanos Campos Martínez. A la derecha, La Oro.

Me lo habían comentado varios amigos escritores, que eso de ser finalista era peor que nada. Yo lo dudaba. Ahora lo sé. Sé si es peor o no. Y disiento de mis amigos. A mí no me lo parece. Me encanta ser finalista. Porque resulta que lo soy. Mejor dicho, lo fui. Finalista del Premio El Barco de Vapor. No este año, no. El año pasado, que se dice pronto y pasa lento.
Hoy, casi dos años después, sale aquel libro que casi-ganó en la serie naranja de El Barco de Vapor, El niño del carrito, con un sello en la cubierta donde pone "Finalista Premio El Barco de Vapor". No se imaginan lo orgullosa que estoy.
Lo cuento ahora por si le sirve a alguien, igual que en su día conté que había perdido. ¿Que qué se puede aprender de esto? Pues que para escribir y presentarse a un concurso hacen falta por lo menos cinco virtudes, a saber:
1. Esperanza. Porque si no, ¿para qué presentarse? Y porque, como decía mi admirado Emili Teixidor, "la esperanza es una piedra mágica que nos proporciona fuerza e ingenio para trabajar duro (...). Por eso es necesario guardarla bien y alimentarla con deseos altos e ilusiones, y procurar que no se nos escape nunca, porque sin esperanza no podríamos vivir".
2. Paciencia. Paciencia para escribir, paciencia para acabar, paciencia para releer, para corregir, para hacer la cola en Correos, para esperar el veredicto del jurado, para –manteniendo la esperanza– esperar a ver si uno es finalista, para que el libro encuentre un hueco en la programación editorial, si es que finalmente se publica...
3. Saber ganar. Si uno lo piensa bien, hay tanto factores, además del propio mérito, que determinan la decisión de un jurado... y ganar es tan improbable estadísticamente... Si uno gana, debe celebrarlo genuinamente y no apearse del asombro.
4. Saber perder. Si uno lo piensa... Por lo mismo de antes, es tan normal perder, a menudo tan justo, que uno no debería disgustarse, no más de cinco minutos.
5. Discreción. Si uno gana, o incluso si es finalista, tiene que mantenerlo en secreto durante meses. Me pasó con el premio Gran Angular y con el Premio Eurostars de Narrativa de Viajes. No se lo podía decir ni a mi madre (sobre todo, a mi madre). No se puede conceder un premio a un desbocarrado.
Ay, pero ahora que ya puedo hablar de ello, les aviso que voy a dar la tabarra con mi niño del carrito. ¿Saben las ganas que tenía yo de hablarles de este libro? Dejen de visitar este blog unos días si no quieren ni oír hablar de él. Advertidos quedan.

Imagen sacada de aquí.

lunes, 21 de septiembre de 2015

No es normal

Son varios los motivos de mi exilio irlandés. Uno es la publicación de este artículo. Me lo pidieron del Heraldo. Ellos: "Que vamos a hacer un anuario celebrando nuestros 150 años, que nos escribas 4.200 caracteres sobre la literatura infantil y juvenil en Aragón". Yo: "Que no, que lo haga otro, qué sé yo, Rosa Tabernero, de la universidad de Zaragoza, que yo solo soy (intento ser) una escritora, que no doy para más". Ellos: "Que no, que lo hagas tú"...
Para cuando me puse a escribir, con lo que me cuesta a mí llenar una página, tenía 6.660 caracteres, una cantidad endemoniadamente difícil de reducir a 4.200. Pero lo hice. Y ahora, meses después, ha salido publicado.
Claro, un artículo de estas características no puede sino granjearme enemistades porque no hay artista que se sienta tratado con justicia, y si no, es que no es artista. Pero si algún afectado por mi artículo quiere tirarme al paso del tranvía, tendrá que esperar a que pase el Luas. ¡Ja!
Amparada por la distancia, cuelgo aquí el dichoso artículo. Yo propuse como título alternativo ¿Qué más quieres, Tabernero?, pero, como era de esperar, acabó apareciendo bajo el título No es normal.

NO ES NORMAL
Los escritores de literatura infantil y juvenil (LIJ) vamos con nuestra maletita en misión pedagógica de colegio en colegio, de pueblo en ciudad, y volvemos a casa llenos de dibujos de niños, de portalápices de cerámica, de cansancio, y si la cosa se da bien, de felicidad. Para muchos, «casa» es un lugar en Aragón.
Me lo recordaron hace poco al juntarnos varios escritores de LIJ en Madrid. Andábamos quejándonos de nuestra invisibilidad (los medios nos ignoran, no hay crítica de literatura infantil…) cuando aproveché para presumir:
–Pues en Aragón –dije–, los miércoles el Heraldo Escolar dedica un espacio a la LIJ, y los jueves, Artes & Letras también.
Y eso que no fardé de los muchos días en que Antón Castro entrevista a un autor de lo nuestro, cuando no es él el entrevistado por haber publicado un álbum.
 Comentó entonces un escritor madrileño:
–¡Pero es que lo de Aragón no es normal! ¡Está lleno de autores de LIJ!
No siempre fue así. Dice la Gran Enciclopedia Aragonesa acerca de «literatura infantil»: «No ha sido muy abundante (…) la dedicación de los escritores aragoneses a esta literatura». Romualdo Nogués, Miguel Buñuel en los 60, y poco más.
Durante los 80, los 90, un manuscrito infantil en un sobre con matasellos de Zaragoza apenas podía significar una cosa: Fernando Lalana. Bueno, si el sobre era grande y la letra preciosa, podía ser del genial artista Francisco Meléndez. Pero Meléndez fue un caso aparte, tan aparte que quiso apartarse de esto y de todo.
Lalana debía de sentirse tan solo que algunos de sus títulos los escribió a cuatro manos: con Puente, con Almárcegui, ahora con Videgaín… Durante un tiempo, Fernando Lalana lo ganó todo: el premio Gran Angular, el Barco de Vapor, el Nacional de LIJ, el Cervantes Chico… Y sigue. Pero ya no está solo en esto.
Hete aquí que en el año 2000, Ana Lartitegui y Sergio Lairla, artistas y residentes en Zaragoza, ganan el Premio de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de México, y ese mismo premio, en el 2004, lo gana el oscense Javier Sáenz Castán. Y antes, en el 2002, José María Latorre gana el premio Gran Angular. Y mientras, Daniel Nesquens empieza y no para de escribir y los editores miran y remiran el remite, porque lo de Nesquens no parece ni aragonés ni holandés, ni siquiera de este mundo, pero sí, esos sobres del tal Nesquens vienen de Zaragoza y el Nesquens gana el premio Anaya, y el Barco de Vapor, y... Y Ana Alcolea, que viene de Torrero y de Noruega, que pule su obra con maestría nórdica y gusto veneciano, después de varias novelas juveniles, gana el premio Anaya en el 2011; y David Lozano, también zaragozano, recoge el premio Gran Angular de manos de los entonces Príncipes de Asturias y en México, en Argentina, los adolescentes hacen kilómetros de fila para conseguir su firma; y dice mi madre que diga lo mío, que sí, que también yo gano el premio Gran Angular, y el Hache, y que me traducen al coreano, al alemán, hasta al valenciano; y las ‘Fábulas morales para jóvenes’ de Grassa Toro, que manda sus cartas desde Chodes, son elegidas Mejor Libro del Banco del Libro; y el rodariano Pepe Serrano gana el Vila d’Ibi; por no hablar de que Isidro Ferrer y Elisa Arguilé dan categoría al Premio Nacional de Ilustración al ganarlo, y Antonio Santos, al quedar segundo, y Tàssies, de Barbastro, recibe el Internacional de Ilustración de SM, y Jesús Cisneros, el Lazarillo; que en esto de la literatura infantil hay dos tipos de autores, escritores e ilustradores, y de todo, y excelente, tenemos en Aragón; y eso que solo cito a los que tienen premio, porque a algo hay que aferrarse para que los ausentes, que los hay, no me manden a sus madres o un maleficio, como hizo el hada a la que no invitaron al bautizo.
Porque miren que he citado a gente y aún me dejo nombres (Cano, Alberto Gamón, David Guirao, Ana Lóbez, Roberto Malo… Apila, Nalvay, Comuniter…; me sigo dejando). Para que vean que, sí, lo de Aragón no es normal. Por eso Antón Castro dice que aquí vivimos una Edad de Oro de la literatura infantil y juvenil, cosa que Rosa Tabernero, de la universidad de Zaragoza, matiza –«de Plata, Edad de Plata»–, que ya se sabe cómo son los académicos. En fin, no sé a qué espera la Tabernero para llamar a esto Edad de Oro, ¿a que Félix Teira escriba otra novela juvenil?, ¿a que Nesquens caiga en la melancolía total?, ¿a que María Frisa, exitosísima autora de los famosos libros de 75 consejos…, sume mil consejos?, ¿a que la editorial sinPretensiones publique un libro con texto de Chus Juste? Vamos, Tabernero, ¿qué más quieres?

En la imagen: ilustradora aragonesa consternada por no haber aparecido en mi artículo comenta a escritor aragonés: "A mí no mi ha sacao", a lo que el escritor responde: "Para cuenta que a mí tampoco".

sábado, 19 de septiembre de 2015

Pídeme una ballena azul

Que levante la mano quien no haya escrito una carta a los Reyes Magos, quien no haya dejado un diente al ratoncito Pérez. Cuesta creerlo de algunos (piensen en Montoro) pero no hay persona en el mundo que no se haya entregado locamente a una ficción al menos una vez en su vida. Estamos todos abocados al cuentismo. Nos creemos las historias a pies juntillas, las incoporamos a nuestra vida, las hacemos crecer. A lo que algunos llaman entrega lectora de los niños, lo llamo yo fe. Esa fe procede en parte del desconocimiento de unas cuantas leyes de la física. Bendita ignorancia.
Pero luego, aun sabiendo distinguir lo que es real de lo que solo lo parece, podemos seguir entregados a las historias, ya no por ignorancia sino por puro amor a la ficción, y por bondad, porque para mí que es bondad creer en mentiras que sabemos que lo son (sobre todo si nos las cuenta un ser querido) y por eso cuesta imaginarse a Hitler leyendo novelas.
Los niños, que son buenos, claro, se lo creen todo y todo lo engrandecen. Y de qué manera.
Lo contaba Mac Barnett, entre otras cosas interesantísimas que pueden oír en esta charla TED (¡háganlo!), en la CBI Conference (sí, la charla TED la dio en California y yo lo he escuchado en directo un año después en Dublín, pero digamos que, si comparas una y otra charla, se te quita todo complejo de culpa por "reciclar" contenidos):
"Escribe a esta dirección y te mandamos una ballena", era el irresistible reclamo que aparecía semiescondido en un álbum de Barnett y Rex. Algunos niños escribieron. Uno, Eliot, incluso se apostó 10 pavos a que no le mandaban la ballena prometida.
Eliot y todos los demás niños que se molestaron en escribir recibieron en respuesta una sesuda carta de unos abogados noruegos explicando que sí, que tenían su ballena –cada uno la suya, con un nombre distinto–, pero debido a cierta modificación en la normativa aduanera blablablá, su ballena no podía abandonar de momento el bonito fiordo donde se hallaba. Y después de muchas explicaciones de esas que solo los abogados saben inventar –otros cuentistas de cuidado–, se acababa facilitando un número de teléfono gratuito donde los niños podrían dejar un mensaje a su ballena mientras se resolvía el embrollo legal. Y lo hicieron. Los niños llamaban y hablaban con su ballena. Fue delicioso escuchar la vocecita de Nico hablando con su ballena Randolph, una y otra y otra vez. Mac Barnett además contó algo que no aparece en la charla TED, algo que debió de suceder después. Contó que un día, después de que Nico llamara muuuchas veces a su ballena, él mismo, Mac Barnett, llamó a la madre de Nico. Antes de que pudiera evitarlo, la madre de Nico dijo emocionada: "¡Oh! ¡Eres el autor del libro de la ballena! ¡Espera! ¡Nico está aquí! Te lo paso". Nico se puso al teléfono y dijo con el tono con que se recibe al cartero comercial: "Ah, eres tú". Tres palabras para condensar La Gran Decepción.
Claro, Nico no quería saber nada de Mac Barnett. Nico con quien quería hablar era con Randolph, su ballena.
¡Ah! ¡Cómo lo entendí! Yo misma he sido La Gran Decepción para algunos pequeños lectores de La pandilla de la ardilla. ¿Se creen que cuando iba a sus aulas me preguntaban por el proceso de creación de los personajes? ¿Por la elección de la voz narrativa? No, los niños querían saber cuándo era el cumpleaños de Rasi, cuántos años tenía, si era chico o chica (¡oh!, y no saben qué chasco causaba a algunos (a la mitad) mi respuesta)... ¡Y hablo de niños de 6 años! Pero los autores que protagonizaron la interesantísima mesa redonda sobre novela juvenil en la CBI Conference se quejaban de lo mismo (aquí tienen un excelente resumen, y –de paso– qué envidia el espacio que se dedica en la prensa irlandesa a estas cositas). Louise O'Neill y James Dawson especialmente se quejaban de que se les preguntaba por la historia o por "el tema" de sus libros más que por sus libros como creación artística.
Pero cómo reprochárselo. Quién quiere hablar de estructuras narrativas pudiendo hablar de la vida. Quién quiere conocer a Begoña Oro pudiendo conocer a Rasi la ardilla. Suerte que ahora que ando lejos, no puedo hacer encuentros. Suerte que, coincidiendo con la salida del nuevo título ¡Socorro, una alcantarilla!, a quien van a poder conocer ¡en persona!, o en ardilla, es a la mismísima Rasi, esa a la que llevan de paseo, a la que cuentan cosas, a la que abrazan. 
Decía Mac Barnett que Nico es el mejor lector con el que podría soñar. Pero es que Nico era más que eso, Nico era coautor de esa ficción, como lo son todos estos niños con Rasi. Claro, a lectores así, cómo no darles todo, hasta una ballena azul si te la piden.
Todo menos la verdad.

En la imagen, de Édouard Boubat, Rémi, entregado a la ficción de estar escuchando el mar. "No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee", dijo Günter Grass, pero convendrán conmigo que este del niño que cree tampoco está nada mal. Los magos, los actores, los narradores, los maestros... lo saben.

martes, 1 de septiembre de 2015

Quiero tener un hijo booktuber

Que el verbo leer no soporta el imperativo ("aversión que comparte con algunos otros verbos: "amar", "soñar"..." blablablá)  es algo que una vez escribió Daniel Pennac y que se ha repetido hasta el hartazgo porque ya que nadie sabe la fórmula para hacer lectores, a falta de recetas para el éxito, bien vienen antídotos contra el fracaso. No recuerdo si Pennac dijo, y si no, lo digo yo, que leer tampoco soporta el arrepentimiento (aversión que comparte con algunos otros verbos: "amar", "soñar"...). Al menos en mi caso es así.
No, no me arrepiento de haber leído todo tipo de libros. Todos los libros que he leído –buenos, malos, regulares, malos que me parecieron buenos, buenos que me parecieron aburridos, densos, livianos, infantiles, juveniles, adúlteros...– me han dejado algo. En el peor de los casos, un subidón de autoestima como escritora. Todos esos libros, y alguna cosilla más, me han hecho quien soy.
Animaba Aidan Chambers –creo recordar que en El ambiente de la lectura (ay, cómo echo de menos mi biblioteca)– a llevar un diario de lecturas, un registro de lo que vamos leyendo al que volver para reconocernos, como quien mira un álbum de fotos. De hecho, es posible que ese registro nos dé más pistas sobre nosotros que esas fotos tan intercambiables de cumpleaños ante tartas y Navidades ante belenes. Uno vuelve a los libros que leyó y los libros le traen recuerdos de quien fue.
Hace poco me deshice de cientos de cosas, libros, papeles... Pero hubo algo que resistió mi afán tirador: las fichas de lectura que escribí de pequeña. Ahí estaba mi ficha de Ut y las estrellas, de El polizón del Ulises, de Los Hollister en Suiza, de Aparecen los Blok, de Veva, de Momo... Ahí estaba yo.
No me arrepiento de haber leído, y menos aún de haberlo registrado.
Se habla mucho de los booktubers, esos jóvenes que, entre otras cosas, registran sus lecturas en vídeo y las comparten; se elogia o se menosprecia su valor como difusores de la lectura. Es probable que ellos estén más cerca de la fórmula para hacer lectores que muchos bienintencionados mediadores. Sin embargo, en la última tontería que he visto al respecto se dice que los booktubers se arrepentirán de sus vídeos, que "cuando crezcan, se darán vergüenza". Me da por pensar entonces en la vejez de estos ahora jóvenes booktubers. Pienso en cómo se verán en un futuro. Y me respondo con envidia: ¡Se verán! Sus canales son ese combo perfecto de fichas de lectura y álbum de fotos.
Daría lo que fuera por poder escucharme y verme hablar de libros con aquellas hombreras y esa permanente de mi adolescencia. Desgraciadamente ya no puedo atesorar esa memoria lectora de mi juventud en formato multimedia. Solo tengo mis fichitas de niña... Pero, ¡ey!, puedo intentar que mi hijo se haga booktuber. Me sentiría tan orgullosa... Al fin y al cabo, para eso están los hijos, ¿no? Para cumplir los sueños frustrados de sus padres. ¿Por qué se creen que toco el piano?

En la imagen, la Piaf, otra que tampoco se arrepiente de nada.