sábado, 22 de octubre de 2016

Asunto: Vecina

Recibo un mensaje. "Asunto: Vecina", dice.
La última vez que recibí un mensaje parecido acabé enamorándome del remitente.
Lo abro con cuidado.
El mensaje es un viaje al pasado.
"Hola Begoña, soy L. C., la vecina de V., ¿te acuerdas de mí? Estaba en una de las pocas librerías del barrio y he visto un libro tuyo y me he acordado de la biblioteca 9 y 3/4 con mucha ilusión."
Y entonces la recuerdo yo también, aquella biblioteca que monté en casa.
Hará más de quince años de aquello. Ya tenía la casa abarrotada de libros infantiles. Vivía en Madrid, en una urbanización llena de niños, L.C. y su hermana entre ellos. L. tendría entonces unos siete años.
Decidí abrir mi casa una vez a la semana para que los niños y niñas de la urbanización vinieran y se llevaran los libros en préstamo. Ese día poníamos la alfombra de los cuentos, leíamos, hacíamos tonterías... Elegimos el nombre de la biblioteca por votación popular. Hicimos carnés de socios. Qué bonito fue aquello, sí. Los mayores tomaban cervezas en el banco de la urbanización. Los niños trasteaban con los cuentos en el pequeño salón de casa. A veces dos niños querían coger el mismo libro y discutían. A menudo nos reíamos a carcajadas. Si hacía bueno, salíamos al jardín. No era nada silenciosa aquella biblioteca.
Seguramente el libro que L. ha visto es el primero de Misterios a domicilio, que es la historia de un vecindario, el de La Pera 24. Cómo me alegro de que los vecinos de La Pera 24 me hayan traído de vuelta a esta otra vecina de quien prefiero no calcular la edad actual. Para mí será siempre esa niña pizpireta de pelo largo a la que su padre tenía que llamar cien veces para que saliera de la piscina.
Dentro de poco, me iré a cenar con G., que vive al otro lado de la pared.
El mundo será ancho y ajeno, pero la vida de cada cual es un vecindario.
Gracias, L.C.

martes, 18 de octubre de 2016

¡Nuevo libro!

¡Ya está aquí! ¿El qué? La respuesta que siempre quise tener a la pregunta que siempre me hacen.
Porque cuando se te ocurre decir que escribes libros para niños, tu intercolutor siempre tiene un hijo, nieta, hija, sobrino, hija de un amigo... a quien, sí, claro, "podría darle a leer un libro tuyo", "porque no lee nada", añaden a veces, y te miran como si fueras Lourdes. Y tú haces memoria entre los tropocientos libros que tienes publicados y piensas: "Puede que este le guste. O no, mejor este otro. Pero quizás..." Y no te atreves, porque dar a leer un libro no es algo que se pueda hacer así como así.
Pero este, señoras y señores, estas Pistas apestosas, esta colección de Misterios a domicilio, podría recomendársela a ciegas a cualquier niño sabiendo que no solo no me odiará, sino que me pedirá más, porque este libro engancha como enganchan las patatas fritas, los diarios de Greg o el pumpkin spice latte, quizás porque nació del deseo urgente de hacer feliz a un niño abandonado, abandonado por mí, y fue repartido, capítulo a capítulo, alijo a alijo (pero eso ya lo conté).
Ahora este libro, con tronchantes ilustraciones de Roger Zanni, engrosa el lourdesiano catálogo de RBA junto con otros libros que crean adicción, que hacen reír y que hacen leer a toda una generación de chicos y chicas que, como decía Milena Busquets, empiezan a ser más interesantes que nosotros.
Me lo acaba de traer, en bici, mi cartero, y ha quedado precioso. Compruébenlo si quieren. Si ha llegado a Dublín, habrá llegado a su librería. 
Me siento la virgen de Lourdes, o un camello, no sé. Pero me siento feliz.

jueves, 13 de octubre de 2016

Yupi

Miren qué contenta estoy.
Ha estado cuatro días seguidos sin llover. Y aunque lloviera.
Aquí, en Dublín, los parques están preciosos, y sientes que los árboles se toman su tiempo, que se enorgullecen de su sonrojo o de su ictericia, que no tienen prisa por desnudarse y que el otoño será largo. Mejor así. Cada mañana recogemos castañas.
He vuelto a teatro y al teatro.
Nos abandonaron los piojos ¿definitivamente?
Mis Croquetas y wasaps han salido fritas publicadas en alemán, por la editorial dtv nada menos, la misma que publica a John Green, a Henning Mankell, a Raquel J. Palacio, a Kate DiCamillo. Y dice un tal Elmar Weihsmann, a quien desde aquí mando un beso, que es una auténtica perla. (También mando desde aquí besos y abrazos fortísimos a Katharina Diestelmeier, mi fantástica traductora, y a Carla Nagel, que hizo que el libro quedara así de bonito.)
En nuestra heladería han vuelto a hacer helado de Maltesers. Sí, llueve; sí, tomamos helado. Apostamos salvajemente por la felicidad y las manchas. Parecemos un anuncio de detergente.
Me han dado una noticia sobre mi niño del carrito que me muero por contar pero aún no me dejan.
Rasi, mi ardilla, ha conseguido volar. ¿O no? Y gracias a ella, sigo recibiendo papelitos que no merezco, solo que ahora por correo electrónico.
Estoy escribiendo cosas que me gustan. No siempre puedo decir lo mismo.
Y estoy esperando al cartero, que aquí llega en bicicleta, llueva o llueva, porque siempre llueve (menos estos cuatro días pasados), y él, que es igual que Pat el cartero, pero sin gato, me traerá a esta casa otra casa.
Y entonces volveré a escribir aquí para contárselo, porque ¿cómo iba a callarme todo esto?
Ah, sí, y otro motivo de alegría: el 4 de noviembre, si andan por Zaragoza, igual nos vemos. Espero poder repartirles entonces un poco de esta alegría porque casi me siento mal. (Qué mundo este en que da apuro mostrarse feliz.)
Besos.

En la imagen, de Helmut Newton: yo y Pantalones, el gato de mi hermana, después de recibir una llamada de una editora.