viernes, 23 de diciembre de 2016

Siempre nos quedará París

Ay, madre. El árbol sin poner, las maletas a medio hacer, los regalos por envolver y yo sin felicitarles las fiestas. Sin siquiera avisarles de que vuelvo a casa, vuelvo, por Navidad. Sin darles la tabarra con aquello de que podemos vernos, debemos vernos, el 27 de diciembre, martes, en Zaragoza, en la librería París, a la una del mediodía, que es la misma hora a la que ayer fui al cine, después de comer, claro. Pero eso era en Dublín.
En la París no estaré yo sola. Estarán todos mis libros y estará Rasi, en persona, o en ardilla. Y el vecindario de La Pera 24, el de Misterios a domicilio. Se supone que Rasi va a repartir abrazos a todos los amigos, que son muchos, de la pandilla de la ardilla. Se supone que yo no, que yo escribo, firmo, dedico libros... porque, ya saben, uno o abraza o escribe. Pero es Navidad, mi hermana va a tener un bebé un día de estos, estoy tierna, igual me estiro, y estiro los brazos y luego los flexiono, que creo recordar que es como se abrazaba. Cortázar tenía que haber escrito unas instrucciones sobre eso.
En fin, haré lo que pueda. Y me hará muy feliz verles por allí.
Siempre nos quedará París. Siempre quise decirlo.

En la imagen: escritora en Navidad en apuros.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Lo que se esconde en los libros

A ratos, cuando uno escribe, se aburre. Y entonces le da por jugar.
Creo hablar por mí y por todos mis compañeros cuando digo que el escondite es uno de nuestros juegos favoritos.
A veces escondemos en los libros fragmentos de vida, propia o de esa que dejó de ser ajena. A veces escondemos referencias, venganzas, citas...
Recuerdo la ilusión que me hizo cuando librosfera pilló la referencia a Javier Marías que había escondido en Croquetas y wasaps. (En esa novela hay un personaje, Unai, que cada vez da una explicación diferente sobre la muerte de su padre. Una de esas explicaciones es, con spoilers, el resumen completo de Los enamoramientos.)
Cuando escribí Misterios a domicilio, la verdad es que no tuve tiempo para aburrirme. Aun así –no puedo evitarlo– alguna cosa hay escondida.
No sé por qué me he acordado hoy de esto. Me he acordado de que en un fragmento de Misterios a domicilio colé una frase de una de mis autoras favoritas, a modo de homenaje. El fragmento es este:
"A lo largo de la mañana, en la calle vimos pasar varios perros: la pareja de teckles que iban juntos; el yorkshire del lacito rosa; el pastor alemán; un perrillo negro, melonero y tristón; un golden retriever blanco bastante viejito, y dos perros mezcla muy graciosos. Pero ni rastro de Troya."
La frase que no es mía, que es de ella, es: "un perrillo negro, melonero y tristón". Y ahora es cuando tengo que decirles de dónde la saqué. Es de un libro que leí esos días. ¿Cuál? Mátenme. Soy incapaz de acordarme. Y lo malo es que ni siquiera estoy segura de quién es la autora. Barajo dos posibles escritoras, mujeres las dos, sí. Lo he buscado en google, claro. Nada.
Me siento fatal. No vuelvo a jugar al escondite. O la próxima vez, dejo un rastro de miguitas.
Si alguien sabe quién y en qué libro describe a un perrillo como melonero (¡"melonero"!) y tristón, que me lo diga. Escríbamelo en los comentarios, por caridad. Le mando una postal bonita a cambio. Me hará muy feliz.

EDITO (13/12/2016): El perrillo melonero apareció. De nuevo @librosfera tuvo parte de la culpa. Difundió la búsqueda y entonces @superchango3 acudió al rescate. Creía haber visto al perrito melonero en Tres y un sueño, de Ana María Matute. Lo buscó. Me trajo la prueba. Estoy muy agradecida y feliz.

En la imagen, de Robert Doisneau: Perrillo negro. No sé si muy melonero. No demasiado tristón.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Libros, pijamas y viajes en el tiempo

He leído la novela Basada en hechos reales y ahora ya tengo coartada para intentar publicar lo siguiente. Entre los mil fragmentos que tengo subrayados, hay uno que no tiene que ver con mi propia novela de adultos sino con la literatura infantil. Por eso lo traigo aquí, porque a veces este blog parece un blog de literatura infantil (no se engañen; es un blog de una mujer que escribe, es el blog de la Oro). Sea como fuere, lean esto de Delphine de Vigan:
"Creo que fue por aquella época cuando releí los libros ilustrados que Louise y Paul habían conservado. En varias ocasiones hablamos de bajarlos al sótano, pero ninguno de nosotros se decidió a hacerlo, y todavía ahora, cuando tienen veinte años, los libros siguen en su cuarto. En medio de la noche, pasaba las páginas con precaución, feliz de volver a ver los dibujos que habían marcado su infancia y los textos que yo les había leído cien veces en voz alta. El poder evocativo de aquellos libros me dejaba atónita. Cada una de las historias hacía resurgir el preciado momento que precedía el momento de acostarse, la sensación de sus cuerpecitos pegados al mío, la suavidad del velludillo de sus pijamas. Rememoraba la entonación que daba a cada frase, las palabras que tanto le gustaban y que había que repetir diez, veinte veces, todo salía, intacto, a la superficie.
Casi todas las noches, entre las 4 y las 5 de la mañana, releía historias de osos, de conejos, de dragones, del perro azul y de la vaca que amaba la música."
No me sean tiquismiquis con aquello del "preciado momento que precedía el momento".... Céntrense en lo importante: la sensación de esos cuerpecitos, la entonación, el velludillo, todo, intacto, a la superficie.
Y esto, mujeres insomnes que vuelven a sentir cuerpecitos que ya han volado del nido, niños no tan niños que cruzan un océano entero nada más ver la cubierta de un libro, un billete para un viaje en el tiempo que ríase usted de la magdalena de Proust, el giratiempo, la Tardis y el Delorean DMC-12, todo esto es también la literatura infantil. No hay otra con semejantes efectos secundarios. Como para tomársela a la ligera.

En la imagen, de El túnel del tiempo, el doctor Newman comenta al doctor Phillips: "Tú verás, Douglas, pero estamos haciendo el ridículo. Tanta palanquita y tanta mandanga y esto sigue sin furular. Yo que tú sacaba los Poemas de la Oca Loca y a tomar por saco".

Mi hijo y yo nos hemos comprado unos pijamas de velludillo. Fluffy, decimos nosotros. Nos abrazamos como peluches. Sé que esto lo recordaré toda la vida. Pero me lo recuerdo aquí por si acaso. El pijama de él tiene estrellitas.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Carta de Rajoy a una niña lectora

Querida Elena:
Me han contado que te encanta leer, y que te interesan especialmente las biografías de presidentes como yo.
Como ávida lectora que eres, ya sabrás que los libros son ventanas a muchos mundos, tanto reales como imaginarios, y que los beneficios ¡y el placer! que depara la lectura es algo que dura para toda la vida. La gente que lee libros no solo experimenta su propia vida sino también los sentimientos, aventuras y sabiduría de muchas otras personas.
Me hace especialmente feliz saber que te interesa la política y las historias de los presidentes. Todos los presidentes sobre los que has leído han intentado, cada uno a su manera, mejorar el mundo. Espero que tú, y también todos tus amigos, mantengáis la fe en el poder que tenemos todos y cada uno de nosotros de cambiar las cosas y, trabajando juntos, hacer un mundo mejor, más justo y sostenible.
Hace tiempo organizamos unas jornadas para jóvenes cuyo lema era "no seas la diana, sé la flecha".
Tú estás siendo una flecha estupenda.
Salutacions cordials,
Mariano Rajoy 
¿Se lo imaginan? Pues esta carta es real. Solo que no la firma el presidente de España, sino el de Irlanda, Michael D. Higgins, claro que este, además de presidente, también es poeta.
La carta, tal como la han leído, salvo con alguna pequeña licencia en la adaptación (sí, sé que traducir la despedida en gaélico por una despedida en catalán es muy controvertido), no llegó al buzón de Elena / Kathryn. Y esa es la mejor parte de este asunto.
La carta, un poco resumida, se leyó ayer en medio, no al final, del programa más visto del año en la televisión irlandesa, el Late Late Toy Show. Qué es el Late Late Toy Show es algo difícil de explicar porque es tan intrínsecamente irlandés que cualquier aproximación se quedaría en palabrería antropológica. Digamos que es aquello que marca el comienzo de la Navidad en Irlanda. El viernes que se emite, a finales de noviembre o principios de diciembre desde 1975, toda la familia se reúne en torno a la televisión y se forra a Tayto's y chocolatinas. El Late Late Toy Show es, todo en uno, el "Vuelve a casa, vuelve", el Gordo, Raphael cantando el Tamborilero, el belén, el abuelo mandando callar para escuchar el mensaje del rey, los cuencos con las uvas de Nochevieja, la capa de Ramón García y la carrera tempranera del 6 de enero para descubrir los regalos. Tú le dices a un irlandés fuera de su país Late Late Toy Show y le sonríe la boca y se le arrasan los ojos.
Desde 2009 lo presenta Ryan Tubridy, que es como el Jorge Javier Vázquez irlandés, por popularidad y sueldo, digo, porque Tubridy no tiene, que se vea, dioptrías ni pluma y seguramente le escandalizaría la comparación. Bueno, sí, quizá Ryan Tubridy es el Pablo Motos irlandés. Oh, sí.
El programa, dirigido a toda la familia, es prácticamente un catálogo vivo de juguetes. Niños y niñas de los distintos condados irlandeses, con sus distintos acentos, con bailarinas y con botas de granjero, cantan, bailan y sobre todo, muestran los juguetes que les han gustado (o no).
Pues ahí, en medio de ese jolgorio, en ese programa donde insertar un anuncio es casi el doble de caro que ponerlo en la final de la Champions, ahí apareció una sección entera dedicada a libros infantiles. Tubridy mostró y recomendó varios buenos libros y luego, dos niños y dos niñas recomendaron los libros que más les habían gustado. A cambio, cada uno recibió un regalo (¡uno de ellos una primera edición firmada de Harry Potter and the Philosopher's Stone!). La niña que recomendó un libro de Robin Stevens, el último de David Wailliams y otro de la nunca bien ponderada Jacqueline Wilson, la que era de Lucan y decía que sus padres le compraban muchos libros pero que también sacaba de la biblioteca, esa fue la que recibió la carta del presidente.
Mientras el #LateLateToyShow era trending topic en tuiter, un grupo de expertos en literatura infantil ofrecía bajo ese hashtag y el de #bookelves recomendaciones de libros para llenar las sacas de Papa Noel. (Sí, soy consciente de que mi abuela no entendería ni jota de toda la frase anterior. Disculpen los anglicismos.)
A España nos llega la Guinness, Jameson, Smurfit, Primark... ¿No querríamos importar algo de esto?

Si quieren ver el Late Late Toy Show lo tienen (espero que disponible en su zona geográfica) aquí. La sección de libros empieza a partir del 1:12.

En la imagen: familia media irlandesa viendo el Late Late Toy Show. Ah, no, espera, que igual la foto la hicieron en lo que ellos laman verano, que van muy frescos.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Mucha mierda indeed

Cuando vine a Dublín, me dio por hacer teatro. En el instituto Cervantes. Me dije que era para aprender a contar mejor cuentos, pero qué va. Lo hice por socializar y por sentirme lista hablando en mi lengua materna, para variar. Lo que pasa es que en teatro me encontré con gente como Mary, gente más lista que una misma, que eso siempre da gusto, incluso en una lengua que no es la suya, que eso ya da hasta rabia. Y además, y sobre todo, estaba nuestra directora, Sandra.
Sandra trabajó en Broadway y estaría en Hollywood si no fuera porque su físico la encasilla como puta o limpiadora (eso dice ella, lo del físico de puta o limpiadora; yo, la verdad, le veo un corte de mandíbula de marquesa).
Sandra, que es bien chistosa, dio en juntarme el año pasado con Plata (Oro-Plata, ¿lo pillan?), un venezolano que tira de espaldas, para hacer una obra en la que él al principio solo me pegaba, pero al final me besaba apasionadamente (o igual fue al revés). Y estuvo bien.
Este año Sandra podría haberme juntado con alguna irlandesa, una rumana, un brasileño, una ucraniana o incluso una gallega, pero no. Anda que no hay gente en Dublín y me junta con una moza de un pueblo de Teruel que hasta sabía dónde estaba el Parque Roma. Y esta vez me pone a hacer seis personajes diferentes en quince minutos con una máscara que me aprieta la nariz y hace que se me caigan los mocos. Solo por eso he descubierto que jamás robaré un banco.
Pero ha estado muy bien.
Digo "ha estado" porque estrenamos la obra, o lo que fuera ("bosquejos brechtianos" lo llamaba Sandra), ayer. Y eso que la cosa no pudo empezar peor para mí.
Castigo divino por mendigar amor en tuiter.
Yo dije por la mañana: "Deséenme mucha mierda." Y @eslosiguiente dijo: "Pártase ambos meniscos, señora", que es lo que se estila en inglés, el break a leg. Y Jorge Gómez Soto (@lij_jg) dijo: "Te deseo toda la mierda que te mereces, jajaja".
Pues bien. Mi hijo tenía que volver de Herbert Park, del entrenamiento de fútbol, antes de que yo saliera corriendo para el estreno. Y no llegaba. Y ya era la hora de salir, y seguía sin llegar. Y yo pensando: "A que se ha roto la pierna de verdad".
Y cuando llega... Mierda. Pero mierda literal. Ja ja ja.
Deja caer al suelo la bolsa de fútbol y la chaqueta, que huelen como recién salidas de una cochiquera. Las había dejado en el suelo, en el parque, durante el entrenamiento, y un perro se había cagado encima. A juzgar por el tamaño y textura de la mierda, yo diría que fue el san bernardo que solemos ver los domingos en el mercado. Y que iba suelto. Castigo divino por tanto hablar de zurullos, zurretas y cagarros de perro en mi último libro.
Y yo, ya vestida con la ropa que debía llevar en la obra, recogiendo las prendas cagadas y trasladándolas con sumo cuidado (nunca he tenido los brazos tan largos) a la lavadora, porque no tenía tiempo ni de frotar primero a mano ni leches, poniendo el programa eterno a mil grados y rezando para que aquello desapareciera. Y el niño lavándose las manos con toneladas de jabón y "mamá, sigue oliendo a mierda" y le miro, y el pantalón también lleno de caca de perro, del roce de la bolsa por el camino. Y se quita el pantalón, y lo llevo como si fuera material radioactivo a la lavadora, que ya estaba en marcha, y espero los siglos que tarda en decidir que sí, que ya la he apagado, porque "eternidad" es el tiempo que tarda una lavadora en darte permiso para abrir la portezuela.
Y salgo corriendo al instituto Cervantes, con mucha mierda.
Todo para que, al empezar la función, Sandra nos diga al oído (estábamos de espaldas al público): "Cucha, solo hay tres personas".
Bueno, al final fueron unas pocas más.
Igual el resto estaba poniendo lavadoras.
¿Que qué hicimos en la obra?
Bah, no les aburro con eso, que ya bastante me he extendido. Además, lo que pasa en el teatro no se puede contar. Eso hay que verlo. Y si no se lo creen, acudan a cualquier obra de Wajdi Mouawad y luego prueben a explicarlo. Vayan al teatro, vayan.

En la imagen: yo, en mi desesperación, esperando que se abra la puerta de la lavadora.