martes, 31 de enero de 2017

Exposición temporal

Ayer recibo un mensaje del profesor de mi hijo, que mañana van a la National Gallery, a ver la exposición de Turner, que los padres que quieran acompañar a sus hijos que vengan.
Vida loca, cambio mis planes de la noche a la mañana y decido que iré con ellos.
Menos mal.
Es, pero yo no lo sabía, el último día de la exposición. Me lo cuenta la profesora de apoyo. Me dice que estos cuadros de Turner solo pueden verse una vez al año, durante unos días. Seguramente eso hace que vaya más gente a verlos, me dice. En realidad, la idea no procede del departamento de marketing del museo. Es una de las dos condiciones que puso Vaughan para legar estos cuadros que fueron suyos. Vaughan estaba obsesionado con que no los destruyera el exceso de luz. Son acuarelas. Llegaron en oscuros cofres de madera de roble. Solo se exponen durante el mes de enero, el mes más oscuro. La otra condición es que la entrada a la exposición fuera gratis.
Me cae bien este Vaughan. Heredó una fortuna de su padre, que era sombrerero. No se casó, no tuvo hijos, compró cuadros, a su muerte prefirió que su colección se dividiera entre Londres, Edimburgo y Dublín. Gracias a eso hoy los niños de un colegio de Dublín han podido ver esas acuarelas.
La guía pregunta a los niños qué saben de Turner. Ignora que los niños llevan un par de semanas volviendo del colegio con pintura azul oscura con suerte solo en las manos. De todo lo que han aprendido hay una cosa que nunca olvidarán. Es la que me contó mi hijo nada más saberla y la misma que suelta M. después de levantar la mano: "Esperaba las tormentas para salir en barco y pedía que le ataran al mástil". La guía ni lo confirma ni lo demiente. Sonríe. Luego les cuenta lo que ya me ha contado la profesora de apoyo, lo del legado de Vaughan, y que las paredes donde se expone la colección son oscuras y la luz, suave. Las acuarelas son delicadas.
Vamos por ahí como si fuera al óleo pero la vida, me temo, es una acuarela, una exposición temporal.
Con suerte vivimos tan alegremente que para recordar nuestra vulnerabilidad tenemos que recurrir a prácticas deportivas, como hacernos atar al mástil de un barco.

Imagen de Elliot Erwitt.